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EL MEME DE LAS TRES EDADES


En El gen egoísta Richard Dawkins propone el concepto «meme». De manera simétrica al gen –pues Dawkins pretende aplicar la teoría de la evolución a todo- el meme es la unidad básica con capacidad de perpetuarse –mutando a veces en el empeño- en el acervo cultural, asegurando la pervivencia de los más adaptados. ¿A qué? A la peculiar estructura intelectual y emocional del sapiens. Así los memes destinados a imponerse son las ideas más pegadizas, como esos jingles de los que no hay manera de librarse. Son ideas fáciles de digerir, sin grumos, y tienen algo en común con la Inception de Cristopher Nolan. La idea de Dios, según Dawkins, es un meme especialmente exitoso porque se adapta muy bien a nuestras necesidades emocionales de sentido y trascendencia. Él es un ateo beligerante empeñado continuamente en demostrar al lector –suélteme el brazo Dawkins- que Dios es el mayor mal que ha afligido a la humanidad, y en esto yerra el tiro. Desde luego hay un enorme potencial destructivo en la tendencia a dividir el mundo en puros e impuros y repartir estatus moral en función de esa división, pero esto se consigue tanto desde un púlpito como desde el Ministerio de Igualdad. En todo caso Dawkins no siempre consigue su propósito: su explicación de la evolución a partir de la mutación en El relojero ciego –las «moscas»- es tan precaria que parece reclamar inmediatamente la existencia de Dios.


No sé si Dawkins aceptaría lo que viene a continuación como meme, pero sin duda es curioso.

A finales del siglo XII el abad calabrés Joaquín de Fiore accedió a una revelación: en las Escrituras se encuentra encriptado el itinerario de la humanidad. Con esto el abad estaba realizando una asunción previa -que la humanidad se dirige hacia algún sitio-, pero si su ruta está prefijada, y es descifrable, se podrán predecir sus movimientos. Es, por tanto, el primer historicista, anticipándose en siete siglos a los que vendrían después. Joaquín de Fiore decidió que el Antiguo y Nuevo Testamento mostraban un patrón en la historia: un ascenso a través de tres sucesivas edades presididas por cada una de las personas de la Trinidad. La primera fue la Edad del Padre; la segunda, la contemporánea al abad, era la Edad del Hijo. La tercera, que estaba por llegar, era la Edad del Espíritu Santo. Comenzaría con la segunda venida de Cristo, duraría mil años, y comparada con las anteriores sería esplendorosa: como la luz del sol frente a la de las estrellas, o como el verano frente al invierno. Sería una edad dorada de amor, donde todos vivirían como hermanos sin conflictos ni privaciones. En concreto, precisó de Fiore, el mundo será como un vasto monasterio, expresión máxima para él de la felicidad y la virtud que pudo desconcertar a aquellos de sus lectores que esperasen una edad de oro más animada. La cifra de 1.000 años la extrajo directamente del Apocalipsis, que asegura que Jesucristo volverá a la Tierra en un momento no precisado, resucitará a los mártires -aquéllos que han sufrido persecución en su nombre- y reinará con ellos durante ese periodo de tiempo. Después vendrá el Juicio Final propiamente dicho, en el que Cristo resucitará a los demás y les asignará sus destinos definitivos en el cielo o el infierno.

Siete siglos más tarde el padre del positivismo y la sociología Augusto Comte, siguiendo a su maestro Saint-Simon, también decidió que la historia de la humanidad se dividía en tres fases. La primera es la del pensamiento teológico-religioso, en la que la explicación de todas las cosas se delega en una instancia superior; la segunda, la del pensamiento filosófico-metafísico, en la que la razón aún no ha roto decididamente sus cadenas con lo sobrenatural; la tercera y definitiva es la del pensamiento científico-positivo. De nuevo aquí hay asunciones implícitas, pues la gracia del meme es la chatarra que lleva de matute y en esto también se parecen a los jingles y eslóganes. Comte asumía que el pensamiento científico acabaría por extenderse a todo el ámbito de la experiencia humana incluyendo la moral y los valores: en algún punto estaba la sociedad ideal, éticamente perfecta, esperando a ser descubierta cuando los avances en la ciencia de la humanidad prosperasen lo suficiente. En ese momento, claro, la libertad sería prescindible y la discrepancia tendría que ser abolida: la última palabra sobre todo la tendría la ciencia. Este es el estado intelectual que Turgenev muestra en Padres e hijos.

Contra todo pronóstico el positivista y cientificista Comte decidió crear una nueva religión. ¿Creía en ella, o pensaba que sólo mediante las emociones religiosas podría llevar a las masas a su religión científica? Lo que sea, pero desarrolló un santoral propio –con Arquímedes y Descartes- y una liturgia que incluía vestiduras abotonables por detrás –para simbolizar que el hombre nada puede por sí solo- y darse golpecitos en determinadas partes del cráneo –siguiendo las indicaciones de la frenología al uso-. También preveía lugares de peregrinaje y una jerarquía eclesial presidida por su Sumo Pontífice Positivo, cargo en el que sin duda se visibilizaba a sí mismo. Por no faltar no faltaba ni el equivalente a la Virgen María, una mujer fallecida prematuramente de la que Comte estaba crónicamente enamorado. Lamentablemente la religión positivista no estaba destinada a durar mucho, aunque su lema «Orden y progreso» ondea en la bandera de Brasil.

No acaba aquí la historia. También Marx se sintió atraído por el jingle de las tres edades: distinguía entre el comunismo primitivo, la sociedad con clases y el comunismo definitivo con abolición del estado. Y en 1923 el publicista Moeller van der Bruck acuñó la expresión «Tercer Reich» que más tarde sería adoptado para reflejar el nuevo y definitivo orden nazi que estaba destinado a durar… 1.000 años. Como ven la política, la religión y la publicidad tiene raíces sólidas y entremezcladas. Pasen un buen día.

Comentarios

viejecita ha dicho que…
Hola Don Navarth.
Llevo una temporada bastante deprimida y acoquinada, y leo, pero no escribo.
Pero este hilo suyo me ha animado bastante.
Muchas gracias, pues.

Esto de las tres edades, me recuerda a la adivinanza de la Esfige
" ¿ qué empieza con cuatro patas, luego dos, y al final tres ?"

El número tres tiene algo, que intranquiliza.Y el 666, el número de la Bestia Aunque nos intenten convencer de que "El Número es el Siete." Todas esas cosas de los números son divertidísimas.
Y los "sabios" y los "gurus" nos los intentan meter de clavo.

Menos en aquello de "todos iguales para mí seréis, trece, catorce, quince y dieciséis "

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