La Revolución Francesa no fue un accidente: fue un episodio particularmente abrupto de una tendencia inexorable que avanzaba desde lejos: la «revolución democrática». Tocqueville sabe que es imparable, le causa inquietud…
«Todo este libro que está ahora ante los ojos del lector ha sido escrito bajo la presión de una especie de terror religioso, provocado en el alma de su autor por la visión de esta irresistible revolución que ha progresado a lo largo de tantos siglos sobrepasando todos los obstáculos, y que ahora mismo continúa avanzando entre las ruinas que ha causado».
…y pretende domesticarla. Amortiguar sus peligros –que anticipa con asombrosa clarividencia- y hacerla compatible con la libertad, que es lo que realmente le preocupa. En ese momento democracia es, sencillamente, sinónimo de igualdad: la igualdad de oportunidades que se obtiene cuando se eliminan los privilegios y las barreras construidas por la sangre, la clase o la casta. Define así la democracia por oposición a la aristocracia, el sistema basado en la jerarquía y en privilegios legitimados por la tradición.
Tocqueville, que proviene de la aristocracia, no elude responder qué sistema le parece mejor. Con todos sus defectos, nos dice, la aristocracia favorecía una mayor grandeza, un mejor gusto, e incluso una mayor inclinación hacia el estudio. Sin embargo la democracia propicia una tranquila prosperidad:
«Si os parece útil desviar la actividad intelectual y moral del hombre hacia las necesidades de la vida material y producir el bienestar (…) si vuestro objetivo no es crear virtudes heroicas sino hábitos pacíficos (…) si en lugar de actuar en el seno de una sociedad brillante, os basta con vivir en medio de una sociedad próspera; si, en fin, el objetivo principal de un gobierno no es, según vosotros, el de dar al cuerpo entero de la nación la mayor fuerza o la mayor gloria posible, sino procurar a cada uno de los individuos que la componen el mayor bienestar, y evitarle lo más posible la miseria, entonces igualad las condiciones y constituid el gobierno de la democracia».
En resumen, con una democracia…
«La nación en su conjunto será menos brillante, menos arrogante, menos fuerte quizás, pero la mayoría de los ciudadanos disfrutarán de un mayor grado de prosperidad».
Las sociedades democráticas son menos brillantes, pero más confortables. Podría parecer una aspiración algo modesta, pero no está mal. Alejarse de las altisonancias que el concepto habitualmente invoca permite a Tocqueville detectar desapasionadamente sus peligros, mucho antes que la mayoría de sus contemporáneos. Él sabe que la igualdad y la libertad –e insistamos en que ésta última es lo que más le preocupa- no caminan necesariamente unidas ni son fácilmente compatibles.
En todo caso la discusión entre aristocracia y democracia es ociosa porque ésta es inevitable. Así que decide estudiar el país en el que, a diferencia de Francia, parece haberse consolidado sin grandes sobresaltos. Así nace La democracia en América. A partir de un viaje que realiza en 1831 con su amigo Gustave de Beaumont para estudiar el sistema penitenciario, Tocqueville recorre el país durante meses observando sus costumbres e instituciones. En 1835 publicará el primer volumen de su obra y en 1840 el segundo.
La democracia en América detecta las principales amenazas hacia la libertad en un régimen democrático. Digamos tres: 1) la expansión del poder hacia todas las esferas de la vida, 2) el «individualismo», el aislamiento de las personas respecto de la comunidad, y sobre todo 3) la «tiranía de la mayoría». A partir de aquí será el propio autor el que más hable.
1) Aunque, según Tocqueville, la centralización del poder ya había empezado en el Antiguo Régimen, con la democracia se consolida su carácter abstracto y burocrático. Es entonces cuando comienza a penetrar en todos los rincones de la sociedad:
«Los ciudadanos están sujetos a la vigilancia de la administración pública, y son arrastrados insensiblemente y como sin saberlo a sacrificarle todos los días alguna nueva parte de su independencia individual; los mismos hombres, que de cuando en cuando derriban un trono y pisotean la autoridad de los reyes, se someten sin resistencia cada vez más a los menores caprichos de cualquier empleado».
El ciudadano, al igual que la rana pacíficamente escaldada al subir gradualmente la temperatura, acaba desprovisto de su libertad por este poder anónimo y asfixiante. La burocracia genera un sistema de dominación impersonal y desapasionado, pero con un potencial infinitamente más opresivo que lo conocido hasta entonces. Este despotismo administrativo…
«no destruye las voluntades, pero las ablanda, las somete y las dirige; obliga raras veces a obrar, pero se opone incesantemente a que se obre; no destruye, pero impide crear; no tiraniza, pero oprime; mortifica, embrutece, extingue, debilita y reduce, en fin, a cada nación a un rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo pastor es el gobernante».
2) Si bien la democracia contribuye a priorizar las personas sobre la comunidad, y con ello a desarrollar los derechos humanos, el individualismo resultante tiene un reverso tenebroso: la ruptura de la cohesión social.
«A medida que las condiciones se igualan, se encuentra un mayor número de individuos que (…) han adquirido (…) o han conservado, bastantes luces y bienes para satisfacerse a ellos mismos. No deben nada a nadie; no esperan, por decirlo así, nada de nadie; se habitúan a considerarse siempre aisladamente y se figuran que su destino está en sus manos. Así, la democracia no solamente hace olvidar a cada hombre a sus abuelos; además, le oculta sus descendientes y lo separa de sus contemporáneos. Lo conduce sin cesar hacia sí mismo y amenaza con encerrarlo en la soledad de su propio corazón».
La ruptura de los lazos religiosos y comunitarios, y de los que unen el pasado con el futuro, priva a los ciudadanos de un relato integrador. El resultado es una sociedad civil atomizada frente a un Estado omnipotente. Además Tocqueville anticipa varios aspectos de lo que más tarde se denominará «sociedad de masas». Aisladas en su esfera individual, desprovistos de lazos comunitarios, las personas son muy vulnerables y propicias a ser moldeadas, manipuladas y encauzadas.
Los anticuerpos que, según Tocqueville, la sociedad americana desarrolla frente a estos dos primeros peligros son el vigor de la política municipal –en la que todos los vecinos participan activamente-, la tendencia de los americanos a agruparse en asociaciones de todo tipo, y la pervivencia de la religión. El primero contribuye a debilitar la centralización del poder, y todos ellos a atenuar el individualismo y a proporcionar un sentido de pertenencia cohesionador de la sociedad.
3) Cuando Tocqueville advierte de que si al poder despótico que la revolución ha pretendido eliminar…
«lo sustituyesen los pueblos democráticos por el poder absoluto de una mayoría, el mal no haría sino cambiar de carácter. Los hombres no habrían encontrado los medios de vivir independientes; solamente habrían descubierto, cosa singular, una nueva fisonomía de la esclavitud».
… se refiere a un peligro detectado por los federalistas norteamericanos: el poder despótico que se atribuye democráticamente a las «facciones» vencedoras en contiendas electorales cuando la única regla es la mayoría. En una sociedad de 51 lobos y 49 hombres, éstos se convertirán democráticamente en el menú de los primeros. «Dad todo el poder a los muchos y oprimirán a los pocos; dad todo el poder a los pocos y oprimirán a los muchos», había avisado Hamilton. No es gran consuelo saber que eres oprimido por una mayoría en vez de por una minoría, añade Tocqueville: «en cuanto siento que la mano del poder pesa sobre mí poco me importa saber quién me oprime; y por cierto que no me hallo más dispuesto a poner mi cuello bajo el yugo porque me lo presenten un millón de brazos».
El remedio está, sin duda, en no dar todo el poder a los pocos ni a los muchos. En dividirlo de manera que cada una de las partes resultantes controle y contrapese a las otras. Y en un escrupuloso respeto a las leyes vigilado por los jueces. Y también es imprescindible una prensa libre:
«Creo que los hombres que viven en las aristocracias pueden, en rigor, pasarse sin la libertad de prensa, pero no los que habitan los países democráticos. Para garantizar la independencia personal de éstos, no confío en las grandes asambleas políticas, en las prerrogativas parlamentarias, ni en que se proclame la soberanía del pueblo. Todas estas cosas se concilian hasta cierto punto con la servidumbre individual; mas esta esclavitud no puede ser completa, si la prensa es libre. La prensa es, por excelencia, el instrumento de la libertad».
Como ven, los ecos de las advertencias de Tocqueville resuenan en la actualidad.
(Continuará)
Comentarios
Leeré con sumo interés todo lo que escriba sobre Tocqueville y a ver si tengo tiempo de leerme para empezar algún capítulo de la "Democracia en América"
Y también el progresismo -el disfraz que utiliza el poder administrativo para presentarse como social, comunitario y trascendente- parecería un remedio. Cuando la ideología es el sedante que utiliza el estamento administrativo sobre la ciudadanía para que no se entere de que le parasita. O como las sanguijuelas de los médicos medievales, mientras te desangra el tipo te dice que te esta salvando. Esto es exactamente lo que hace esta peña con los impuestos en la economía productiva.
Benja, es exactamente ese el problema: cómo conseguir potenciar nuestra tendencia emocional a la cooperación sin despertar nuestra tendencia tribal a la destrucción del otro. Potenciar el patriotismo evitando el nacionalismo. Tal vez sea imposible.
Rehaciendo una entrada he encontrado un comentario tuyo que hoy entiendo mucho mejor:
«Me explico. En realidad no creo que sea el odio lo que une a estos grupos, sino el amor. El amor según un mecanismo de comunicación primitivo. Al fin y al cabo el hombre siempre se ha unido para cazar y no sabe hacerlo para amar, así sin más, siempre necesita un cordero sacrificial. La formula elemental masculina, incluso diría que humana, para decir “Te quiero” a cualquiera de su grupo de pares es “Ese miembro del Ellos es un hijodeputa” o “habría que matarlo”. La violencia es proporcional a la necesidad de aceptación y de pertenencia del enamorado gregario. Está claro, cuanto más necesitado está de aceptación más necesidad de exagerar el odio al ellos. Su elementalidad no tiene nada que ver con su estatus social ni con la crisis ni la pobreza. De hecho la riqueza puede ser sentida como un déficit identitario, suele serlo, que acentúe la violencia hacia el ellos del millonario. Casos de estos los hay a patadas. Tengo muchos primos en esta situación».
En suma, tú tenías razón. También añadías:
«Además, estas personalidades siempre han existido. Son esas personas de fidelidades elementales que no las queremos cerca en el día a día rutinario, pero que queremos a nuestro lado cuando hay problemas extraordinarios que incluyen la posibilidad de una paliza, o una guerra».
Sobre esto, tienes que ver «Capitán Conan» de Tavernier
La tribu, siempre la tribu.