El mundo democrático moderno comienza con la defensa de que el gobierno de los no elegidos (es decir, el de aquéllos que acceden a el por herencia) es injusto, y debe ser sustituido por el de los seleccionados. Pero cuando Rousseau y los pensadores de la Ilustración defendían este principio, lo hacían porque estaban convencidos de que los seleccionados serían los mejores, y, de este modo, implícitamente estaban defendiendo la necesidad de un criterio de valor y capacidad en el acceso al poder.
Sin embargo, desde entonces, la elección de los gobernantes se ha basado en criterios meramente cuantitativos (tantos votos, tanto poder). Esto es una exigencia ineludible del principio de igualdad, que otorga a cada hombre un voto, pero, obviamente, la cantidad no conduce necesariamente a la calidad (más bien lo contrario). Pero los primeros gobernantes eran perfectamente conscientes de que el mero número no era una aspiración suficiente. Tomas Jefferson, en su discurso inaugural, dijo eso de que “aunque la voluntad de la mayoría debe prevalecer en todos los casos, para que sea justa debe ser razonable”.
¿Y ahora? Pues en España la cosa ha empeorado notablemente. Por un lado, la elección está llevando al poder a personajes tan obviamente incapaces como Bibiana Aído, Montilla, o Leire Pajin. Pero además, y esto es más grave, parece haberse renunciado a la necesidad de que los gobernantes sean los mejores: Es más, cualquier reclamación en ese sentido comienza a parecer sospechosamente antidemocrática. Cuando Zapatero dijo aquello de “Sonsoles, no sabes la cantidad de cientos de miles de españoles que podrían ser presidente” parecía hacerlo con orgullo, como diciendo “fíjate que democracia tan perfecta, que el tipo más simple puede llegar a presidente”
Yo continúo aspirando a que los gobernantes sean los más capaces. Es a eso a lo que me refiero cuando digo que el criterio de mérito es una aspiración ineludible para la democracia. ¿Y qué hacer? Pues ni idea. Idealmente, el problema debería atacarse en primer lugar desde el lado activo, es decir, el de los electores, mejorando su educación cívica para que no acaben eligiendo a un bufón o a un delincuente. Pero mientras tanto ¿no se podría atacar también por el lado pasivo, el de los elegibles, estableciendo ciertos requisitos mínimos? La verdad es que no lo sé.
(Aprovecho para enlazar esta entrada del blog de Santiago González, que viene al pelo para ilustrar el comentario)
Sin embargo, desde entonces, la elección de los gobernantes se ha basado en criterios meramente cuantitativos (tantos votos, tanto poder). Esto es una exigencia ineludible del principio de igualdad, que otorga a cada hombre un voto, pero, obviamente, la cantidad no conduce necesariamente a la calidad (más bien lo contrario). Pero los primeros gobernantes eran perfectamente conscientes de que el mero número no era una aspiración suficiente. Tomas Jefferson, en su discurso inaugural, dijo eso de que “aunque la voluntad de la mayoría debe prevalecer en todos los casos, para que sea justa debe ser razonable”.
¿Y ahora? Pues en España la cosa ha empeorado notablemente. Por un lado, la elección está llevando al poder a personajes tan obviamente incapaces como Bibiana Aído, Montilla, o Leire Pajin. Pero además, y esto es más grave, parece haberse renunciado a la necesidad de que los gobernantes sean los mejores: Es más, cualquier reclamación en ese sentido comienza a parecer sospechosamente antidemocrática. Cuando Zapatero dijo aquello de “Sonsoles, no sabes la cantidad de cientos de miles de españoles que podrían ser presidente” parecía hacerlo con orgullo, como diciendo “fíjate que democracia tan perfecta, que el tipo más simple puede llegar a presidente”
Yo continúo aspirando a que los gobernantes sean los más capaces. Es a eso a lo que me refiero cuando digo que el criterio de mérito es una aspiración ineludible para la democracia. ¿Y qué hacer? Pues ni idea. Idealmente, el problema debería atacarse en primer lugar desde el lado activo, es decir, el de los electores, mejorando su educación cívica para que no acaben eligiendo a un bufón o a un delincuente. Pero mientras tanto ¿no se podría atacar también por el lado pasivo, el de los elegibles, estableciendo ciertos requisitos mínimos? La verdad es que no lo sé.
(Aprovecho para enlazar esta entrada del blog de Santiago González, que viene al pelo para ilustrar el comentario)
Comentarios
Pues está Vd. de enhorabuena:
los nuestros han demostrado ser capaces de casi todo.
Enhorabuena por su blog.
¿Qué tal si activa la función de "seguidores"? (A veces, se apuntan titis...)
Eso significaría que algunos de nosotros no estábamos allí el día que pasaron lista para darnos el cambiazo.