«Esta es la enfermedad de nuestra era. Cabría esperar que los granjeros, por ejemplo, hablaran sobre el ganado y las cosechas, y los soldados sobre batallas y disciplina militar, y las prostitutas tal vez sobre vestidos, belleza y su éxito con los hombres. Pero no, cada vez que se reúnen dos o tres en tabernas, burdeles, cuarteles o cualquier otro lugar, inmediatamente empiezan a discutir, con pretensiones de erudición, sobre cualquier oscuro aspecto de la doctrina cristiana».
La descripción, de Robert Graves, corresponde a Constantinopla en el siglo V, envuelta en animadas disputas sobre la Santísima Trinidad y en especial sobre la persona del Hijo. Para los ortodoxos Jesucristo tenía a la vez naturaleza divina y humana, y estas dos cualidades no estaban «ni separadas ni confundidas». En cambio los monofisitas entendían que la naturaleza humana se había disuelto de algún modo en la divina, así que no cabía hablar de doble naturaleza. Había más opciones, claro. Los plotinianos entendían que Jesucristo era sólo hombre; los nestorianos, que era más bien Dios. Para los arrianos –herejía que tendría gran aceptación entre las tribus germánicas- Jesucristo era sencillamente un semidiós. Todos ellos reforzaban sus posiciones con citas extraídas de la Biblia y complicadas argumentaciones. Y todos ellos –esta era la clave- entendían que los otros eran malvados herejes, encarnaciones del mal que ponían en peligro la verdadera fe.
Todas estas teorías tenían una ventaja indudable: no eran «falsables». No se podía demostrar que eran falsas –tampoco verdaderas- así que podían desarrollarse tranquilamente al margen de los hechos y propiciar discusiones interminables. Como recuerda Graves estas discusiones bizantinas no se limitaban al clero o a intelectuales. En el Hipódromo, los proto-hooligans Azules y Verdes se adscribieron respectivamente y con entusiasmo a las doctrinas ortodoxa y monofisita. Eso les permitía masacrarse virtuosamente entre ellos, porque una parte esencial de religiones e ideologías es su capacidad para tribalizar la sociedad y expresar la pertenencia a cualquiera de los grupos resultantes.
El caso es que cuanto algo se moraliza se tribaliza: sirve para trazar la raya imaginaria entre Nosotros y Ellos y para atizar con el objeto moralizado a estos últimos. Y recordemos que las reglas morales solo sirven para Nosotros; con Ellos es legítimo, y aún recomendable, ser malo. Todo sirve, rojos y verdes, culos y tetas.
Comentarios
(Hay que tener cuidado, que por menos te degollaban)
Muchas Gracias, Don Navarth
Viejecita, gracias a usted por su amabilidad