Año 1180. Con tan sólo un año de edad Antoku asciende al trono imperial. Es el cuarto de una serie de Emperadores manejados por la poderosa familia Taira, y el príncipe imperial Mochihito, enfadado al verse postergado en la sucesión, se ha aliado con Minamoto Yoritomo contra él. Así comienza la Guerra Genpei, un conflicto entre las familias Taira y Minamoto y sus respectivas marionetas imperiales. Por parte de los Minamoto, Yoritomo va a manejar la política –incluido el notable inconveniente de perder a su candidato Mochihito, muerto repentinamente- y su hermano Yoshitsune lo militar. Entre ambos conseguirán que los Taira sean derrotados y abandonen Kyoto, pero no podrán evitar que se lleven con ellos a Antoku y sus insignias imperiales.
Este es el problema: por muy poderosos que sean los Minamoto no pueden prescindir del Emperador que, para resumir, es un dios. Por eso en 1192 Minamoto Yoritomo –que para entonces ya se ha librado de su hermano- se proclama shôgun. ¿Qué es? Hasta ese momento, algo así como un ministro de la guerra; Yoritomo será el primero en usar el título para ser gobernante absoluto detrás de un Emperador-títere. Para enfatizar la separación entre el poder efectivo del shôgun y el poder nominal del Emperador, Yoritomo desplaza las instituciones de gobierno desde Kyoto a Kamakura.
Cuando Yoritomo muere prematuramente al caer del caballo el puesto de shôgun recae en su hijo: ya ha quedado claro que se trata de una monarquía hereditaria a la sombra del Emperador. Pero el hijo de Yoritomo es un hombre joven y piadoso que no está en absoluto preparado para lo que se le viene encima: su madre. En una inexorable secuencia Masako, la viuda de Yoritomo, hará abdicar a su hijo, que ingrese en un monasterio, y que sea asesinado. Después, nombrará shôgun a su vástago menor, pero dada su corta edad tendrá que nombrar un regente –shikken- para que actúe en su nombre. Ahora el poder real no está en el Emperador ni en el shôgun, sino en el shikken, convirtiendo la política japonesa en un vistoso espectáculo de sombras y marionetas.
En 1331 el Emperador Go-Daigo, viendo al abúlico shikken del momento decide recuperar para sí todos los poderes de gobierno. Lo consigue brevemente pero cinco años más tarde Ashikaga Takauji, un samurái aventurero, consigue restablecer el shogunato tras otro títere de sangre imperial. Ashikaga Takauji instaura su shogunato en Kyoto en el distrito de Muromachi, y así es llamado el periodo que media entre 1338 y 1573. Los sucesivos shôgun Ashikaga, entretenidos en sus luchas por el poder central, van perdiendo poder en las provincias en favor de los gobernadores de éstas. ¿Quién son éstos? Grandes samurái que, al menos nominalmente, ejercen el poder provincial en nombre de la autoridad central: de nuevo el teatro de sombras. En 1467 el inepto shôgun Ashikaga de turno decide dimitir y retirarse a la vida contemplativa. La lucha sucesoria –de nuevo con familias alineadas con cada uno de los candidatos- desata la guerra Ônin, que durará diez años y dejará la capital en ruinas.
Aquí queríamos llegar. La guerra Ônin marca el inicio del Sengoku jidai, el «periodo de los estados en guerra». Los samurái que gobiernan las provincias, que ya son de hecho independientes, pasan a ser daimyô, señores absolutos en sus respectivos territorios. El proceso que se desatará a continuación es previsible: los daimyô más fuertes se dedicarán a acrecentar su poder a costa de sus vecinos. Será el momento del caballeroso heroísmo de Shingen y Kenshin, y del más pragmático de los Nobunaga y los Tokugawa. También, de las vistosas batallas que inmortalizará Kurosawa.
El poder en la era Sengoku es una gota de mercurio que se estrella contra el suelo y se fragmenta; después las gotas más grandes van absorbiendo a las menores hasta volver a reunirse en un todo. Así, poco a poco, a lo largo de un siglo y medio, el poder disperso volverá a reunirse en la persona de un nuevo shôgun: Tokugawa Ieyasu.
El shogunato Tokugawa durará nada menos que 264 años: concretamente hasta que el comodoro estadounidense Matthew Perry, acompañado por una serie de buques de guerra, convenza al último shôgun de las bondades del comercio. Así empezará la Restauración Meiji y la modernización. Pero ahora mismo eso nos queda bastante lejos.
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