Acto y potencia. Una bellota no es un roble, y un feto no es hombre más que en potencia. Sólo se puede matar a un hombre, luego la penalización del aborto es absurda. Sólo el hombre en acto merece protección, quedando la disposición del feto al arbitrio de la mujer pues ”en definitiva es a ella a quien corresponde decidir si es el momento oportuno para realizar milagros en su vientre” . Esta es la argumentación de Jesús Mosterín que, de entrada, plantea un par de problemas:
- Se limita a trasladar el problema a la definición de hombre, que él, de forma implícita (y arbitraria), parece vincular al nacimiento.
- Se limita a trasladar el problema a la definición de hombre, que él, de forma implícita (y arbitraria), parece vincular al nacimiento.
- A no ser que esté dispuesto a introducir subcategorías (hombre en potencia remota, hombre en potencia avanzada y, por qué no, hombre en acto fallido), la tajante distinción de Mosterín entre acto y potencia elimina la gradualidad. Es decir, Mosterín tendrá que aceptar que tan irrelevante es el aborto de un embrión de pocas semanas como el de un feto a punto de nacer (o que ambos merecen el mismo nivel de desprotección)
Pero el propio Mosterín, a continuación, parece olvidarse del argumento que estaba defendiendo. Por ejemplo, se escandaliza porque ”los grupos católicos” irlandeses presionan para impedir el aborto de un feto sin cerebro, ”condenado a ser un niño vegetativo” (en potencia). Supongo que, según su argumentación, no tendría que haber diferencia con el aborto de un feto sano.
Pero, por si todo esto no ha sido suficientemente convincente, Mosterín deja asomar el anatema definitivo: “De hecho, el único motivo para prohibir el aborto es el fundamentalismo religioso. Ninguna otra razón moral, médica, filosófica ni política avala tal proscripción. Donde la Iglesia católica (o el islamismo) no es prepotente y dominante, el aborto está permitido, al menos durante las primeras semanas” (una vez más, por qué sólo las primeras). Y, por si no les ha quedado clara la dicotomía, el autor insiste sutilmente: ”el mundo está lleno de madres violadas o forzadas y de niños no deseados, abandonados a la mendicidad y la delincuencia, famélicos, con los cerebros malformados por la carencia alimentaria y la falta de estímulos, carne de cañón de guerrillas crueles y explotaciones prematuras. La jerarquía eclesiástica se ensaña con esas mujeres desgraciadas.”
p.d. Curiosamente, al restar relevancia a la potencialidad del feto Mosterín demuestra una sensibilidad inferior a la de William Munny: “Cuando matas a un hombre le quitas todo lo que tiene (en acto), y todo lo que podría tener (en potencia)”
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