Creo que hay un mecanismo perverso en la naturaleza humana que consiste en normalizar lo cotidiano, mediante el cual, lo que viene ocurriendo desde un tiempo suficiente pasa a ser considerado normal. Pasa, podríamos decir, a definir la normalidad, haciendo que se confunda lo que es habitual con lo que es normal. Por eso, es mucho más difícil detectar el mal cuando se está inmerso en él, cuando éste impregna la realidad cotidiana. Es más complicado, por ejemplo, detectar la maldad de una sociedad esclavista desde dentro que desde fuera. Posiblemente este mecanismo se combina con otro que alguien comentaba en el blog, creo, el pasado fin de semana: la subsanación de la maldad por el triunfo. Este mecanismo contribuye a explica perplejidades como la que nos asalta cuando vemos que Hitler disponía de un apoyo mayoritario en la Alemania de los años 30 del s.XX:
¿Quien ganó el debate? Veamos. Resulta que el Presidente del Gobierno fue acusado de negociar políticamente con una banda terrorista, de haber permitido que esa banda vuelva a percibir fondos públicos, de cambiar los criterios legales a su antojo y de mentir a lo largo de todo el proceso. El Presidente ni se molesto en intentar negarlo, volvió a mentir en directo al afirmar 1) que el Pacto por las Libertades dice una cosa distinta de la que realmente dice y 2) que no le consta la existencia del Pacto del Tinell, y ni siquiera consiguió manejar eficazmente la tinta de calamar, que, a falta de argumentos sólidos, era el único recurso efectivo a su alcance. Parece, sin embargo, que una gran parte de la sociedad ya ha normalizado que un Presidente del Gobierno puede negociar con una banda terrorista y mentir con desfachatez a los ciudadanos. Quizás esta sea la herencia perdurable de Zapatero.
¿Quien ganó el debate? Veamos. Resulta que el Presidente del Gobierno fue acusado de negociar políticamente con una banda terrorista, de haber permitido que esa banda vuelva a percibir fondos públicos, de cambiar los criterios legales a su antojo y de mentir a lo largo de todo el proceso. El Presidente ni se molesto en intentar negarlo, volvió a mentir en directo al afirmar 1) que el Pacto por las Libertades dice una cosa distinta de la que realmente dice y 2) que no le consta la existencia del Pacto del Tinell, y ni siquiera consiguió manejar eficazmente la tinta de calamar, que, a falta de argumentos sólidos, era el único recurso efectivo a su alcance. Parece, sin embargo, que una gran parte de la sociedad ya ha normalizado que un Presidente del Gobierno puede negociar con una banda terrorista y mentir con desfachatez a los ciudadanos. Quizás esta sea la herencia perdurable de Zapatero.
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