«No sigas a un guía ciego». Proverbio nepalí.
La naturaleza nos está orientando con el palo del dolor y la zanahoria del placer -decía Jeremy Bentham-, así que el mejor sistema político será el que minimice el primero y maximice el segundo. Charles Fourier usaría un argumento similar para desarrollar su teoría de las pasiones: éstas son las pistas que tenemos de los designios de Dios, y si diseñamos una sociedad –o un falansterio- en la que puedan florecer con exuberancia habremos conseguido una sociedad feliz, pues sin duda esa era la voluntad del creador al dotarnos de ellas. Obsérvese entonces que tanto Fourier como Bentham proponían una misma guía filosófica-moral: la sumisión a las pasiones –el primero- o al placer y el dolor –el segundo-. Si resulta, como Fourier cree, que ha sido el propio Dios el que nos los ha instalado para orientarnos hacia la felicidad el argumento tiene sentido; pero si ha sido la naturaleza la cosa es mucho más discutible.
Y además el utilitarismo de Bentham provoca inmediatos sobresaltos. Para empezar, como renuncia a ponderar la calidad de las utilidades, no hace distinciones entre las derivadas de la satisfacción de las necesidades fisiológicas más básicas -como atender un picor pertinaz o defecar- y las intelectualmente más sofisticadas. «Es mejor ser un ser humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; mejor ser un Sócrates insatisfecho que un idiota satisfecho. Y si el idiota o el cerdo tienen una opinión diferente, es porque sólo conocen un lado del asunto» contestaría John Stuart Mill, infructuosamente adiestrado por su padre en los principios del utilitarismo. Además, la sujeción estricta a la ley del placer y el dolor convierte en algo perfectamente satisfactorio el Mundo Feliz de Huxley, con sus habitantes atiborrados de soma. O la vida de una persona conectada a la «máquina de experiencias» propuesta por Robert Nozick, en la que unos electrodos suministran constantemente a su ocupante sensaciones placenteras. O Matrix.
Una objeción adicional es que, al buscar maximizar la utilidad total neta de la sociedad, el utilitarismo no entra en juicios morales. De modo que en una sociedad compuesta mayoritariamente por lobos el exterminio de los corderos puede ser perfectamente legítimo, si el placer de los primeros es superior al dolor de los segundos. Por la misma razón el utilitarista tendrá que aceptar el exterminio de los judíos si resulta que la utilidad obtenida por los nazis en el proceso es superior a la que obtendrían las víctimas al evitarlo. En la sociedad feliz de Bentham las minorías vivirán en permanente desasosiego. Incluso en el mejor de los casos el utilitarismo tiene la desagradable tendencia a convertir a las personas en números; una vez convertidas en cifras es fácil sacrificarlas si, en opinión del utilitarista de turno, se hace en beneficio de un número mayor.
¿Y todo esto por qué? Por seguir la guía proporcionada por la naturaleza. Pero es que a la naturaleza le importa un rábano el hombre –le importa un rábano todo, en realidad-. Ahora sabemos que en realidad son los genes los que ciegamente nos han diseñado para perpetuar, no nuestra especie, sino a ellos mismos. Ese complejo mecanismo con resortes de placer y dolor que somos resulta ser, en esencia, una máquina de supervivencia especialmente exitosa para los genes, exactamente igual que ocurre con el resto de los animales.
¿Y a qué viene todo este rollo? «Somos demasiados humanos; una plaga para la Tierra» decía ayer el científico Miguel Beato en EP. Y también «estamos creando malos genomas porque permitimos que todo el mundo, con el defecto que sea, miopía o lo que sea, se reproduzca y tenga hijos». Así que otra vez el guía ciego. No sé lo que es un mal genoma, pero difícilmente pude calificarse como mala la estrategia del gen que ha llenado la Tierra con sus copias. Hay que decir que, científico y todo, Beato ha captado con sus antenas adaptativas por dónde va el mainstream. «Somos una plaga y nos estamos cargando el mundo (…) con nuestras fábricas, nuestras ciudades, que son una monstruosidad total, la negación de la naturaleza, la contaminación», ha dicho. Y también «hubiera querido ser mujer porque lo más grande que hay en la especie humana es el hecho de que una mujer sea capaz de crear un cuerpo distinto con un genoma distinto dentro de su cuerpo y no generar anticuerpos contra él (…) Eso es increíble. Los hombres son superfluos, innecesarios, desde el punto de vista biológico, de la especie. Ahora, naturalmente, los hombres son casi tan importantes como las mujeres porque lo que cuenta es el cerebro, ya no hay evolución». Ejem, yo diría que el hombre no ha sido ni superfluo ni innecesario a lo largo de la evolución, y de hecho la mitad de ese genoma distinto que crece en el cuerpo de la mujer proviene de él. En fin, no sé si estamos creando malos genomas, pero considerar una plaga al humano –y superfluo al hombre- no parece una estrategia evolutivamente estable para la especie. Ni para los genes que porta.
Comentarios
A un paso de que nos ordenen morir por edades o clases o renta para evitar la saturación antiecológica
El Sr. Beato debería tener en cuenta que sí, que hay que mantener el genoma libre de defectos, siempre que el otro no establezca que el Sr. Beato el que lo tiene pésimo y hay que exterminarlo.
Hemos evolucionado mucho mas que el resto de las especies.