«La masculinidad vis-à-vis del pene es un constructo incoherente. Aquí proponemos que el pene conceptual se comprende mejor cuando se lo considera no como un órgano anatómico, sino como un constructo social genérico-performativo altamente fluido».
Altamente fluido. El artículo era de Peter Boghossian y James Lindsay que un año más tarde, acompañados de Helen Pluckrose, publicaron en Gender, Place & Culture: A Journal of Feminist Geography el estudio «Reacciones humanas a la cultura de la violación y la performatividad queer en áreas de juego para perros de Portland, Oregón». En esta ocasión la tesis defendida era que la tolerancia al sexo entre canes era una prueba más de la «cultura de la violación», concepto que ya por entonces había abierto una interesante vía para el estudio de las sociedades heteropatriarcales.
Unos meses más tarde los mismos autores publicaron otro artículo en la revista Sex Roles que explicaba –tras dos años de estudio según el método del «análisis temático del diálogo de sobremesa»- por qué los varones heterosexuales iban a comer a la cadena Hooters –si no la conocen, busquen en la red-. Este apasionante estudio, por cierto, sería complementado por Richard Baldwin «An Ethnography of Breastaurant* Masculinity». Finalmente Boghossian, Lindsay y Pluckrose publicaron «Nuestra lucha es Mi lucha» en una revista de «trabajo social feminista» en la que se limitaron a barajar la jerga feminista al uso con pasajes de Mein Kampf. Era una gigantesca burla, claro. Un nuevo Sokal. Todos estos artículos disparatados habían pasado los filtros de sesudos académicos y así los autores habían demostrado que la jerga del neofeminismo era un galimatías indistinguible de la parodia. Quizás por eso es un campo en el que no abunda el sentido del humor.
A lo que íbamos. La ministra Irene Montero insinuó desde su púlpito en el Congreso que dos tercios de los españoles (todos los hombres y las mujeres de derechas) fomentan la violación. Lo hizo porque es su manera habitual de funcionar: a falta de argumentos se presenta como si estuviera defendiendo la luz de la virtud en un oscuro heteropatriarcado de pecadores. «Cultura de la violación» clamó como un inquisidor furibundo, con esa gesticulación que le hace parecer Peter Cushing en Twins of evil. Enseguida su escudera Pam salió al quite -no, no, no, lo de la «cultura de la violación» es un término académico, que sois muy incultos y muy brutos- y Yolanda Díaz siguió por ese mismo camino, pero no coló. Ellas tampoco hubieran aceptado con ecuanimidad que alguien dijera –por ejemplo- que Irene Montero es un digno representante de la «cultura de la estupidez» y luego se pusiera a dar explicaciones técnicas.
Lo cierto es que, de forma comprensible, los políticos se resisten a desvelar que lo suyo es un mero movimiento religioso, así que disfrazan de ciencia sus dogmas. La cosa funciona así. Se redactan un montón de artículos absurdos y/o incomprensibles pero con aroma de erudición, y si es posible se inventa algún término con apariencia científica –interseccional, microagresión, violencia vicaria…- y a partir de ese momento cualquiera puede invocarlos y señalar al rival gritando «penitenciagite» de forma científica. Únicamente hay que tener cuidado de no incluir entre los citados a Boghossian, Lindsay, Pluckrose o a cualquiera que se dedique a desenmascarar a estos farsantes inquisidores.
Comentarios
Mater Dolosa
(Defendiendo la Ley SíSí)
Pero esa belleza se lo debe a sus genes, También ocurre con la inteligencia, y la capacidad de trabajo . O sea,se la debe a sus padres y abuelos. Y, por supuesto , a la Suerte, que sin la Suerte ,es decir , sin el favor de los dioses. por mucho que uno se esfuerce y trabaje no sale a flote.
O sea, que si pretende luchar por la igualdad, tendrá que defender que se enmiende a la Naturaleza y a los dioses, y que no sólo se expropien las tierras , el dinero y los negocios heredados de padres y abuelos, sino que se rompa la nariz, o así, a los que destaquen por su belleza física, y que se lobotomice a los que destaquen por su inteligencia, ( también heredados ), para hacerlos más feos y más tontos, igualándolos hacia abajo con la media, y que así nadie les tenga envidia...
Hacía tiempo que no me reía tanto.