Los detractores del Manifiesto en defensa del idioma común no discuten la veracidad de lo que éste denuncia, es decir, que se está vulnerando el derecho a recibir la enseñanza en la lengua común de España. Pero entonces ¿están en contra de ese derecho? ¿Les parece bien que se elimine? A los nacionalistas, desde luego, sí. Para ellos la lengua autóctona es la herramienta definitiva para la creación de las diferencias que ellos habían profetizado, y el castellano es el enemigo a batir.
Pero resulta algo más difícil de entender las posturas de los que entienden que la discriminación del castellano existe, que no están de acuerdo con ella, pero a pesar de todo critican el manifiesto. Es decir, de gran parte de los votantes de Zapatero. ¿Se trata del progrecentrismo habitual? ¿Aceptan una vez más los acólitos la posición de la secta, representada por la de Zapatero, como centro del universo aunque les moleste en algunos de sus aspectos (de lo que siempre pueden echar la culpa al PP)? Pues sí, pero además son muy vulnerables a las críticas de españolismo. Por eso, en el artículo de El País que nos trae el Sargento, el tal Albert Branchadell se permite decir que el Manifiesto nos propone un viaje en el tiempo”, hasta “el último Consejo de Ministros franquista” y el 23-f.
¿Puede decirse, por tanto, que los votantes de Zapatero están dispuestos a seguir sacrificando los derechos de los castellano-parlantes para merecer la aprobación de Albert Branchadell? Pues algo así. Están dispuestos a hacerlo para seguir siendo modernos.
Ah, y Suso, por su parte, sigue convencido de que el Manifiesto es meramente un pretexto para acabar físicamente con él.
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