Así que decidió que había que diseñar nuevos trenes, a pesar de que los antiguos funcionaban perfectamente y de que ella no tenía ni idea de ingeniería. Por eso acudió a una Delegada del Gobierno contra la Incomunicación –que se suponía que era técnica- y a su jovial Secretaria de Estado. Entre las tres diseñaron un nuevo tren al que bautizaron como «que sí, que sí» y lo presentaron en el Congreso. La Ministra desechó las primeras críticas de chapucería como «anticomunicacionistas», y las voces callaron porque una denuncia de ese tipo era cosa seria y servía para inflamar a las masas. Surgieron algunos informes técnicos poniendo en duda que los nuevos trenes cupieran por los túneles. Pero de nuevo los descarto por «negacionistas»: «no habrá ni un solo túnel por el que no quepan», aseguró la Ministra. Todas estas críticas son una campaña de la derecha y la ultraderecha para crear «pánico tunelístico». Y así los nuevos trenes fueron aprobados y se pusieron en funcionamiento. La Ministra y el Presidente del Gobierno aseguraron orgullosos que los nuevos trenes eran «pioneros» y que marcarían el camino para el resto de los países. La finalidad –hacer propaganda- estaba conseguida.
Pero cuando los nuevos trenes llegaron al primer túnel se comprobó que las dimensiones eran, en efecto inadecuadas: el tren no cabía. La Ministra soltó entonces una soflama acusando a los maquinistas de «anticomunicacionistas». «No saben interpretar el nuevo tren», decía la Delegada, así que es necesario un proceso de reeducación. Pero los casos seguían aumentando: cada vez que el tren llegaba a un túnel se quedaba encajado, y la Secretaria de Estado se mondaba de risa. Es igual que los trenes no quepan, explicaba a sus amigas: «lo importante es el cambio de paradigma». Otras compañeras de la Ministra empezaron a decir que, en realidad, ellas nunca habían pretendido que los trenes cupieran en los túneles. Y el portavoz Pachi von Bismarck intentó explicar la teoría de los trenes elásticos que se podían arrugar y desarrugar.
Pero el Presidente estaba preocupado. A él le importaba un rábano que los viajeros llegaran en tren o tuvieran que ir en mula, pero su popularidad iba en descenso. Su anterior Vicepresidenta, además, había reconocido que en el Gobierno se habían dado cuenta del problema desde el comienzo, pero que no se habían atrevido a decir nada a la Ministra de Fomento porque tenía muy mal genio. Mejor dejarle jugar con los trenes y los túneles, afirmó. En fin, que el Presidente acabó diciendo que presentaría un proyecto de modificación de los trenes, y todo el mundo esperaba que fuera Pachi quien la explicara. ¿Y la Ministra? Pues no dimitió, ni fue cesada.
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