El Decreto Feijoo ha tenido la virtud de poner de manifiesto cuál es la verdadera posición de los partidos en materia lingüística, obligándolos a encuadrarse en uno de estos tres grupos. El primero de ellos es el de los que optan por imponer la lengua autóctona y perseguir a la común, y reúne a nacionalistas, socialistas y perroflautas diversos. El segundo es el de los propugnan la obligatoriedad de la enseñanza de ambos idiomas al 50%, y está integrado por el pp (hay que decir que este segundo grupo acaba pavimentando inexorablemente el camino hacia el primero). El último es el de los que defienden (los que defendemos) la libertad de elección y la no obligatoriedad de dominar la lengua autóctona en las comunidades bilingües, que ha quedado desamparado por los dos partidos mayoritarios. En cualquier caso, ni el votante socialista ni el del PP pueden ahora alegar ignorancia sobre la postura que están defendiendo con su voto.
Descartada obviamente la primera de las posturas citadas el debate entre las otras dos debe plantearse sin ambages, y eso es lo que ocurrió anoche en La Linterna entre Girauta, de Prada, Sánchez-Cámara y un cuarto comentarista que no sé quien era. Girauta defendió, un poco sorprendentemente, la obligatoriedad de dominar ambas lenguas oficiales en las comunidades bilingües, tachando de poco acorde con el sentido común la opinión de aquéllos que defienden la libertad de elección. Afirmó que ésta acabaría generando ghettos lingüísticos, un razonamiento que no entendí porque es precisamente la imposición lo que acaba generando privilegios y ciudadanías de segunda. Finalmente empleó un argumento falaz, el de decir que por qué no protestaron estos mimos en el 82 contra las leyes de Fraga que sentaban las bases de la situación actual, un argumento que prescinde la variable ‘tiempo’ en el análisis. De Prada, como es habitual, estaba en la luna, y habló del ‘acervo cultural’ y de lo hermoso que es que las nuevas generaciones aprendan el gallego y el catalán para leer las Cantigas de Alfonso X y las obras de Ramón Llull que, como todo el mundo sabe, es lo primero que van a hacer, y su entusiasmo fue tal que consiguió contagiar a Girauta. Por su parte, Sánchez-Cámara, con su habitual tono cortés y reposado, se opuso a Girauta exponiendo los problemas que genera la obligatoriedad de conocer las lenguas co-oficiales para aquellos españoles que se desplazan por dentro del territorio.
Este último me parece un punto fundamental del asunto. Afrontar el problema idiomático desde la perspectiva ‘cultural’ permite pasar por alto sus costes (¿qué importancia tienen éstos ante la lectura de las Cantigas de Alfonso X?) Y el más evidente de los costes, como Sánchez-Cámara puso de manifiesto, es la compartimentalización territorial, y la consiguiente limitación de la circulación de personas dentro del territorio español que, en el ámbito del las empresas públicas, tiende a desaparecer por completo en las comunidades con dos lenguas* (al convertir en obligatorio el dominio de las lenguas co-oficiales los ‘autóctonos’ acaban copando todos los puestos, lo que incluye, por supuesto, sectores como la educación o la administración de justicia)
Y todo esto antes de empezar a hablar de lo poco saludable que resulta para una democracia permitir a los políticos que se arroguen la facultad de eliminar las libertades de las personas, aunque sea por causas tan elevadas como el folklore.. Continuará.
* Los compartimentos acaban funcionando como membranas de gore-tex, que impiden el acceso hacia las comunidades con lengua autóctona, pero lo permiten desde estas.
Descartada obviamente la primera de las posturas citadas el debate entre las otras dos debe plantearse sin ambages, y eso es lo que ocurrió anoche en La Linterna entre Girauta, de Prada, Sánchez-Cámara y un cuarto comentarista que no sé quien era. Girauta defendió, un poco sorprendentemente, la obligatoriedad de dominar ambas lenguas oficiales en las comunidades bilingües, tachando de poco acorde con el sentido común la opinión de aquéllos que defienden la libertad de elección. Afirmó que ésta acabaría generando ghettos lingüísticos, un razonamiento que no entendí porque es precisamente la imposición lo que acaba generando privilegios y ciudadanías de segunda. Finalmente empleó un argumento falaz, el de decir que por qué no protestaron estos mimos en el 82 contra las leyes de Fraga que sentaban las bases de la situación actual, un argumento que prescinde la variable ‘tiempo’ en el análisis. De Prada, como es habitual, estaba en la luna, y habló del ‘acervo cultural’ y de lo hermoso que es que las nuevas generaciones aprendan el gallego y el catalán para leer las Cantigas de Alfonso X y las obras de Ramón Llull que, como todo el mundo sabe, es lo primero que van a hacer, y su entusiasmo fue tal que consiguió contagiar a Girauta. Por su parte, Sánchez-Cámara, con su habitual tono cortés y reposado, se opuso a Girauta exponiendo los problemas que genera la obligatoriedad de conocer las lenguas co-oficiales para aquellos españoles que se desplazan por dentro del territorio.
Este último me parece un punto fundamental del asunto. Afrontar el problema idiomático desde la perspectiva ‘cultural’ permite pasar por alto sus costes (¿qué importancia tienen éstos ante la lectura de las Cantigas de Alfonso X?) Y el más evidente de los costes, como Sánchez-Cámara puso de manifiesto, es la compartimentalización territorial, y la consiguiente limitación de la circulación de personas dentro del territorio español que, en el ámbito del las empresas públicas, tiende a desaparecer por completo en las comunidades con dos lenguas* (al convertir en obligatorio el dominio de las lenguas co-oficiales los ‘autóctonos’ acaban copando todos los puestos, lo que incluye, por supuesto, sectores como la educación o la administración de justicia)
Y todo esto antes de empezar a hablar de lo poco saludable que resulta para una democracia permitir a los políticos que se arroguen la facultad de eliminar las libertades de las personas, aunque sea por causas tan elevadas como el folklore.. Continuará.
* Los compartimentos acaban funcionando como membranas de gore-tex, que impiden el acceso hacia las comunidades con lengua autóctona, pero lo permiten desde estas.
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