Las dos primeras décadas de este siglo han presenciado cambios notables en la actividad sexual de los hombres. Un estudio de Peter Ueda expone que el porcentaje de estadounidenses entre 18 y 24 años, que reportan no haber mantenido relaciones sexuales en el último año, ha ascendido del 19% al 31%, y otras encuestas indican que -en ese mismo periodo- el porcentaje de hombres que llegan vírgenes a los 30 años ha subido del 8% al 27%. Estas tendencias –que se repiten en otros países- afectan abrumadoramente a hombres de bajo estatus, y no se repiten en mujeres, lo que indica –para empezar- que algunos hombres están follando más. ¿Qué está ocurriendo? Los sospechosos habituales son las redes sociales y el porno, pero no parece que, ni remotamente, la respuesta se encuentre allí.
Las apps de citas proporcionan datos interesantes.
- Ordenados en función de su atractivo para el otro sexo, el 20% de los hombres más deseados acapara la atención del 80% de las mujeres. Esto presenta un panorama melancólico para todos excepto ese 20% de hombres de alto estatus, que están en posición de dominio; algo que no ocurre con el 20% de mujeres más atractivas.
- Según la plataforma OKCupid las mujeres califican al 80% de los hombres como menos atractivos que la media, y este 80% recibe sólo un 30% de respuestas a sus avances. En cambio los hombres afinan mucho más y consideran que sólo un 50% de las mujeres son menos atractivas que la media, y aún este 50% recibe un 40% de respuestas.
- Como consecuencia de lo anterior, hombres y mujeres se enfrentan a distintos niveles de desigualdad cuando acuden al mercado de emparejamiento. Analizando las app de citas Tinder y Hinge se ha comprobado que las hembras heterosexuales afrontan un índice de Gini de 0,324, mientras que los hombres heterosexuales uno de 0,542 –disculpen, pero no dispongo de datos del mercado de emparejamiento homosexual-. ¿Refleja mucha desigualdad? Si lo comparamos con las desigualdades económicas de los países, el mercado de emparejamiento de las mujeres está en la media, pero el de los hombres refleja más desigualdad que el 95% de las economías mundiales, equivalente al de un país con apartheid.
De nuevo ¿por qué ocurre esto? A lo largo de estas entradas han podido encontrar bastantes pistas, y en concreto una: las mujeres tienen una marcada preferencia por el estatus, y buscan emparejar hacia arriba. Ocurre que, a lo largo de los últimos 80 años, se han producido enormes avances en el acceso de las mujeres al mercado laboral, y su consiguiente ascenso en recursos ha restringido el número de candidatos atractivos a su disposición. Un 20 % de hombres de alto estatus domina el mercado de emparejamiento, y esto produce una serie de incongruencias y paradojas en nuestros días. Por ejemplo -frente a la supuesta «sororidad» y la «cooperación» que proclaman las nuevas feministas- se desarrolla una feroz competencia intrasexual ente mujeres. Las mujeres se ven obligadas a competir ferozmente entre ellas por el número menguante de machos apetecibles, y lo hacen según las preferencias de los hombres, que son el sexo escaso. Puesto que atractivo y juventud son dos criterios de atracción básicos para ellos, las redes se llenan de mujeres jóvenes que, a la vez que protestan contra la «cosificación» de la mujer, y se quejan de que los hombres somos unos guarros, se exhiben con vestuario menguante en lo que @spermifex denomina «fertility display». De paso, también mandan una señal de asequibilidad, algo que también atrae a los candidatos. «Una expresión novedosa de esta competencia entre mujeres, guiada por las preferencias masculinas, es que cuando (se) reduce la proporción de solteros atractivos, las mujeres publican selfies más sexualizados», dice la antropóloga Monique Borgerhoff. No me interpreten mal: no hay ningún tipo de juicio moral en esto. Pero hay que reconocer que contemplar el esfuerzo inconsciente de compatibilizar biología y moda es apasionante.
Las estrategias de emparejamiento de ambos sexos varían en función del ratio sexual, es decir, la relación entre el número de hombres y mujeres disponibles -convencionalmente se dice que es alto cuando hay más hombres que mujeres, y bajo cuando ocurre lo contrario-. Sin embargo lo verdaderamente relevante es el ratio sexual percibido, es decir, el número de candidatos disponibles que se percibe que hay, y para las mujeres éste ha descendido dramáticamente. La hipótesis tradicional dice que, ante las respectivas escaseces de sexo opuesto, hombres y mujeres rebajan sus niveles de exigencia, y los elevan cuando hay abundancia. Sin embargo no es esto lo que está ocurriendo. Ante la escasez de hombres, las mujeres son completamente reacias a reducir los estándares, mientras que los hombres, ante el excedente de mujeres, los bajan para conseguir variedad. El resultado es que las mujeres, reacias a copular o formar vínculos con compañeros de menor estatus, optan por «una mayor promiscuidad en detrimento de los emparejamientos estables» (Larsen, 2023). Esto puede ser una estrategia evolutiva desarrollada en entornos de poliginia, destinada a captar machos de alto estatus, pero actualmente los resultados no son simétricos para hombres y mujeres: en los primeros se satisface su deseo de variedad, y en las segundas se frustra su deseo de estabilidad. De nuevo, no intenten ver aquí juicios morales.
Todo esto provoca la expulsión del mercado del emparejamiento de un número creciente de hombres de bajo estatus. Un estudio (Almås et al., 2020) dice que los hombres noruegos con salarios altos tienen un 90% de probabilidades de tener pareja estable a los 40 años, mientras que para los de bajos salarios la probabilidad se reduce al 40%. Estamos hablando de porcentajes muy elevados de hombres condenados a una situación que provoca grandes frustraciones personales e importantes inestabilidades sociales (vean la entrada anterior). En resumen, el panorama actual parece caracterizarse por un elevado nivel de solteros, una mayor promiscuidad entre hombres de alto estatus y mujeres, y una creciente marginación sexual de los hombres de bajo estatus. En épocas previas una mayor promiscuidad favorecería una mayor natalidad, pero la existencia de métodos anticonceptivos eficaces elimina este efecto: si la mujer no encuentra un hombre aceptable para una relación estable a largo plazo, es improbable que se embarque en la maternidad.
El descenso de la natalidad es el problema existencial más acuciante de las sociedades occidentales. Es una tendencia que lleva observándose desde hace décadas y que, dada su complejidad, ha sido expulsada de la agenda partidista a favor de causas declarativas mucho más rentables. El caso es que no estamos política, económicamente, ni psicológicamente preparados para adaptarnos a un mundo con poblaciones menguantes, y toda esa cháchara achatarrada del decrecimiento no va a aportar soluciones. Las bajas tasas de natalidad son incompatibles con la pervivencia de nuestras sociedades. Para empezar, la reducción de la población laboral puede determinar la imposibilidad de mantener poblaciones envejecidas. Pero además, la menor natalidad incrementa la inestabilidad global. El experto geopolítico Peter Zeihan sugiere que el declive demográfico de Rusia está detrás de la invasión de Ucrania: las naciones poderosas pueden estar tentadas a crecer a costa de sus vecinos cuando su población declina. La recomendación habitual a este problema suele ser incrementar la inmigración, pero esto no está funcionando por muchos motivos. El primero el matemático: en países nórdicos se triplicó la población inmigrante entre 2000 y 2015 y la tasa de natalidad siguió menguando. Además, estudios recientes parecen demostrar que, en lugar de mejorar las finanzas nacionales, una inmigración masiva socavaría la viabilidad futura de los estados de bienestar occidentales. Y desde la crisis migratoria de 2015 muchos países están cambiando su orientación favorable a una mayor inmigración: el choque cultural es demasiado grande, y provoca grandes inestabilidades.
Pero si la inmigración no es la respuesta adecuada al descenso de natalidad, habrá que encontrar otras. ¿Cuáles? Algunos autores llegan a recomendar que se relajen las instituciones monógamas en los países occidentales para propiciar un retorno a la poliginia, a la que el sapiens muestra una clara inclinación, y que las actuales condiciones del mercado de emparejamiento han acentuado. Recordemos que la imposición de la monogamia por la Iglesia cristiana, que desde el siglo IV comenzó a disolver los clanes y tribus europeos, ha tenido efectos francamente buenos: según Christakis «contribuyó a la coevolución psicológico-institucional de Occidente que impulsó el surgimiento del mundo moderno». La poliginia tiene serios efectos secundarios: propicia niveles altos de testosterona en la sociedad, que reducen la cooperación intragrupal y favorecen un pensamiento suma cero. Según Mads Larsen, la poliginia subsahariana provoca retraso en el crecimiento económico y una fertilidad insosteniblemente alta, y Tertilt (2005) estimó que poner fin a la poliginia podría aumentar la producción per cápita en África en un 170% y disminuir la fertilidad en un 40%. Pero si la poliginia favorece mayores tasas de natalidad ¿sería la solución para occidente? ¿Sería la receta que África adoptara la monogamia y occidente retornara a la poliginia? Ni idea, pero no me digan que el debate no es interesante.
Y esta serie de entradas que hoy parece llegar a su fin –no lo garantizo- ¿para qué sirve? ¿No venimos preparados de fábrica para lanzarnos al mercado del emparejamiento? ¿No nos ha programado la evolución con los impulsos, emociones y recompensas sexuales necesarias? Pues sí, pero nuestra existencia es un continuo esfuerzo por armonizar nuestra biología, nuestra cultura y nuestra percepción consciente, o al menos que no chirríen demasiado. Además -al igual que lo que ocurre con el azúcar- esos impulsos que llevamos incorporados pudieron ser adaptativos cuando no nacieron y maladaptativos ahora; es posible que, en un época con sobreestimulación visual -¡ya salió el porno!- y una falsa apariencia de disponibilidad proporcionada por las redes, nos hayamos convertido en monos salidos, más glotones que gastrónomos del erotismo. En todo caso, conocer las reglas del juego nos puede ayudar a jugar mejor las cartas: un primate que, a lo largo de miles de generaciones, recibiera la recompensa adecuada, aprendería a envidar a grande cuando se le repartieran tres reyes, pero no entendería en absoluto el juego. ¿Somos nosotros los primates que no entienden las reglas cuando nos adentramos en el sexo? Pues un poco sí. Conocer las reglas permite que el juego sea más divertido. Y, en todo caso, permite entender mejor las posibilidades a nuestro alcance con las cartas que se nos han repartido, y jugarlas mejor. Pasen un buen viernes
VIERNES DE SEXO (THIS IS THE END, MY FRIEND) Las dos primeras décadas de este siglo han presenciado cambios notables en la actividad sexual de los hombres. Un estudio de Peter Ueda expone que el porcentaje de estadounidenses entre 18 y 24 años, que reportan no haber mantenido relaciones sexuales en el último año, ha ascendido del 19% al 31%, y otras encuestas indican que -en ese mismo periodo- el porcentaje de hombres que llegan vírgenes a los 30 años ha subido del 8% al 27%. Estas tendencias –que se repiten en otros países- afectan abrumadoramente a hombres de bajo estatus, y no se repiten en mujeres, lo que indica –para empezar- que algunos hombres están follando más. ¿Qué está ocurriendo? Los sospechosos habituales son las redes sociales y el porno, pero no parece que, ni remotamente, la respuesta se encuentre allí. Las apps de citas proporcionan datos interesantes. Ordenados en función de su atractivo para el otro sexo, el 20% de los hombres más deseados acapara la atención del 80% de las mujeres. Esto presenta un panorama melancólico para todos excepto ese 20% de hombres de alto estatus, que están en posición de dominio; algo que no ocurre con el 20% de mujeres más atractivas. Según la plataforma OKCupid las mujeres califican al 80% de los hombres como menos atractivos que la media, y este 80% recibe sólo un 30% de respuestas a sus avances. En cambio los hombres afinan mucho más y consideran que sólo un 50% de las mujeres son menos atractivas que la media, y aún este 50% recibe un 40% de respuestas. Como consecuencia de lo anterior, hombres y mujeres se enfrentan a distintos niveles de desigualdad cuando acuden al mercado de emparejamiento. Analizando las app de citas Tinder y Hinge se ha comprobado que las hembras heterosexuales afrontan un índice de Gini de 0,324, mientras que los hombres heterosexuales uno de 0,542 –disculpen, pero no dispongo de datos del mercado de emparejamiento homosexual-. ¿Refleja mucha desigualdad? Si lo comparamos con las desigualdades económicas de los países, el mercado de emparejamiento de las mujeres está en la media, pero el de los hombres refleja más desigualdad que el 95% de las economías mundiales, equivalente al de un país con apartheid. De nuevo ¿por qué ocurre esto? A lo largo de estas entradas han podido encontrar bastantes pistas, y en concreto una: las mujeres tienen una marcada preferencia por el estatus, y buscan emparejar hacia arriba. Ocurre que, a lo largo de los últimos 80 años, se han producido enormes avances en el acceso de las mujeres al mercado laboral, y su consiguiente ascenso en recursos ha restringido el número de candidatos atractivos a su disposición. Un 20 % de hombres de alto estatus domina el mercado de emparejamiento, y esto produce una serie de incongruencias y paradojas en nuestros días. Por ejemplo -frente a la supuesta «sororidad» y la «cooperación» que proclaman las nuevas feministas- se desarrolla una feroz competencia intrasexual ente mujeres. Las mujeres se ven obligadas a competir ferozmente entre ellas por el número menguante de machos apetecibles, y lo hacen según las preferencias de los hombres, que son el sexo escaso. Puesto que atractivo y juventud son dos criterios de atracción básicos para ellos, las redes se llenan de mujeres jóvenes que, a la vez que protestan contra la «cosificación» de la mujer, y se quejan de que los hombres somos unos guarros, se exhiben con vestuario menguante en lo que @spermifex denomina «fertility display-. De paso, también mandan una señal de asequibilidad, algo que también atrae a los candidatos. «Una expresión novedosa de esta competencia entre mujeres, guiada por las preferencias masculinas, es que cuando (se) reduce la proporción de solteros atractivos, las mujeres publican selfies más sexualizados», dice la antropóloga Monique Borgerhoff. No me interpreten mal: no hay ningún tipo de juicio moral en esto. Pero hay que reconocer que contemplar el esfuerzo inconsciente de compatibilizar biología y moda es apasionante. Las estrategias de emparejamiento de ambos sexos varían en función del ratio sexual, es decir, la relación entre el número de hombres y mujeres disponibles -convencionalmente se dice que es alto cuando hay más hombres que mujeres, y bajo cuando ocurre lo contrario-. Sin embargo lo verdaderamente relevante es el ratio sexual percibido, es decir, el número de candidatos disponibles que se percibe que hay, y para las mujeres éste ha descendido dramáticamente. La hipótesis tradicional dice que, ante las respectivas escaseces de sexo opuesto, hombres y mujeres rebajan sus niveles de exigencia, y los elevan cuando hay abundancia. Sin embargo no es esto lo que está ocurriendo. Ante la escasez de hombres, las mujeres son completamente reacias a reducir los estándares, mientras que los hombres, ante el excedente de mujeres, los bajan para conseguir variedad. El resultado es que las mujeres son cada vez más reacias a copular o formar vínculos con compañeros de menor estatus. En cambio, optan por «una mayor promiscuidad en detrimento de los emparejamientos estables» (Larsen, 2023). Esto puede ser una estrategia evolutiva desarrollada en entornos de poliginia, destinada a captar machos de alto estatus, pero actualmente los resultados no son simétricos para hombres y mujeres: en los primeros se satisface su deseo de variedad, y en las segundas se frustra su deseo de estabilidad. De nuevo, no intenten ver aquí juicios morales. Todo esto provoca la expulsión del mercado del emparejamiento de un número creciente de hombres de bajo estatus. Un estudio (Almås et al., 2020) dice que los hombres noruegos con salarios altos tienen un 90% de probabilidades de tener pareja estable a los 40 años, mientras que para los de bajos salarios la probabilidad se reduce al 40%. Estamos hablando de porcentajes muy elevados de hombres condenados a una situación que provoca grandes frustraciones personales e importantes inestabilidades sociales (vean la entrada anterior). En resumen, el panorama actual parece caracterizarse por un elevado nivel de solteros, una mayor promiscuidad entre hombres de alto estatus y mujeres, y una creciente marginación sexual de los hombres de bajo estatus. En épocas previas una mayor promiscuidad favorecería una mayor natalidad, pero la existencia de métodos anticonceptivos eficaces elimina este efecto: si la mujer no encuentra un hombre aceptable para una relación estable a largo plazo, es improbable que se embarque en la maternidad. El descenso de la natalidad es el problema existencial más acuciante de las sociedades occidentales. Es una tendencia que lleva observándose desde hace décadas y que, dada su complejidad, ha sido expulsada de la agenda partidista a favor de causas declarativas mucho más rentables. El caso es que no estamos política, económicamente, ni psicológicamente preparados para adaptarnos a un mundo con poblaciones menguantes, y toda esa cháchara achatarrada del decrecimiento no va a aportar soluciones. Las bajas tasas de natalidad son incompatibles con la pervivencia de nuestras sociedades. Para empezar, la reducción de la población laboral puede determinar la imposibilidad de mantener poblaciones envejecidas. Pero además, la menor natalidad incrementa la inestabilidad global. El experto geopolítico Peter Zeihan sugiere que el declive demográfico de Rusia está detrás de la invasión de Ucrania: las naciones poderosas pueden estar tentadas a crecer a costa de sus vecinos cuando su población declina. La recomendación habitual a este problema suele ser incrementar la inmigración, pero esto no está funcionando por muchos motivos. El primero el matemático: en países nórdicos se triplicó la población inmigrante entre 2000 y 2015 y la tasa de natalidad siguió menguando. Además, estudios recientes parecen demostrar que, en lugar de mejorar las finanzas nacionales, una inmigración masiva socavaría la viabilidad futura de los estados de bienestar occidentales. Y desde la crisis migratoria de 2015 muchos países están cambiando su orientación favorable a una mayor inmigración: el choque cultural es demasiado grande, y provoca grandes inestabilidades. Pero si la inmigración no es la respuesta adecuada al descenso de natalidad, habrá que encontrar otras. ¿Cuáles? Algunos autores llegan a recomendar que se relajen las instituciones monógamas en los países occidentales para propiciar un retorno a la poliginia, a la que el sapiens muestra una clara inclinación, y que las actuales condiciones del mercado de emparejamiento han acentuado. Recordemos que la imposición de la monogamia por la Iglesia cristiana, que desde el siglo IV comenzó a disolver los clanes y tribus europeos, ha tenido efectos francamente buenos: según Christakis «contribuyó a la coevolución psicológico-institucional de Occidente que impulsó el surgimiento del mundo moderno». La poliginia tiene serios efectos secundarios: propicia niveles altos de testosterona en la sociedad, que reducen la cooperación intragrupal y favorecen un pensamiento suma cero. Según Mads Larsen, la poliginia subsahariana provoca retraso en el crecimiento económico y una fertilidad insosteniblemente alta, y Tertilt (2005) estimó que poner fin a la poliginia podría aumentar la producción per cápita en África en un 170% y disminuir la fertilidad en un 40%. Pero si la poliginia favorece mayores tasas de natalidad ¿sería la solución para occidente? ¿Sería la receta que África adoptara la monogamia y occidente retornara a la poliginia? Ni idea, pero no me digan que el debate no es interesante. Y esta serie de entradas que hoy parecen llegar a su fin –no lo garantizo- ¿para qué sirven? ¿No venimos preparados de fábrica para lanzarnos al mercado del emparejamiento? ¿No nos ha programado la evolución con los impulsos, emociones y recompensas sexuales necesarias? Pues sí, pero nuestra existencia es un continuo esfuerzo por armonizar nuestra biología, nuestra cultura y nuestra percepción consciente, o al menos que no chirríen demasiado. Además -al igual que lo que ocurre con el azúcar- esos impulsos que llevamos incorporados pudieron ser adaptativos cuando no nacieron y maladaptativos ahora; es posible que, en un época con sobreestimulación visual -¡ya salió el porno!- y una falsa apariencia de disponibilidad proporcionada por las redes, nos hayamos convertido en monos salidos, más glotones que gastrónomos del erotismo. En todo caso, conocer las reglas del juego nos puede ayudar a jugar mejor las cartas: un primate que, a lo largo de miles de generaciones, recibiera la recompensa adecuada, aprendería a envidar a grande cuando se le repartieran tres reyes, pero no entendería en absoluto el juego. ¿Somos nosotros los primates que no entienden las reglas cuando nos adentramos en el sexo? Pues un poco sí. Conocer las reglas permite que el juego sea más divertido. Y, en todo caso, permite entender mejor las posibilidades a nuestro alcance con las cartas que se nos han repartido, y jugarlas mejor. Pasen un buen viernes.
Comentarios
El apunte de la mujer trabajadora y con recursos frente a ese abanico de hombres de los quie prescinde en el escalón bajo lo que les hace ver es que antes eran explotadas por un macho asalariado y ahora son explotadas por la sociedad capitalista.
En fin, que no cita un elemento de cambio importante: Antes una mujer se "colocaba" a perpetuidad conj un hombre que, aparte de otras habilidades, le aseguraba un hogar, descendencia y honorabilidad social.
Ahora una mejer media, cajera sin llegar a ministra como ejemplo de "mediocridad", resulta que tiene que trabajar tanto o mas que su madre, ama de casa sin mayores remilgos. ¡Menudo negocio! ¡Ha estudiado y trabaja una o dos veces mas! No le extrañe que la balanza del mercado incentive al ricachón rentista bien dotado... de todo.
Ese raro fenómeno también incide en la natalidad. Los hijos ya no son la estabilidad sino la mayor dificultad. Ni siquiera son un seguro en la vejez. Observar la natalidad desde el equilibrio en las camas en considerar un factor aislado dentro de la problemática cultural, social, económica y de valores de la sociedad.
Por otra parte si la virginidad a los 30 años fuera de 27% la inactividad el último año debería ser mucho más alta que el 31%.
Lo mismo podemos decir de los aumentos: de 19 a 31 es un 50% de 8 a 27 más del 300%.
Por lo demás me veo que crecerá el mercado de dni de humanos muertos.
También el móvil de contrabando. En propiedad o en alquiler.
Y eso que sólo he pensado un minuto en la forma de burlar a ese comité de establo.
Que hay variaciones en el clima es muy sabido. Que las hay a escala regional también.
Si uno lee historia verá lo que pasó en la edad media o con los irlandeses marchándose a América.
Ud. mismo puede ir de excursión por la ruta de neveras de piedra para almacenar nieve-hielo en lo alto de las montañas para delicia de los caciques del pueblo en verano.
Interesantes construcciones de piedra en desuso ya antes de que se inventara la fabricación de hielo. Por gasolina o por electricidad. Los del XIX debían de fumar una barbaridad.
Pero los predicadores de la catástrofe no hablan para nada de los residuos, basura y similares.
La misma forma de tratar a la agricultura y a la silvicultura por los de la UE denota que no se creen el cambio climático.