Esta opinión de David Hume no era mayoritaria en su época. ¿No estaba en el Siglo de las Luces? ¿No se había confiado a la razón la tarea de disipar las tinieblas de la superstición y la ignorancia? En definitiva ¿no es el hombre un ser racional? Pues según Hugo Mercier y Dan Sperber no mucho:
«La evidencia que hemos considerado hasta ahora sugiere que los seres humanos tienen un conocimiento limitado de las razones que los guían y a menudo se equivocan sobre éstas (…) No es que comúnmente identifiquemos mal nuestras verdaderas razones. Es, más bien, que nos equivocamos de partida al asumir que todas nuestras inferencias están guiadas por razones. Las razones, queremos argumentar, juegan un papel central en la explicación posterior al hecho y en la justificación de nuestras intuiciones, no en el proceso de inferencia intuitiva en sí».
«Inferir» se refiere aquí a extraer conclusiones de la observación basándose en la experiencia. Lo hacen las personas -si mi acompañante esta especialmente callada durante la cena puede estar preocupada/enfadada- y el resto de los animales -si los arbustos se mueven pueden ocultar un depredador-. «Razones» son argumentaciones sometidas a la lógica, y podría equivaler a «silogismos». Si cuando afirmamos que el hombre es racional pretendemos decir que su mente funciona con silogismos no parece que sea correcto.
En 1966 el psicólogo Peter Wason propuso un experimento:
«Delante de usted hay 4 cartas. Cada una de ellas tiene una letra en una cara y un número en la otra. Dos de las cartas muestran una E y una K, y las otras dos un 2 y un 7. ¿Qué cartas debería levantar para comprobar si la siguiente regla es verdadera o falsa: “Si hay una E en un lado de la carta, hay un 2 en la otra”?».
La respuesta lógicamente correcta es la E y la 7. Si usted ha contestado la E y la 2 -o simplemente la E- no se preocupe: ha coincidido en el error con el 90% de los participantes. Unos años más tarde otro psicólogo Jonathan Evans hizo un curioso descubrimiento: bastaba con cambiar ligeramente la regla del experimento de Wason a «Si hay una E en un lado de la carta, NO hay un 2 en la otra» para que la gente acertara masivamente. En realidad, seguían contestando E y 2, lo que en este caso era correcto. ¿Por qué? Posiblemente por la misma intuición que había guiado a los participantes en el experimento de Wason: puesto que E y 2 aparecen en el enunciado, deben de ser las cartas relevantes en la solución. ¿Es posible que nuestras inferencias sean tan burdas? A veces sí, pero la cosa no está tan mal.
En general nuestras inferencias provienen de nuestro sótano. Es un submundo bastante desconocido para nosotros mismos amueblado con instintos, emociones e intuiciones. Y entonces ¿qué papel tiene la razón? Y de paso ¿qué papel tiene la mente consciente? El psicólogo Jonathan Haidt la compara a un jinete subido sobre un elefante -el equivalente al sótano-. Pero lo relevante es entender que el jinete no guía al elefante: se limita a proporcionar explicaciones sobre su comportamiento. Por qué ha girado abruptamente en un momento determinado, por qué ha arremetido contra alguien, por qué se ha metido en un sembrado... El jinete es el agente de comunicación del elefante.
O, como dicen Mercier y Sperber, su abogado defensor. Porque el verdadero papel de la razón es doble. Por un lado, generar explicaciones de nuestro comportamiento; y por otro convencer a nuestros interlocutores. Y aquí surge otro problema. Incluso reducida la razón a este ámbito, el de generar explicaciones ex post a comportamientos cuyo motivo frecuentemente desconocemos, funciona regular. Utilizamos inconscientemente todo tipo de sesgos y atajos, y tendemos a buscar exclusivamente aquello que valida nuestros argumentos y a ignorar lo demás.
¿Por qué ocurre esto? ¿Hemos evolucionado con errores en el proceso de razonar? No exactamente. Lo importante es entender que la razón no ha evolucionado para alcanzar la verdad, sino para promover la reputación de su portador. Somos animales tribales, muy preocupados por ser aceptados en la tribu y por escalar en el juego de status que se desarrolla en ella. Desde este punto de vista, la razón funciona estupendamente.
¿Debemos, entonces, resignarnos a abandonar los silogismos? ¿Debemos renunciar a un campo de debate delimitado por las reglas de la lógica? Afortunadamente no. Si nuestra razón es perezosa y descuidada al analizar nuestras razones, no lo es al analizar las de los demás. Y cuando el proceso es interactivo, somos parcialmente sensibles a los argumentos lógicamente más potentes -especialmente si nuestra reputación no está en juego-:
«Hay personas que no encuentran razones suficientes para lo que están a punto de hacer y que, como resultado, vacilan y cambian o al menos reajustan su curso de acción (…) Sin embargo, contrariamente a lo que estas personas pueden creer y afirmar, el verdadero proceso causal no pasó de las razones a la decisión, sino de la decisión tentativa a la búsqueda de la justificación, el fracaso de la búsqueda, y la decisión revisada dirigida a un curso de acción más fácilmente justificable».
Además las razones nos comprometen para el futuro: como nos gusta pensar que somos racionales el ajuste de disonancia juega, y a veces en la dirección correcta. Por último está el debate y la construcción de inteligencia colectiva. De nuevo queda claro que en una sociedad saludable es importantísimo que las ideas circulen libremente, y crear las condiciones para un «mercado del conocimiento». Un punto para John Stuart Mill y Jonathan Rauch.
The Enigma of Reason. Hugo Mercier, Dan Sperber
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