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CINE DE VERANO: LOS SOPRANO, MADRE E HIJO


Para los que hayan pasado los últimos años en otro planeta contaré que Toni Soprano es el jefe de una familia de la mafia en New Jersey. Y si esto les ha evocado a Marlon Brando en El Padrino, apresúrense a desechar la imagen. Toni Soprano es un palurdo al que es frecuente ver con camisas de imposibles estampados, camisetas de tirantes, e, incluso, chandal. Aunque uno de sus atuendos favoritos es el que emplea en su lujosa casa, situada en una exclusiva urbanización: chancletas y un albornoz entreabierto que permite ver unos calzoncillos conteniendo trabajosamente una pujante panza.

Su banda también carece por completo de glamour, pero a cambio está integrada por algunos de los peores hijos de puta de la pantalla. Gente como el psicópata narcisista Richie Aprile, al que el espectador verá atropellar repetidamente a su antiguo socio hasta dejarlo parapléjico porque opina que no le ha observado el respeto suficiente. O el histriónico Ralph Cifaretto, que mata a golpes a su amante embarazada, una bailarina de veinte años, guapísima y terriblemente ingenua: la pobre no sabe dónde se ha metido, y cree que Ralph está enamorado de ella y dispuesto a formar una familia. Los gangsters rivales no son mucho mejores. Ahí está Phil Leotardo… Por cierto, creo que el asunto de los apellidos ha hecho bastante daño a la serie en España. Yo mismo, cuando oía hablar de Los Soprano, pensaba en una serie cómica. De lo de Phil Leotardo, para que hablar.

En cualquier caso, todos estos malos inspiran auténtica repugnancia al espectador, y eso está bien. Pero Toni Soprano es otro asunto. Insistamos: estamos hablando de un mafioso hortera que no tiene el menor inconveniente en matar si considera que alguien puede obstaculizar su camino. Y en ese caso nadie está a salvo, ya sea su mejor amigo, su sobrino favorito, o la novia de éste. No es precisamente una buena persona, y sin embargo… Y sin embargo el espectador acaba tomando partido por él. He aquí que inadvertidamente cruza la línea y se encuentra del lado de los malos. Propongo tres explicaciones al fenómeno.


Una. Toni es malo, pero no tanto como el resto de los personajes que circulan por la serie. Por ejemplo, es un padre de familia desbordado por la adolescencia de sus hijos y preocupado, tanto por mantenerlos alejados de su propio ambiente criminal, como de proporcionarles una buena educación. Dos. Se admira a Toni Soprano porque es capaz de definir sus propias reglas e imponer su propia justicia. Como a Charles Bronson cuando ejerce de justiciero con cara de chino. El espectador llegará a olvidar sus ideas sobre el estado de derecho, y a desear fervientemente que Toni imparta su particular justicia sobre el violador de la Doctora Melfi -el dilema moral de ésta es uno de los grandes momentos de la serie-. Y permítanme aquí una digresión. El estado de derecho consiste en el reconocimiento de que sólo un frágil trámite separa a la civilización de la caca: el cumplimiento de la ley. Pero -y este detalle es frecuentemente olvidado por políticos y burócratas- este cumplimiento tiene que estar dirigido a un objetivo: el restablecimiento del frágil entramado de respeto entre las personas. Cuando este resultado no se alcanza, se acaba mirando anhelante al Toni Soprano de turno, que de respeto suele entender bastante. Fin de la digresión. Tres. Sencillamente, Toni es malo pero simpático. Por eso llega a cautivar incluso a su propia psicoanalista. Por eso, el malo simpático es, finalmente, más peligroso que el malo repugnante. Y metidos en este tema les anuncio que, si me es permitido volver a abusar de su paciencia, puede que haya una futura entrada sobre el malo cinematográfico en el que más claramente concurren las cualidades de malo y simpático. Se admiten apuestas.
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¿Se puede describir satisfactoriamente una imagen con palabras? José María de Pereda lo intentó con los paisajes de Santander mediante la exhaustiva enumeración de árboles, arbustos, y accidentes geográficos -como una infortunada promoción del Colegio Maravillas podría atestiguar-. Yo, para no ser menos, intento aquí describir cuál es el gesto característico de Livia Soprano: un movimiento descendente de la mano, como tratando de desechar al interlocutor, que expresa simultáneamente hastío, paciencia inagotable llevada al límite, y desdén supremo. El gesto viene acompañado de un sonido que parece condensar eficazmente la frase «otra vez con tus chorradas ¿hasta cuándo tendré que aguantarlo?».

Livia Soprano es la suegra ideal que uno desearía para su peor enemigo. Como madre tampoco está mal. Obtiene su satisfacción de hacer desgraciado a cualquiera que entre en su radio de acción. Y lo consigue con un método infalible: haciéndole sentir culpable. De modo que, cuando hay gente delante, Livia se presenta como una anciana desvalida injustamente tratada por la vida y por todo el mundo. Su víctima favorita es Toni, y el hecho de que consiga provocarle ataques de ansiedad dice mucho a favor de su técnica. Cuando Toni, ayudado por su psicoanalista, comienza a alejarse del campo gravitatorio de culpabilidad materna, Livia, sencillamente, conspira para asesinarlo.

Livia Soprano es un personaje inmortal, cuya creación habría envidiado Shakespeare. Dejémoslo aquí. Váyanse a la playa y reflexionen sobre el asunto. Buenos días.

Publicado originalmente en esta nave amiga

Comentarios

Nautica ha dicho que…
Muy buenooO!!!!!!
navarth ha dicho que…
Vaya Náutica muchas gracias y sea muy bienvenida. Esta entrada forma parte de una serie sobre malos de cine que Santiago González amablemente nos dejó publicar en su blog. Un saludo.

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