«Y envió Hiram (en sus naves) a sus siervos, marineros y diestros en el mar, con los siervos de Salomón, los cuales fueron a Ofir y tomaron de allí oro, cuatrocientos veinte talentos*, y lo trajeron al rey Salomón». Reyes 9: 27-28
* 42,3 toneladas
No queda claro dónde estaba Ofir el misterioso reino del que Salomón extraía oro para equilibrar sus presupuestos, pero en 1568 Álvaro de Mendaña creyó haberlo descubierto en un lugar inesperado: los mares del sur. Realmente tampoco está claro por qué Mendaña lo creía, y por qué llamó Islas Salomón al archipiélago en cuestión porque, si bien se trataba de tierras fértiles habitadas por aborígenes amistosos, no había descubierto en ellas ni una onza del preciado metal. Tal vez exageró los atractivos de las islas porque tenía intención de volver para colonizarlas, y con ese reclamo sería más fácil aparejar una futura expedición. Aún así Mendaña tuvo que esperar veintisiete años hasta que el virrey del Perú, Don García Hurtado de Mendoza, marqués del Cañete, la aprobara. Para entonces los piratas ingleses Drake y Hawkins estaban haciendo correrías por el Pacífico, y el virrey consideraba útil la creación de establecimientos permanentes en el pacífico que sirvieran de puestos avanzados en la ruta a Filipinas.
La encomienda a Mendaña de Su Majestad Felipe II incluía el encargo de «fundar tres ciudades, una de ellas la capital, cada cual con sus leyes y Ayuntamiento; esta tarea debe concluir dentro de los seis años que la colonización de las islas pueda exigir para su acabamiento». A cambio Mendaña recibiría un marquesado y el título hereditario de gobernador de las islas.
Partieron del puerto de El Callao el 10 de abril de 1595. La nao capitana era la San Gerónimo, y completaban la flota el galeón Santa Isabel, la galeota San Felipe, y la fragata Santa Catalina, esta última tan deteriorada y con la obra viva tan podrida que los marineros se referían a ella como 'El Santo Sepulcro'. El piloto mayor y capitán de la San Gerónimo era el portugués Pedro Fernández de Quirós que como muchos otros estaba convencido de la existencia de un enorme continente aún por descubrir en el hemisferio sur, necesario para equilibrar las masas continentales del norte. Si este continente ignoto no existiera, pensaban, la tierra se descompensaría y se hundiría.
La expedición se torció casi desde el primer momento. Mendaña parecía haber perdido su ímpetu de antaño, y acostumbraba a pasear por el barco con un hábito de franciscano que casaba mal con el mando de una partida turbulenta de aventureros. Pero los pantalones abandonados por Mendaña habían sido asumidos por su guapa mujer Isabel Barreto, que conservaba intacto su carácter -que realmente era mal carácter-. Ella y sus hermanos controlaban de hecho la expedición. Para completar el panorama, el coronel Merino al frente de los soldados era impertinente y lenguaraz, y tenía poca consideración por el clan Barreto.
Aún más problemas: existía una separación absoluta de funciones entre marineros y soldados, y éstos despreciaban a aquéllos. Ésta es por cierto una de las razones que algunos autores aducen para explicar por qué la marina inglesa, mucho menor que la española pero en la que ambos cuerpos funcionaban perfectamente integrados, acabaría por dominar el mundo.
En el camino hacia las Salomón Mendaña descubrió un archipiélago desconocido al que llamó Islas Marquesas de Mendoza: ya tenía cierta experiencia en branding, y se había percatado de que 'Islas Marquesas del Cañete' habría resultado mucho menos comercial. La vegetación desbordaba las orillas, los nativos eran alegres y las nativas eran guapas: podemos visualizar la llegada de las naves a las Marquesas como una vuelta de los hombres al Paraíso, y con los resultados que cabría esperar. Porque entre los expedicionarios, por mera aplicación de las reglas de la probabilidad, había auténticos malvados; y portaban arcabuces. Y los malos instintos se reprimen mejor dentro de las restricciones de la civilización que en un Edén sin reglas. En resumen Mendaña había decidido dejar una pequeña colonia en la isla, pero el primer encuentro con los indígenas acabó a tiros:
«y uno (de los nativos) por salvarse se echó a nado llevando un hijo en los brazos, y aferrados los dos fueron a fondo de un arcabuzazo que disparó uno, que decía después con gran dolor que el diablo había de llevar a quien se lo había mandado. Diciéndole a esto el piloto mayor que si tanto lo había de sentir que (hubiera disparado) por alto, dijo que (no lo había hecho) por no perder la opinión de buen arcabucero; y el piloto mayor, que ¿de qué le había de servir entrar en el infierno con fama de buen puntero?».
Mendaña continuó viaje y en el camino perdió la Santa Isabel, posiblemente una deserción. Transcurridas unas semanas descubrió las islas Santa Cruz, unas 2.700 millas al este de las Salomón, donde los españoles fundaron una colonia y Mendaña se hizo muy amigo de Malope, el cacique local. En ese momento los españoles se dispusieron a asumir el cruel papel que suelen atribuirnos los protestantes, y se desencadenó la tragedia. Porque soldados y colonos estaban muy descontentos por no encontrar el oro que esperaban, y comenzaron a conspirar para volver a Perú. Entonces los Barreto creyeron que era el momento oportuno de librarse del coronel:
«un Juan Antonio de la Roca echó mano de las (gorgueras) del maese de campo, y le dio dos puñaladas una por la boca y otra por los pechos: y segundó un sargento con un cuchillo bohemio que le dejo enclavado en el lado. El maese de campo dijo: ¡Ah, mis señores!. Fue a poner mano a su espada. Más el capitán del machete lo derribó casi del brazo derecho, y cayó diciendo: ¡Ay! ¡Ay! ¡Déjenme confesar! Respondióle uno: no es tiempo; tenga buena contrición».
Y todo así. Algunos de los allegados del coronel siguieron su suerte, y mientras tanto otros soldados, con el fin de crear malestar con los indígenas y forzar así la vuelta a España, habían volado la cabeza a Malope. Mendaña, cada vez más desmoralizado y anulado por su mujer, perdía salud a ojos vistas y al poco tiempo murió. Isabel Barreto, gobernadora y jefa de la expedición a partir de ese momento, decidió abandonar la colonia, y ordenó a Fernández de Quirós poner rumbo a las Filipinas, dando comienzo a un viaje terrible en el que pronto las provisiones escasearon:
«La ración que se daba era media libra de harina, de que sin cernir se hacían unas tortillas amasadas con agua salada y asadas en las brasas; medio cuartillo de agua lleno de podridas cucarachas, que la ponían muy ascosa y hedionda. (...) apenas había día que no se echasen a la mar uno y dos, y día hubo de tres y cuatro: y fue de manera, que para sacar los muertos de entre cubiertas, no había poca dificultad.».
La escasez de agua no alcanzaba a los Barreto, y la propia Doña Isabel la usaba sin restricciones para lavar su ropa. Antes de llegar a las Filipinas se perdieron el San Felipe y el Santo Sepulcro, pero Quirós, en una prodigiosa hazaña de navegación, consiguió llevar la San Gerónimo -para entonces una especie de barco fantasma tripulado por esqueletos- a Manila. Años más tarde Fernández de Quirós organizaría su propia expedición para encontrar la misteriosa Terra Australis. Según algunos lo hizo.
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Comentarios
Lo he vuelto a disfrutar. Y he vuelto a la entrada de La Argos dondo lo había publicado usted antes, y que nos enlaza. ¡ Que pena tan grande la cantidad de Argonautas de aquella época que ya han desaparecido !
Y en estos momentos tan desesperanzadores estas entradas suyas, de descubrimientos, de películas, de libros, de cuando España era España, se agradecen doblemente.
Un abrazo
En el blog no se atreven pero seguro que hay mucho curioso por conocer sus pensamientos.