«El regalo nupcial (restos de artrópodos) de la Pisaura Mirabilis representa un esfuerzo de apareamiento masculino; incita a la hembra a copular, facilita el acoplamiento durante la cópula y, al prolongar la cópula, puede aumentar la cantidad de esperma transferido. (En el experimento) un grupo de machos no ofreció ningún regalo a la hembra, mientras que tres grupos de machos ofrecieron obsequios pequeños, medianos o grandes, respectivamente. Los machos sin obsequio cortejaron a las hembras, y el 40% de estos machos lograron copular, frente al 90% de los machos que ofrecieron un regalo. La duración de la cópula se correlacionó positivamente con el tamaño del regalo». El regalo nupcial en la araña Pisaura Mirabilis. Pia Stålhandske
Fíjense la de cosas que hay en esta historia. Para empezar, no hay una sino dos estrategias optimas: la del macho, conseguir una cópula, y la de la hembra, obtener comida y -ya si eso- una cópula. Entre ambas estrategias hay campo para el conflicto, para la «guerra de sexos» diríamos. Y fruto de esta guerra se ha producido una «escalada armamentística», una evolución conjunta de estrategias y contraestrategias para desactivar aquéllas. Para conseguir cópulas el macho aprendió a hacer regalitos, y la hembra a largarse corriendo con ellos –el pagafantismo se da también en los insectos-; el macho aprendió a presentarlo en complicados envoltorios atados con hilo de seda para proceder a la cópula – de manera un tanto grosera- mientras ella los desenvolvía; también aprendió a presentar envoltorios vacíos, así que la hembra desarrolló la técnica de desembalaje rápido, y aprendió a detectar por el olor los envoltorios vacíos; el macho empezó a regurgitar en ellos pequeños trozos de artrópodos y la hembra… ni idea, pero de momento el macho está en un 90% de éxito.
Es obvio que ni el macho ni la hembra se sentaron delante de un tablero, o de un mapa con banderitas, para estudiar sus respectivas estrategias: éstas son producto de la ciega evolución. Imaginen la primera araña que decidió envolver un trozo de comida. Obviamente no seguía un plan meditado; tal vez estaba aburrida, o era más estúpida que la araña media y se enfrascó en una tarea inútil ante las risas de sus congéneres. Pero resultó que lo del envoltorio le proporcionó más copulas que a éstos. Si esta tendencia a envolver era heredable, si de algún modo estaba encriptada en sus genes, sus crías a su vez harían envoltorios y obtendrían más cópulas; transcurridas muchas generaciones el gen o genes favorables al envoltorio pasarían a ser muy frecuentes en el acervo arácnido. Lo mismo es aplicable a las hembras: la primera hembra que se dejó seducir con el obsequio obtuvo un alimento adicional, y con él una pequeña ventaja competitiva en la lucha por la supervivencia con respecto a sus congéneres más orgullosas. Pero ¿cómo se transmiten unas aficiones, tanto a hacer regalos como a recibirlos? –y ya de paso ¿cómo se activa cada una según el sexo-. Ni idea. No sé qué genes o grupos de genes han participado para configurar esa preferencia en machos y hembras, pero la mera presencia de un complejo mecanismo, que ha tenido que surgir gradualmente, delata su heredabilidad.
Entonces, la pregunta –algo perturbadora- que habría que formular a continuación es ésta: ¿ocurre algo similar en los humanos? ¿Es posible que los hombres y mujeres que estamos aquí hoy hayamos heredado de nuestros ancestros los gustos y preferencias sexuales que -nuestra presencia lo demuestra- eran exitosos? ¿Puede ser que la evolución haya deparado diferentes psicologías sexuales a hombres y mujeres? ¿Existe en los humanos una «guerra de sexos», con estrategias diferentes que han evolucionado especularmente, cada una como respuesta a la otra? ¿Son mecanismos conscientes? ¿Dónde queda la razón?
Y de paso conviene hacer también otro grupo de preguntas: ¿no son, entonces, culturales las diferencias entre hombres y mujeres? ¿Se trata realmente de roles definidos por el heteropatriarcado machista? Contestar a esto último es especialmente importante porque puede ayudar a detectar situaciones potencialmente peligrosas, y a prevenir las agresiones de manera más eficaz que las dictadas por este Zeitgeist inundado por la ideología de género.
Lo dejo de momento, y marcho a por un paraguas.
Comentarios
Ud. habla de comida en un sentido, de macho a hembra, pero, si es asunto cultural, puede que el incentivo sea el dinero... en ambos casos.
Igual va y resulta que cuando las feministas de ahora descalifican el amor en lo que están pensando es en la comida.
Pero de estas cosas no se habla y menos si puede llover.