Siempre hay alguien que, en estos casos, se apresura a decir que los agresores no son más que una minoría, aunque hagan mucho ruido. Con esto zanjan el asunto como si no tuviera nada que ver con ellos. Pero, en realidad, hay dos fenómenos interrelacionados que están en el sustrato de episodios como el de ayer: la siembra de odio y la buena consideración social de los agresores. La siembra de odio es evidente. Por un lado, los nacionalistas se definen siempre frente a alguien: España, Madrit o lo que sea. Pero, además, Zapatero ha hecho de la marginación del PP uno de los elementos esenciales de su política. “No es lo mismo” reza su lema principal, que podría expresarse como “bueno, sí, no aspiramos a gustarte, pero al menos no somos el PP”Como consecuencia de lo anterior, los agresores no están mal vistos. Ya hay muchos que hablan su idioma, y entienden perfectamente que se llame fascistas, y aún terroristas, a los del PP. Como mucho, se limitan a deplorar, de boquilla, para cumplir con la etiqueta social, la exuberancia juvenil con la que se emplearon los “increpantes”. Otros, seguramente van más allá, y ven en ellos a los necesarios sacudidores del árbol y suministradores de nueces.
Esta buena consideración social proporciona a los primates que ayer aullaban a María San Gil una salida afortunada para su odio que, encubierto con un mínimo barniz ideológico, les permite, de paso, satisfacer un natural afán de protagonismo. Renuncio a averiguar cuál es la frustración real que los hace especialmente receptivos al odio, quizás un exceso de acné juvenil, pero ahora ellos se consideran héroes.
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La colosal metedura de pata de Zapatero con Gabilondo no aporta nada nuevo a los que, desde hace mucho, sabemos que su buenismo tontorrón no es más que una careta (bastante cutre) para ocultar un sectarismo extraordinariamente agresivo. Sin embargo, para sus adeptos tendría que haber resultado muy revelador escuchar de labios de su propio Líder que es él quien realmente está embarcado en una política deliberada de crispación. No obstante, podemos sospechar la magnitud del efecto que el descubrimiento ha provocado en esos fieles: cero. Incluso los Medios Leales se permiten devolver la pelota y llamar crispante al que ha revelado que es en Zapatero en quien concurre esa voluntad deliberada de crispar. Todo el mecanismo está ya perfectamente engrasado, y todo puede ser canalizado contra el PP. Creo que esta canalización ocurriría, por ejemplo, incluso si ahora se descubriera que los agresores de María San Gil eran, en realidad, Bermejo y Moratinos disfrazados (por poner dos miembros del Gobierno suficientemente macarras).
Por cierto, creo que Redondo Terreros no es el que era. En primer lugar, ha negado la existencia de cualquier tipo de responsabilidad en esa agresión más allá de la de los propios agresores, como si no hubiera habido, estos últimos seis años, una política deliberada de Zapatero de crispación, siembra de odio y marginación del PP. En segundo, se ha adherido a la explicación oficial de la metedura de Zapatero consistente en que tensión equivale asépticamente a movilizar y concienciar a los electores.
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