Avatar, vista en 3-D, es una película espectacular, y espero que sirva para que los directores se den cuenta de una vez del filón que tienen en la ciencia ficción clásica, ahora que la tecnología les permite recrear perfectamente cualquier mundo, civilización o espécimen. La idea del avatar es brillante y sugestiva: conseguir trasladar la personalidad de un sujeto a otro cuerpo (es decir, conseguir aislar el alma: el nombre de la película está muy bien puesto) y la historia está muy bien contada, aunque le sobra metraje.
Sin embargo, lo más interesante es lo rápidamente que cautiva al espectador la vida en una tribu (y, correlativamente, lo fácil que le resulta menospreciar la propia civilización). Desde luego el ser humano tiene una enorme tendencia a integrarse en grupos, lo que le libera de la capacidad de decidir y da sentido a su existencia, y hay que reconocer que esta tribu en concreto tiene enormes alicientes: se desenvuelve en un mundo paradisíaco, utiliza animales voladores y las tías están buenas. Curiosamente, este instinto tribal del espectador no es incompatible con un enorme sentimiento de superioridad (disimulado, desde luego), y por eso no le sorprende que el avatar humano se haga con las riendas de la tribu en cuanto se lo propone. Más o menos el mismo sentimiento que se intuye en aquellos que se emocionan (estoy pensando en Sting) al verse mezclándose con tribus prehistóricas y resaltando su autenticidad y sus enormes valores espirituales (en contraposición con el podrido occidente) antes de volverse a su humilde mansión en la Toscana. Por mi parte, cuando las escenas de la tribu se alargaban echaba de menos a alguien con corbata, y me ponía los pelos de punta la visión de los miembros de la tribu realizando movimientos sincronizados para conectar con el Gran Espíritu del Árbol Esencial (o algo parecido), pues en esta película el ecologismo alcanza, ya sin ambages, la categoría de religión (esto es lo que hay, son los gustos actuales). En cualquier caso, no deben perdérsela.
Sin embargo, lo más interesante es lo rápidamente que cautiva al espectador la vida en una tribu (y, correlativamente, lo fácil que le resulta menospreciar la propia civilización). Desde luego el ser humano tiene una enorme tendencia a integrarse en grupos, lo que le libera de la capacidad de decidir y da sentido a su existencia, y hay que reconocer que esta tribu en concreto tiene enormes alicientes: se desenvuelve en un mundo paradisíaco, utiliza animales voladores y las tías están buenas. Curiosamente, este instinto tribal del espectador no es incompatible con un enorme sentimiento de superioridad (disimulado, desde luego), y por eso no le sorprende que el avatar humano se haga con las riendas de la tribu en cuanto se lo propone. Más o menos el mismo sentimiento que se intuye en aquellos que se emocionan (estoy pensando en Sting) al verse mezclándose con tribus prehistóricas y resaltando su autenticidad y sus enormes valores espirituales (en contraposición con el podrido occidente) antes de volverse a su humilde mansión en la Toscana. Por mi parte, cuando las escenas de la tribu se alargaban echaba de menos a alguien con corbata, y me ponía los pelos de punta la visión de los miembros de la tribu realizando movimientos sincronizados para conectar con el Gran Espíritu del Árbol Esencial (o algo parecido), pues en esta película el ecologismo alcanza, ya sin ambages, la categoría de religión (esto es lo que hay, son los gustos actuales). En cualquier caso, no deben perdérsela.
Comentarios
Dicho lo cual: no me aburrí nada viéndola y me mantuve atento de principio al fin; y eso que la vi desde el sofá de casa y no en una sala, donde es más complicado lo de levantarse a por un vaso de agua.
Felicidades por el nuevo aspecto del blog, que me ha permitido repasar críticas antiguas.