Erwin Staub, al analizar el Holocausto, expone que no fue tanto el resultado de una decisión única de maldad incomprensible –que también existió- sino un camino pavimentado por innumerables vilezas y cobardías cotidianas. Si a lo largo de él los decisores y espectadores hubieran levantado la voz, o se hubieran opuesto al curso de los acontecimientos, quizás el resultado habría sido muy distinto. De modo similar, en el Gran Salto Adelante, la ambición política y la cobardía de los dirigentes del Partido alfombró de silencio el camino a la muerte de millones de personas.
Recordemos que los dirigentes provinciales estaban envueltos en una competición para ver quiénes ofrecían mejores cifras de producción agrícola e industrial (ver El gran Salto Adelante 1). Estas cifras vivían en la propaganda, pero tenían efectos reales: determinaban las cantidades que salían de las provincias con destino a las grandes ciudades o la exportación, dejando a aquéllas sin suministros suficientes. Cuando la realidad afloraba en forma de carencia, hambre y muerte los líderes eludían afrontarla, ajustaban la disonancia y buscaban enemigos imaginarios a los que trasladar el fracaso.
Pero sí hubo gente que alzó la voz, y el proceso de destrucción podría haberse detenido -limitando las pérdidas humanas- si otras voces se hubieran sumado. El momento es el 2 de julio de 1959; el sitio, la conferencia que los líderes del Partido celebraban en Lushan; el protagonista el Ministro de Defensa, general Peng Dehuai.
Peng Dehuai es uno de los más renombrados generales de Mao. Ha luchado eficazmente, tanto contra el Kuomintang de Chiang Kai-shek, como contra los japoneses, y ha sido uno de los artífices del triunfo de Mao. Peng ha nacido en Xiangtan (Hunan), y en una visita ha contemplado horrorizado la destrucción. Ha comprobado que la colectivización apresurada, la masiva movilización de campesinos para proyectos industriales no siempre eficientes, y la escasez absoluta de alimentos los está llevando a la muerte por decenas de miles. Peng se decide entonces a escribir una carta a Mao, que le entrega en Lushan: «Soy un hombre sencillo, y sin duda soy brusco y carezco de tacto. Por esta razón, si mi carta tiene o no valor debes decidirlo tú. Por favor, corrígeme si me equivoco». A continuación pasa a describirle minuciosamente cuál es la catastrófica situación en Xiantang.
Cuenta su médico personal que Mao pasa esa noche en vela. Tampoco se deja ver el día siguiente, pero el segundo día ya ha tomado una decisión: hace distribuir una carta denunciando el ataque al Gran Salto Adelante por grupos derechistas. La mayoría de los líderes, contemplando a Peng Dehuai como a una especie en extinción, se alejan apresuradamente de él. No todos: Zhang Wentian, viceministro de asuntos exteriores, decide denunciar los problemas causados por el Gran Salto Adelante: los objetivos son absurdos, las cifras presentadas delirantes y la gente se está muriendo masivamente de hambre. Cuando termina de hablar se alza contra él un coro de atemorizados pelotas, que se rasgan las vestiduras e impostan indignación. Al día siguiente Mao habla durante tres horas a los asistentes. En su discurso mezcla sus habituales frases proféticas con un mensaje claro: es necesario cerrar filas o el país colapsará; cualquier crítica al Partido es traición. Este es un mecanismo habitual en los partidos, que convierte en virtud la omertà y en sabiduría el miedo. En un Partido con liderazgo absoluto, sólo caben héroes o esclavos.
Mao acaba su discurso con un ultimátum: el Partido debe elegir entre él y Peng Dehuai. Es decir, entre la propaganda y la verdad. Lin Biao, otro de los generales de Mao, se encarga de traducir el mensaje para los más obtusos: «Sólo Mao es el Gran Héroe, un papel al que nadie puede aspirar. Todos nosotros estamos a mucha distancia de él, o sea q ni se os ocurra pensar en ello».
La cosa aún puede desequilibrarse si Zhou Enlai y Liao Shaoqi apoyan a Peng. Ambos son los máximos líderes del Partido por detrás de Mao –Zhou Enlai es el Premier, algo parecido a un Primer Ministro si se tratara de una estructura democrática; Liu Shaoqi es el máximo órgano del cuerpo legislativo- . Pero Zhou Enlai es estructuralmente incapaz de oponerse a Mao: ya ha descubierto hacía tiempo que su única posibilidad de supervivencia política es la abyección total y la asunción de todas las críticas dirigidas al Lider. Liou Shaoqi acabará reaccionando, pero con un año de retraso.
Tras dejar claro que se encuentran ante un sabotaje derechista, Peng se ve obligado a hacer “autocrítica”: reconoce que sus comentarios han sido «errores de oportunismo derechista contrarios al partido, contrarios al pueblo y contrarios al socialismo». Así que a la hambruna –que la cobardía general decide ignorar- se añadirá en los siguientes meses una feroz represión «antiderechista». Aquellos dirigentes que han intentado suavizar en sus provincias los efectos de El Gran Salto serán apartados de sus puestos y sustituidos por apparatchicks con menos escrúpulos: esta parece ser también una dinámica habitual en los partidos.
En octubre de 1960 un informe sobre las muertes por inanición –las cifras ya llegan a decenas de millones- llega a la mesa de Li Fuchun, al frente de la Comisión Estatal de Planificación. Tras edulcorarlo, y despojar al Líder de toda responsabilidad, Li se lo pasa a Mao, que finge escandalizarse y delega toda responsabilidad en técnicos y planificadores. En la primavera de 1961 prominentes líderes del Partido viajan por todo el país en viajes de inspección, y el Gran Salto Adelante es discretamente abandonado. Mao culpa de la hambruna –cómo no- a derechistas, elementos contrarrevolucionarios, y campesinos ricos. También a los planificadores y técnicos:
«Deberíamos prohibir todos esos informes incomprensibles. Vosotros sois universitarios, profesores, grandes mentes acostumbradas a Confucio, yo soy un simple aprendiz, así que deberías escribir en lenguaje claro».
Sin embargo, Liu Shaoqi reconoce que el Partido es el verdadero responsable de las muertes por inanición de los campesinos, y así lo reiterará en los siguientes meses: «Al ejecutar la línea del Partido, al organizar las comunas, al organizar el trabajo para el Gran Salto Adelante ha habido muchas debilidades y errores; en realidad, muy muy serias debilidades y muy serios errores». Los efectos de la hambruna se irán atenuando, pero se alargarán hasta el final de 1962. Mao agradecerá posteriormente su sinceridad en la Revolución Cultural.
EPÍLOGO
El Gran Salto Adelante, la creencia en que el paraíso comunista podía ser alcanzado por la mera Voluntad, se cobró 45 millones de vidas; de entre ellas, al menos 2,5 millones de personas no murieron de hambre sino directamente torturadas y asesinadas en la implantación del plan, que adicionalmente dañó la agricultura, la industria y el comercio, y destruyó la moral de los habitantes. Ante la magnitud del desastre aparecieron dentro del Partido facciones opuestas al Líder; para purgarlas y continuar al frente, Mao desencadenaría la Revolución Cultural. Pero esta es otra historia.
EPÍLOGO
El Gran Salto Adelante, la creencia en que el paraíso comunista podía ser alcanzado por la mera Voluntad, se cobró 45 millones de vidas; de entre ellas, al menos 2,5 millones de personas no murieron de hambre sino directamente torturadas y asesinadas en la implantación del plan, que adicionalmente dañó la agricultura, la industria y el comercio, y destruyó la moral de los habitantes. Ante la magnitud del desastre aparecieron dentro del Partido facciones opuestas al Líder; para purgarlas y continuar al frente, Mao desencadenaría la Revolución Cultural. Pero esta es otra historia.
Comentarios
Ahora, a mantener los dedos cruzados y estar preparados para que no nos pase a nosotros nada parecido aquí.
Que yo tenía una tía venezolana, que decía que en Venezuela no podía pasar lo qu había pasado en Cuba, y les llegó Chavez, y luego Maduro...
Y me encanta que escriba de nuevo tan seguido...
Y muchas gracias por preguntar