El alcaide de la prisión es Woodward W. Lopeman (Henry Fonda), y su historia también es interesante. En su anterior trabajo de sheriff acudió a un saloon en el que el borracho Floyd Moon (Warren Oates) estaba disparando en todas direcciones. Lopeman, que está ungido con una confianza ciega en la naturaleza humana, pidió a Floyd que le entregara su arma tras dejar la suya propia sobre la barra para demostrarle su buena intención. Como era previsible, Floyd disparó al desarmado Lopeman, y fue desactivado a su vez por el barman que, menos idealista que Lopeman, le rompió una botella en la cabeza. Resultado final del encuentro: Hobbes-2; Rousseau-0.
Lopeman se ha quedado cojo tras su encuentro con el buen salvaje. Es, diríamos, un alcaide progresista, y quiere motivar a los presos (lo peor de cada casa) para, con su colaboración, convertir el penal en una cárcel moderna. Pretende para ello contar con el liderazgo de Pitman.
Y es que Pitman no sólo es inteligente, sino simpatiquísimo, y por tanto la persona indicada para involucrar a los otros presos en el proyecto de Lopeman. No sólo ha ido cautivando sucesivamente a todos sus compañeros de celda y a otros huéspedes del presidio («conseguiría convencer a un coyote de que es un pollo», dice de él uno de ellos con admiración), sino también al obtuso Floyd, que también ha acabado en el desértico antro, e incluso a un hermético psicópata chino de proporciones hercúleas. Pitman ha intentado previamente sobornar a Lopeman con una parte de su botín escondido, y comprobar la integridad del alcaide le ha supuesto una estancia en la celda de castigo. Ahora accede a cooperar con él.
Y efectivamente con la intercesión de Pitman el penal mejora de forma sorprendente. Los muros son pintados, es construido un nuevo comedor, e incluso los presos acceden a bañarse de vez en cuando. Tan contento está Lopeman que organiza un banquete para mostrar su éxito a las autoridades… y el desastre se desencadena. Porque a Pitman lo único que le interesa es fugarse y disfrutar de su botín, y ha estado preparando cuidadosamente un plan de fuga en cuyo desarrollo va sacrificando fríamente a todos sus asociados. Se revela así su verdadera naturaleza. Finalmente, sólo Floyd consigue acompañar a Paris en la fuga, únicamente para ser asesinado por éste a continuación. La muerte de Floyd es especialmente repulsiva. Pitman ha trabajado mucho para convencerlo de que es su único amigo, y es obvio que el desengaño resulta a Floyd más doloroso que el balazo.
Mientras tanto dos de los engañados por Pitman descubren que ha dejado abandonadas sus gafas en la huida, y que éstas no están graduadas. Comprueban así que las lentes formaban parte de su camuflaje de simpatía: trataban de difuminar una mirada cuya malicia, difícil de ocultar, habría desmentido la jovialidad de su sonrisa.
Por su parte Lopeman ha asistido meditabundo al motín desatado por Pitman. Después emprende su persecución, lo encuentra… y se lleva el botín. El título original de la película es There was a crooked man. Crooked es torcido, corrupto o deshonesto. Queda por tanto decidir si hace referencia a Pitman, a Lopeman o a ambos.
Por cierto, éste es el único western que rodó Mankiewicz, quien estaba especialmente orgulloso de que Lopeman encontrara el rastro de Pitman por la boñiga de su caballo, pues, afirmaba, los directores clásicos nunca las habían mostrado previamente. Que esto aporte algo a una película está por discutir.
El día de los tramposos (There was a crooked man). Joseph L. Mankiewicz, 1970
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