(The big heat. Fritz Lang, 1953. Glenn Ford, Gloria Grahame, Lee Marvin)
Un hombre sentado ante un escritorio escribe una carta. Cuando la finaliza, la introduce en un sobre dirigido al fiscal del distrito y se pega un tiro. Al oír el disparo aparece la señora de la limpieza que, sin inmutarse en lo más mínimo, abre la carta, la lee y se la queda. A continuación llama a un hombre, le comunica lo sucedido, y en ese momento el espectador se da cuenta de que la supuesta mujer de la limpieza es en realidad la mujer del suicida (el pañuelo que lleva en la cabeza le ha inducido al comprensible error). El hombre que ha recibido la llamada llama a su vez a un evidente matón (Lee Marvin), y le cuenta lo ocurrido.
En la siguiente escena Glenn Ford, sargento de la brigada de homicidios, se encuentra interrogando a la mujer del suicida, que resulta haber sido también policía (él). La tristeza de la mujer es tan forzada que Ford no tiene más remedio que sospechar que algo turbio está ocurriendo. Y como es un hombre de acción, se dirige a la casa del gangster oficial de la ciudad, en el convencimiento de que si algo raro ha pasado el culpable necesariamente ha tenido que ser él. Con éste precario bagaje de conocimiento llega a la casa del forajido, que resulta ser el hombre al que la viuda llamó al adquirir tal condición. Una vez allí, Ford se dedica a insultarlo sin ton ni son, hasta que el gangster pierde la paciencia y llama a un guardaespaldas para que le enseñe modales y lo acompañe a la puerta. Ford, de manera inverosímil, lo sacude a él, y se marcha altaneramente sin cesar en los improperios.
Al llegar a la comisaría, Ford se encuentra con la reprimenda de sus superiores. Desde luego la bronca está plenamente justificada, pero es que además sus jefes están a sueldo del gangster. El espectador comienza a ver que la mayor parte de la comisaría, y posiblemente de la ciudad, está corrompida. Por si fuera insuficiente la admonición, Ford recibe una llamada anónima aconsejándole abandonar sus pesquisas, pero es evidente para todos que no va a hacerlo.
A lo largo de todas estas secuencias, el director se esfuerza por mostrarnos una doble cara de Ford. En la calle, en la jungla de asfalto podríamos decir, es un tipo duro. Sin embargo en su casa, con su joven mujer y su hija, es un tipo campechano, cariñoso, y hogareño. Lang intenta enfatizar este aspecto presentándolo, siempre que esta con su familia, ataviado con una chaqueta de punto de abuelete que hace sospechar al espectador que, si la cámara descendiese hasta sus pies, los mostraría embutidos en unas pantuflas de cuadros.
Ford recibe la llamada de una mujer, amante del suicida, que lo cita en un tugurio, y allí le transmite sus sospechas sobre la escasa veracidad del suicidio. Es evidente que la mujer dispone de mas información, pero Ford no consigue extraerla porque, tal como se ha dicho, cuando está fuera de casa es antipatiquísimo. Esa misma noche la informante es asesinada. Mientras tanto, como es evidente que Ford no va a abandonar sus pesquisas, el gangster manda a uno de sus hombres para que lo mate con una bomba, pero por error mata a su mujer. Si hasta entonces había tenido mal carácter, a partir de ahí Ford será intratable. De momento, es expulsado del cuerpo de policía por su intemperancia.
Ford se dedica a seguir el rastro de los explosivos, y vuelve a obtener la dirección del tugurio en el que lo citó la amante del suicida. Porque hay que destacar que la ciudad en la que se desarrolla la acción parece funcionar en régimen de monopolio en todos sus sectores criminales, y de este modo cuenta con un único gangster, un único distribuidor de explosivos, y un único tugurio, lo que simplifica notablemente el trabajo de Ford. Acude al tugurio y una vez más sin el menor indicio, y de forma cada vez más inverosímil, se vuelve a poner chulo con los hombres del gangster, incluido Lee Marvin, a pesar de que este último parece ser capaz de hacer un nudo con él sin despeinarse.
A partir de aquí las cosas se desencadenan, quizás porque queda poco tiempo para que finalice la película. La chica de Lee Marvin (Gloria Grahame) se marcha inopinadamente con Ford. De este modo éste se entera de que el suicida cobraba del gangster, y de que ahora la viuda lo extorsiona con la famosa carta. A continuación, las cosas se aceleran aún más. Marvin se cabrea con su chica y le desfigura la cara con café hirviendo. La chica, para vengarse de Marvin, mata a la viuda para que la carta del soborno salga a la luz y, además, desfigura a su vez a Marvin. Marvin mata a la chica. Ford mata a Marvin. Ford recupera su trabajo. Fin.
Un hombre sentado ante un escritorio escribe una carta. Cuando la finaliza, la introduce en un sobre dirigido al fiscal del distrito y se pega un tiro. Al oír el disparo aparece la señora de la limpieza que, sin inmutarse en lo más mínimo, abre la carta, la lee y se la queda. A continuación llama a un hombre, le comunica lo sucedido, y en ese momento el espectador se da cuenta de que la supuesta mujer de la limpieza es en realidad la mujer del suicida (el pañuelo que lleva en la cabeza le ha inducido al comprensible error). El hombre que ha recibido la llamada llama a su vez a un evidente matón (Lee Marvin), y le cuenta lo ocurrido.
En la siguiente escena Glenn Ford, sargento de la brigada de homicidios, se encuentra interrogando a la mujer del suicida, que resulta haber sido también policía (él). La tristeza de la mujer es tan forzada que Ford no tiene más remedio que sospechar que algo turbio está ocurriendo. Y como es un hombre de acción, se dirige a la casa del gangster oficial de la ciudad, en el convencimiento de que si algo raro ha pasado el culpable necesariamente ha tenido que ser él. Con éste precario bagaje de conocimiento llega a la casa del forajido, que resulta ser el hombre al que la viuda llamó al adquirir tal condición. Una vez allí, Ford se dedica a insultarlo sin ton ni son, hasta que el gangster pierde la paciencia y llama a un guardaespaldas para que le enseñe modales y lo acompañe a la puerta. Ford, de manera inverosímil, lo sacude a él, y se marcha altaneramente sin cesar en los improperios.
Al llegar a la comisaría, Ford se encuentra con la reprimenda de sus superiores. Desde luego la bronca está plenamente justificada, pero es que además sus jefes están a sueldo del gangster. El espectador comienza a ver que la mayor parte de la comisaría, y posiblemente de la ciudad, está corrompida. Por si fuera insuficiente la admonición, Ford recibe una llamada anónima aconsejándole abandonar sus pesquisas, pero es evidente para todos que no va a hacerlo.
A lo largo de todas estas secuencias, el director se esfuerza por mostrarnos una doble cara de Ford. En la calle, en la jungla de asfalto podríamos decir, es un tipo duro. Sin embargo en su casa, con su joven mujer y su hija, es un tipo campechano, cariñoso, y hogareño. Lang intenta enfatizar este aspecto presentándolo, siempre que esta con su familia, ataviado con una chaqueta de punto de abuelete que hace sospechar al espectador que, si la cámara descendiese hasta sus pies, los mostraría embutidos en unas pantuflas de cuadros.
Ford recibe la llamada de una mujer, amante del suicida, que lo cita en un tugurio, y allí le transmite sus sospechas sobre la escasa veracidad del suicidio. Es evidente que la mujer dispone de mas información, pero Ford no consigue extraerla porque, tal como se ha dicho, cuando está fuera de casa es antipatiquísimo. Esa misma noche la informante es asesinada. Mientras tanto, como es evidente que Ford no va a abandonar sus pesquisas, el gangster manda a uno de sus hombres para que lo mate con una bomba, pero por error mata a su mujer. Si hasta entonces había tenido mal carácter, a partir de ahí Ford será intratable. De momento, es expulsado del cuerpo de policía por su intemperancia.
Ford se dedica a seguir el rastro de los explosivos, y vuelve a obtener la dirección del tugurio en el que lo citó la amante del suicida. Porque hay que destacar que la ciudad en la que se desarrolla la acción parece funcionar en régimen de monopolio en todos sus sectores criminales, y de este modo cuenta con un único gangster, un único distribuidor de explosivos, y un único tugurio, lo que simplifica notablemente el trabajo de Ford. Acude al tugurio y una vez más sin el menor indicio, y de forma cada vez más inverosímil, se vuelve a poner chulo con los hombres del gangster, incluido Lee Marvin, a pesar de que este último parece ser capaz de hacer un nudo con él sin despeinarse.
A partir de aquí las cosas se desencadenan, quizás porque queda poco tiempo para que finalice la película. La chica de Lee Marvin (Gloria Grahame) se marcha inopinadamente con Ford. De este modo éste se entera de que el suicida cobraba del gangster, y de que ahora la viuda lo extorsiona con la famosa carta. A continuación, las cosas se aceleran aún más. Marvin se cabrea con su chica y le desfigura la cara con café hirviendo. La chica, para vengarse de Marvin, mata a la viuda para que la carta del soborno salga a la luz y, además, desfigura a su vez a Marvin. Marvin mata a la chica. Ford mata a Marvin. Ford recupera su trabajo. Fin.
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