Suponemos que los partidos políticos existen para solucionar las cosas. Asumimos que tienen distintas visiones de los problemas de la comunidad, y proponen sus particulares recetas para atenuarlos. De este modo los ciudadanos pueden escoger aquellas opciones que mejor se ajustan a su propia visión, o satisfacen mejor sus propios intereses. Idealmente este es el juego político; el problema es que no es cierto.
En general, los partidos no buscan aportar soluciones -que normalmente no tienen- a problemas que habitualmente desconocen: lo que buscan es sobrevivir, porque proporcionan sustento a un número apreciable de gente. Y como en una democracia hay que consultar periódicamente al mercado (electoral), lo que buscan desesperadamente –a veces cómicamente- es encontrar nichos de mercado en los que situarse y retener un número suficiente de clientes/electores. ¿Cómo una empresa de detergentes? Como una empresa de detergentes, pero con resultados destructivos.
El nicho ideal del partido político es el que cumple dos condiciones: a) está dentro de la «hegemonía cultural» (o la moda, si prefieren) y b) permite levantar barreras de entrada frente a los rivales políticos. Pero en realidad la condición más importante es la segunda, porque la primera puede construirse si se dispone de un control suficiente de los medios y un adecuado nivel de sectarismo en los votantes habituales: este proceso se llama «mover la ventana de Overton». Fíjense en el caso del aborto: no había una especial demanda social para modificar la legislación sobre el asunto, pero las profundas discrepancias morales que despierta lo convierten en una mercancía muy cotizada. Ya lo decían los Simpson, aborto para unos y banderitas para otros, y desde el punto de vista del PSOE y Podemos éste es un nicho perfecto en el que el adversario político no puede entrar. Dirán ustedes que Ciudadanos hizo algo parecido con la gestación subrogada, y no les faltará razón. Al menos era una bandera más bonita.
Lo que quiero poner de manifiesto es que esta dinámica de nichos o trincheras es bastante perversa al menos por tres razones. La primera –obvia- es que, en lugar de áreas de entendimiento, los partidos acaban buscando afanosamente espacios de confrontación; contribuyen así a ahondar las divisiones en la sociedad, y son catalizadores perfectos de la polarización.
La segunda es que estos asuntos capaces de polarizar acaban desplazando de la agenda política a otros que, no sólo son mucho más acuciantes, sino que además podrían contar con un mayor consenso social: una triste paradoja que conoce todo aquél que haya pasado por el Congreso. Esta alteración de la agenda hace que las reformas más necesarias en la sociedad –del modelo educativo, del mercado laboral, de las pensiones- sean indefinidamente pospuestas por asuntos mucho menos relevantes y encima más divisivos; se dinamita el Pacto por la Educación, pero a cambio somos recompensados con un delirante Ministerio de Igualdad.
La tercera es que el partido acaba arrastrando a sus votantes a estos nichos de su conveniencia, donde pueden acabar defendiendo las posturas más disparatadas sencillamente porque son las que más convienen a su partido. Retrocedan 15 años en el tiempo, avisen al votante del PSOE donde llegará a estar y verán –o habrán visto, puesto que están en el pasado- la cara de incredulidad que ponen. Dirán ustedes que esto es culpa de los votantes y que se fastidien, y así es, pero no infravaloren la irresponsabilidad de los líderes que no dudan en envilecer a aquéllos.
«Ley de hierro» llamó Michels a la paradoja según la que los partidos, elementos esenciales de la democracia, no son democráticos en su funcionamiento. «Ley de hojalata» podemos llamar a la evidencia de que, con frecuencia, los partidos agravan los problemas de la sociedad en lugar de solucionarlos. ¿Tiene esto solución? Quizás poco a poco, si los votantes comienzan a sentirse estafados al votar a vendedores de crecepelo disfrazados de estadistas. Esta situación no parece estar cerca.
Comentarios
Se podrá poner objeciones con mucho fundamento pero a la vista del ansia con el que, todos por fin de acuerdo en algo piden que vayamos a votar el día de la fiesta de la democracia, el día de las votaciones, no es mala solución que vaya a votar menos de la cuarta parte de los ciuaddanos.
Todo lo que sea ir aclarando las razones y motivos por los que estamos pasando de una cultura de debate a una cultura perversa de confrontación, nos ayuda a no caer en las trampas constantes a los ue nos someten los medios.
Kantarepe
Enhorabuena, Fernando.
¿ Por qué no se presenta usted a las próximas elecciones como independiente ? Con un programa sensato , racional y bien educado, de esos a los que nos tiene usted acostumbrados, y que echamos mucho de menos desde que no está en el Congreso ?
Explicando que usted, yendo sólo, tendría libertad para centrarse en los temas que les importan de verdad a los españoles, y de buscar a ministros que supieran algo del tema que les correspondiera, y suprimiría chiringuitos, cuñados, enchufados, y novietas...
Se le unirían muchos, de todas partes, y le votaríamos muchíssimos.
Y, aunque no ganase las elecciones a la primera, su candidatura sería un buen aviso a navegantes, como lo fueron otros al principio, ( y no quiero señalar ).
Sabemos todos que la maldad naciente está en la ley electoral que ni PP ni PSOE quieren cambiar. Ahí se parte el bacalao y ahí se decidió que todos no somos iguales, a pesar de que lo diga la Constitución. Mientras, como d. AI, conmigo que no cuenten