(Transcripción aproximada de la charla del día 20 de julio de 2017 en los Cursos de verano del Real Centro Universitario María Cristina de El Escorial)
El objetivo de esta presentación inicial es ambicioso. En una primera parte pretendo recorrer a marchas forzadas el panteón liberal –aclaro que no será realmente un panteón, porque ni remotamente estarán todos los pensadores-, con el fin de extraer una serie de ideas clave; en la segunda me propongo utilizarlas para definir una serie de ejes donde situar el liberalismo, puesto que el tradicional eje izquierda-derecha es absolutamente insuficiente.
Obviamente el tema del liberalismo es la libertad, pero esto no es decir mucho: ésta es una palabra que ha tenido tanto éxito que ni siquiera los que no tienen el menor interés en la libertad renuncian a ella. Afinando más podríamos decir que el liberalismo enfoca en la persona y no en sus agregados, y esto supone situar en lo más alto de la escala de valores su libertad su autonomía y su responsabilidad. Quizás podría decirse que el liberalismo es un carácter, por cierto no muy habitual. Si es así ha habido liberales desde el comienzo de los tiempos, pero hace al menos cuatro siglos que algunos decidieron desarrollar teorías para proteger la libertad. Lo hicieron construyendo barreras contra sus principales amenazas -veremos en esta presentación que éstas han variado a lo largo del tiempo-. Y los primeros autores tenían muy claro cuál era la amenaza para la persona: el poder ilimitado del gobernante. De modo que lo fundamental era limitarlo contrapesándolo y sobre todo sometiéndolo a la ley. - Libertad es «no estar sometido a la voluble, incierta, desconocida, arbitraria voluntad de otro hombre», dice JOHN LOCKE, y también «donde no hay ley no hay libertad». Puede considerarse que su Segundo Tratado sobre el gobierno y su Ensayo sobre la tolerancia son las primeras piedras del edificio liberal, Locke entiende que el gobierno es necesario pues es la única alternativa a un estado de naturaleza bastante desagradable. Pero por eso mismo sólo es legítimo si cumple unos fines: proteger la vida, la libertad y la propiedad de los gobernados. Es el primero en desarrollar la teoría del contrato social entre gobernantes y gobernados, y también de la separación de poderes que más adelante desarrollará MONTESQUIEU. Traigo a este autor, además, porque tiene sentido del humor –sus Cartas Persas son muy divertidas-. No es imprescindible tener sentido del humor para ser liberal –aunque es recomendable-, pero hay que observar que cuando una persona comienza a disolverse en la masa lo primero que pierde es el sentido del ridículo. Llevamos un tiempo viéndolo en Cataluña.
Sigamos con BENJAMÍN CONSTANT, cuyo ensayo sobre las libertades de los antiguos y los modernos es muy interesante y se lee con gran facilidad. Y con JAMES MADISON, padre de la Constitución norteamericana y cuarto presidente de los Estados Unidos. ¿Por qué es importante todo esto a estas alturas? Porque los mecanismos que el liberalismo desarrolla para proteger la libertad individual son el sometimiento a la ley –el rule of law- y el estado constitucional basado en una ley suprema básicamente estable, creada a partir de grandes consensos, e inmune a los caprichos de una mayoría precaria que pueda brotar en tiempos de agitación. Porque como dirá Kelsen la democracia «sin la autolimitación que representa el principio de legalidad se autodestruye». La primera aportación del liberalismo a la democracia es la enseñanza de que no hay democracia fuera de la ley, y por eso es escalofriante asistir a la frivolidad con la que algunos gobernantes actuales anuncian la intención de infringir la ley sometiéndola a su visión de las cosas. Este será, por tanto, uno de los ejes que incluiremos: el respeto a la ley frente a su sumisión a la Idea –con mayúscula-.
Continuemos con KANT, que empieza por preguntarse lo básico: si el hombre puede ser libre o, como el resto de los animales, no es más que una serie de impulsos programados para responder de determinada manera. Él cree que sí puede ser libre; menos mal, porque en el momento en que decidiéramos que el hombre no tiene realmente posibilidad de elección, la libertad, y con ella los liberales, nos extinguiríamos. El yo, nos dice Kant, debe “elevarse por encima de la necesidad natural”, pues si los hombres son gobernados por las mismas leyes que rigen el mundo material “no se puede salvar la libertad”, y sin libertad no hay moral. Y esta elevación con respecto del mundo material la consigue con la razón. Kant establece que la persona siempre debe ser considerada como un fin y nunca como un medio. Esto es importante, porque el debate ético actual se desarrolla entre el utilitarismo y los neokantianos o deontologistas.
ALEXIS DE TOCQUEVILLE es clarividente al detectar nuevas amenazas contra la libertad. En su primera época entiende que la democracia, que en ese momento identifica meramente con igualdad, es una marea que puede anegar la diversidad e imponer una sofocante uniformidad, incluso de pensamiento. Lo llama “tiranía de la mayoría”:
«es preciso estar protegidos también contra la tiranía de las opiniones y de los sentimientos predominantes, contra la tendencia de la sociedad a imponer […] sus propias ideas y costumbres como reglas de conducta a aquellos que se apartan de ellas […] obligando a todos los caracteres a adaptarse a su modelo».
Por eso marcha a Estados Unidos, porque cree que allí han conjurado los problemas de la democracia con las instituciones adecuadas y se propone estudiarlas: nace así Democracia en América. Posteriormente, en una segunda etapa, a mediados de siglo, Tocqueville detecta una nueva amenaza para la libertad. La primera revolución industrial, altamente beneficiosa en su conjunto, ha provocado el sufrimiento de un gran número de personas que, desarraigadas y trasladadas a las ciudades, malviven en condiciones inhumanas. Este grito de angustia está siendo recogido por una serie de pensadores que, agrupados vagamente en torno al lema socialismo, pretenden una enmienda a la totalidad a la organización política vigente. En el convencimiento de que la razón puede construir una sociedad nueva, y que los problemas de la actual son debidos a maldad de los gobernantes, o a ignorancia general, o a ambas, diseñan sociedades utópicas en las que la propiedad privada es abolida y todos los aspectos de la existencia son meticulosamente ordenados. El proceso culminará con el advenimiento del marxismo, una religión con apariencia –ese es el secreto de su éxito- científica. La religión, como tal, cuenta con dogmas y herejes, lo que provocará graves problemas durante mucho más de un siglo. Para empezar, a la Idea marxista quedará subordinada la ley, destruyendo así todos los avances del constitucionalismo desde Locke, y la libertad. ”Se trata efectivamente de abolir la individualidad, la independencia y la libertad burguesas”, dirá Marx en el Manifiesto Comunista. Es normal, porque para él no son más que superestructura, manifestaciones de la estructura económica de la sociedad que determina incluso la conciencia y el pensamiento de las personas –excepto, claro está, el de Marx-. Pero además, al establecer la lucha de clases como motor de la historia, y la necesidad de que la burguesía sea extinguida para alcanzar el paraíso comunista, Marx destruye todos los avances en la tolerancia y en el valor del debate entre adversarios, volviendo a considerarlos enemigos a destruir y reinstaurando la violencia de las guerras de religión.
Ante el avance del socialismo Tocqueville entiende que es éste y no la democracia el enemigo de la libertad:
«La democracia extiende la esfera de la libertad individual; el socialismo la restringe. La democracia atribuye todo valor posible al individuo; el socialismo hace de cada hombre un simple agente, un simple número».
«El socialismo hace de cada ciudadano un niño; la democracia hace de cada uno un hombre».
«La democracia y el socialismo sólo tienen en común una palabra: igualdad. Pero adviértase la diferencia: mientras la democracia aspira a la igualdad en la libertad, el socialismo aspira a la igualdad en la coerción y la servidumbre».
A partir de ese momento la democracia a la que se refiere Tocqueville es la democracia liberal, aquella que ha incorporado las aportaciones del liberalismo. Todo esto nos va a permitir incorporar nuevos ejes para definir el liberalismo. Uno de ellos, esencial, el que va desde la tolerancia hasta la consideración schmitiana de la política como lucha sin cuartel entre amigo y enemigo. Otro, el que va desde el constitucionalismo y el respeto de la ley hasta la subordinación de ésta a la Idea.
Tal vez sea JOHN STUART MILL quien mejor ilustre que el liberalismo es un carácter peculiar. Su padre, adepto de Bentham, lo educa –lo adiestra, cabría decir- en el utilitarismo de forma tan concienzuda que acaba provocándole una severa crisis nerviosa. Mill no quiere renunciar al utilitarismo, pero mucho menos a la libertad que ve constreñida por aquél, de modo que acaba introduciéndole matizaciones que acabarán dejándolo irreconocible. También está muy preocupado por la tiranía de la mayoría y el consenso social alcanzado por mimetismo o temor. Él defiende la necesidad de la variedad de opiniones y del debate para la existencia de una sociedad saludable. Su más famoso ensayo es Sobre la libertad.
No se puede negar una aportación de los españoles al liberalismo: el nombre. Por eso aparece aquí AGUSTÍN DE ARGÜELLES, redactor del preámbulo de la Constitución de 1812. Como puede verse el nombre nació después que la criatura: ni Locke ni Montesquieu sabían que eran liberales. Y de hecho nació en un momento desafortunado, en el momento en que la escuela de Manchester apoyaba un laissez faire extremo que no contribuía a paliar el sufrimiento de los obreros. Liberalismo quedó así ligado a liberalismo económico, en su fase más dura, además. De este modo la izquierda consiguió estigmatizarlo y presentarlo como símbolo de explotación, y sus logros del liberalismo acabaron siendo fagocitados por la palabra democracia –recordemos siempre que nuestra democracia basada en la ley y los derechos individuales es una democracia liberal-.
Ya que hemos hablado del liberalismo económico tenemos que mencionar una pieza clave, que nos proporcionará un nuevo eje de estudio: ADAM SMITH y su descripción del mercado como un mecanismo, casi milagroso, para asignar eficientemente los recursos. Ni menos, ni más. No busquemos milagros adicionales en el mercado. No confiemos en él y sólo en él para alcanzar la justicia social. Pero en eso, en recoger las preferencias de la gente, en arbitrar, en orientar la producción, sí es milagroso. Este es, como digo, otro eje que hay que tratar al hablar del liberalismo: iniciativa privada y mercado frente a estatismo y planificación centralizada. Y sigamos hablando de economistas. LUDWIG VON MISES, fundador de la Escuela Austriaca y autor de La acción humana. Y FRIEDRICH HAYEK. Es el primero en entender que liberalismo político y liberalismo económico deben ir unidos. Que la planificación centralizada no sólo es ineficiente, no sólo proporciona al poder político la posibilidad de utilizar la economía para generar redes clientelares, añadiendo así a la ineficiencia corrupción: sobre todo acaba extinguiendo la libertad. Es autor de Camino a la servidumbre.
Y llegamos así a KARL POPPER que en este camino saca a la luz algo capital: la permanente tentación de la persona hacia la tribu. Una fuerza que atrae a las personas en sentido contrario a la libertad, hacia la disolución en la masa, en la tribu o en la ideología. Porque es el momento de entender un par de cosas sobre la libertad. La primera es que, si bien libertad es una palabra muy atractiva –ha triunfado en el terreno del marketing, podríamos decir- lo cierto es que puede ser una carga muy pesada. Porque la libertad conlleva la necesidad de tomar decisiones, la posibilidad de que sean erróneas, la responsabilidad por las propias acciones. En cambio la disolución en una entidad superior tiene muchas ventajas: proporciona un lugar en el mundo; proporciona certeza y seguridad; elimina la engorrosa responsabilidad; y, un aspecto nada desdeñable, proporciona una parcela de inmortalidad puesto que la entidad en la que uno se disuelve –la nación, el pueblo, la ideología- es inmortal, viene del pasado y se proyecta hacia el futuro. La segunda cosa que hay que entender es que, por todo lo anterior, la experiencia demuestra que la gente puede renunciar con bastante facilidad a la libertad. En realidad podría decirse que el liberalismo es el empeño exitoso de unos cuantos que se han empeñado en convencer a un gran número, contra los impulsos reales de estos últimos, de que la libertad es algo importante, y por eso la cosa es bastante frágil.
Esta tentación tribal, por cierto, se agudiza en momentos de incertidumbre y crisis. Hay algún mecanismo antropológico que lleva a las sociedades en crisis a cerrarse, a señalar un enemigo, a focalizar en él los problemas, y a intentar destruirlo creyendo que con su eliminación desaparecerán los problemas. Recomiendo la lectura El chivo expiatorio de Girard.
En resumen, si queremos entender qué es liberalismo, éste es un eje fundamental: persona frente a tribu.
Sigamos nuestro camino con ISAIAH BERLIN, un autor imprescindible. No sólo tiene un conocimiento enciclopédico, sino que suele presentar enfoques innovadores de los asuntos que estudia. Quiero quedarme aquí con su visión de la tolerancia. Parte de la evidencia de que en política no hay una solución absoluta, una receta perfecta que mezcle de manera inapelable ingredientes que con frecuencia son poco compatibles entre sí –véase la libertad y la igualdad-. La tolerancia parte de un concepto dubitativo y cauteloso de la política, que lleva a aceptar que la diversidad es enriquecedora y que el adversario puede tener razón. Desde este punto de vista la única receta contra el fanatismo y la intolerancia es la aceptación sincera de las reglas del debate: la aceptación de que uno puede ser convencido con argumentos más potentes. Podemos definir así otro eje para situar el liberalismo. En un extremo estarían los que entienden la política a la manera maniquea de Carl Schmitt, como una lucha entre amigos y enemigos a los que hay que destruir, y en el otro los que practican la virtud de la tolerancia.
Nuestro camino pasa ahora por ERIC HOFER, entre otras cosas por una cuestión sentimental: fue el primer libro que leí sobre la disolución del individuo en la masa: El verdadero creyente.
JOHN RAWLS, filósofo neokantiano autor de la voluminosa Teoría de la Justicia. Una pequeña aclaración: a pesar de que sus rivales se siguen empeñando en identificar el liberalismo como un sistema cruel, inmune al sufrimiento humano, es obvio que la justicia social, la red para acoger a los más desfavorecidos, es un asunto plenamente incorporado en su agenda. Desde luego la aportación de la socialdemocracia, desde el momento en que abandonó el marxismo, ha sido fundamental. Para Rawls la justicia es el asunto más importante, y para ello prescribe el “velo de la ignorancia”. Se trata de un esfuerzo de imaginación: para decidir si una sociedad es justa, hagámoslo como si no supiéramos el lugar que ocuparemos en ella, sin saber si seremos de determinada raza, sexo, sin conocer nuestra posición económica, e incluso nuestras capacidades. Y hay que decir que, para un liberal, Rawls es un tanto aguafiestas: para él todo es fruto del azar. Eso equivale, en definitiva, a negar la autonomía, la libertad y la responsabilidad. Por eso Rawls hay que leerlo junto con su rival ROBERT NOZICK, para que ente ellos haya una saludable tensión –si Rawls se queda a veces corto en su planteamiento liberal, Nozick con su estado mínimo se pasa ampliamente-. Ambos están bien juntos, pero regular por separado.
Menciono ahora a CARLOS RANGEL, el que mejor ha entendido los complejos de América latina en Del buen salvaje al buen revolucionario, y uno de los que mejor ha sabido describir la democracia liberal como algo gradual y dubitativo. Y JONATHAN HAIDT, sicólogo social y autor de La mente virtuosa, donde analiza brillantemente nuestro ecualizador moral, fruto de la evolución, y las causas de la polarización política. Porque, aparte de la filosofía, el pensamiento político no puede estar al margen de los avances de la sicología evolutiva, la antropología, la neurociencia o las ciencias del lenguaje. Este es GIOVANNI SARTORI, el mejor politólogo actual, que acaba de morir. Y finalizo con ALEXANDER HERZEN, no por nada, sino porque se me había olvidado ponerlo antes y haberlo puesto en su lugar más o menos cronológico me habría obligado a rehacer toda la presentación. Elegante, clarividente, opuesto a la autocracia zarista, escéptico pero socialista hasta el final. Sin embargo, y esta es otra de las pruebas de que el liberalismo es un carácter especial, su aprecio por el hombre y la libertad impregna Mi pasado y pensamientos, sus memorias. Puso en guardia del peligro que suponía subordinar el hombre a la Humanidad o a otras abstracciones similares. Y anticipó con bastante claridad, y sin ningún entusiasmo, lo que sería la revolución rusa. Los bolcheviques también lo tenían en su panteón, lo que parece indicar que no lo habían leído bien.
De este breve paseo por el panteón liberal me gustaría extraer una conclusión bastante importante: la democracia liberal no es un producto natural –digamos, como una berenjena-. Es una construcción cultural. No parece que llevemos inscrito en los genes el deseo hacia la autonomía, la libertad y la responsabilidad, sino más bien todo lo contrario: nuestros genes nos llevan más bien en dirección opuesta, hacia la disolución en el confort de la tribu. A veces parece que los liberales son unos tipos un tanto raros –quizás una mutación genética- que se han empeñado, y han conseguido contra todo pronóstico, convencer a todo el mundo, en contra de la naturaleza de todo el mundo, de que la persona y su libertad son los valores máximos.
La democracia liberal es un oasis, en el espacio y el tiempo. Incluso quienes más ferozmente la critican, dado que no suelen decidirse a abandonarla, reconocen implícitamente esto. Es un oasis precario, rodeado y acechado por el desierto que permanentemente amenaza con engullirlo. Pues bien, puesto que la democracia liberal es una construcción cultural, y no natural, si queremos preservarla debemos conocer, al menos someramente, cual es el pensamiento político de estos persistentes liberales que han conseguido construirla. Porque el liberalismo, es tanto un sistema de valores como un conjunto de soluciones ante las amenazas a esos valores en cada momento. Si somos adanistas, si creemos que la historia comienza con nosotros desperdiciaremos insensatamente esa experiencia.
Ahora viene la segunda parte. En este breve paseo hemos detectado una serie de ejes sobre los que localizar el liberalismo y distinguirlo de doctrinas e ideologías rivales. Esto es importante porque, como decía al comienzo de esta charla, el tradicional eje derecha-izquierda se muestra completamente insuficiente para analizar la situación actual. Propongo inicialmente estos:
Se pueden incluir otros ejes, jugar con ellos, y extraer conclusiones. En todo caso, éstos son relevantes. Si ahora localizamos en cada eje dónde creemos que se sitúa el pensamiento liberal, y unimos los puntos, obtendremos el área donde habita el liberalismo (curiosamente es naranja):
Hagamos lo mismo con el nacionalismo (en verde), y veremos sus radicales diferencias con el liberalismo:
Esto nos sirve para desmontar de un vistazo una falacia muy querida por los nacionalistas. A todos los que hemos defendido el proyecto común español en un territorio contaminado de nacionalismo se nos ha acusado en algún momento de ser “nacionalistas españoles”. Es obvio, y el gráfico lo muestra de manera muy visual, que liberalismo y nacionalismo son antagónicos.
He aquí otra falacia muy habitual: ¿cómo van a tener cosas en común Podemos y el Frente Nacional, si un partido es de extrema izquierda y otro de extrema derecha? Cambiemos ahora un par de ejes, incluyamos el eje izquierda-derecha, y comparemos el liberalismo con los populismos. En este caso represento uno de extrema izquierda con el color rojo
Y otro de extrema derecha con el color azul.
Como puede verse, los populismos de derecha e izquierda comparten un amplio hábitat; lo mismo ocurriría si incluyéramos al nacionalismo. Lo opuesto a un populismo de derechas no es un populismo de izquierdas, y ambos son esencialmente parecidos al nacionalismo. Lo realmente opuesto a ideologías tan destructivas como los nacionalismos y los populismos es el liberalismo, y es por tanto desde él desde donde debemos dar la batalla ideológica. Finalizo aquí esta charla. Gracias por la paciencia.
El objetivo de esta presentación inicial es ambicioso. En una primera parte pretendo recorrer a marchas forzadas el panteón liberal –aclaro que no será realmente un panteón, porque ni remotamente estarán todos los pensadores-, con el fin de extraer una serie de ideas clave; en la segunda me propongo utilizarlas para definir una serie de ejes donde situar el liberalismo, puesto que el tradicional eje izquierda-derecha es absolutamente insuficiente.
Obviamente el tema del liberalismo es la libertad, pero esto no es decir mucho: ésta es una palabra que ha tenido tanto éxito que ni siquiera los que no tienen el menor interés en la libertad renuncian a ella. Afinando más podríamos decir que el liberalismo enfoca en la persona y no en sus agregados, y esto supone situar en lo más alto de la escala de valores su libertad su autonomía y su responsabilidad. Quizás podría decirse que el liberalismo es un carácter, por cierto no muy habitual. Si es así ha habido liberales desde el comienzo de los tiempos, pero hace al menos cuatro siglos que algunos decidieron desarrollar teorías para proteger la libertad. Lo hicieron construyendo barreras contra sus principales amenazas -veremos en esta presentación que éstas han variado a lo largo del tiempo-. Y los primeros autores tenían muy claro cuál era la amenaza para la persona: el poder ilimitado del gobernante. De modo que lo fundamental era limitarlo contrapesándolo y sobre todo sometiéndolo a la ley. - Libertad es «no estar sometido a la voluble, incierta, desconocida, arbitraria voluntad de otro hombre», dice JOHN LOCKE, y también «donde no hay ley no hay libertad». Puede considerarse que su Segundo Tratado sobre el gobierno y su Ensayo sobre la tolerancia son las primeras piedras del edificio liberal, Locke entiende que el gobierno es necesario pues es la única alternativa a un estado de naturaleza bastante desagradable. Pero por eso mismo sólo es legítimo si cumple unos fines: proteger la vida, la libertad y la propiedad de los gobernados. Es el primero en desarrollar la teoría del contrato social entre gobernantes y gobernados, y también de la separación de poderes que más adelante desarrollará MONTESQUIEU. Traigo a este autor, además, porque tiene sentido del humor –sus Cartas Persas son muy divertidas-. No es imprescindible tener sentido del humor para ser liberal –aunque es recomendable-, pero hay que observar que cuando una persona comienza a disolverse en la masa lo primero que pierde es el sentido del ridículo. Llevamos un tiempo viéndolo en Cataluña.
Sigamos con BENJAMÍN CONSTANT, cuyo ensayo sobre las libertades de los antiguos y los modernos es muy interesante y se lee con gran facilidad. Y con JAMES MADISON, padre de la Constitución norteamericana y cuarto presidente de los Estados Unidos. ¿Por qué es importante todo esto a estas alturas? Porque los mecanismos que el liberalismo desarrolla para proteger la libertad individual son el sometimiento a la ley –el rule of law- y el estado constitucional basado en una ley suprema básicamente estable, creada a partir de grandes consensos, e inmune a los caprichos de una mayoría precaria que pueda brotar en tiempos de agitación. Porque como dirá Kelsen la democracia «sin la autolimitación que representa el principio de legalidad se autodestruye». La primera aportación del liberalismo a la democracia es la enseñanza de que no hay democracia fuera de la ley, y por eso es escalofriante asistir a la frivolidad con la que algunos gobernantes actuales anuncian la intención de infringir la ley sometiéndola a su visión de las cosas. Este será, por tanto, uno de los ejes que incluiremos: el respeto a la ley frente a su sumisión a la Idea –con mayúscula-.
Continuemos con KANT, que empieza por preguntarse lo básico: si el hombre puede ser libre o, como el resto de los animales, no es más que una serie de impulsos programados para responder de determinada manera. Él cree que sí puede ser libre; menos mal, porque en el momento en que decidiéramos que el hombre no tiene realmente posibilidad de elección, la libertad, y con ella los liberales, nos extinguiríamos. El yo, nos dice Kant, debe “elevarse por encima de la necesidad natural”, pues si los hombres son gobernados por las mismas leyes que rigen el mundo material “no se puede salvar la libertad”, y sin libertad no hay moral. Y esta elevación con respecto del mundo material la consigue con la razón. Kant establece que la persona siempre debe ser considerada como un fin y nunca como un medio. Esto es importante, porque el debate ético actual se desarrolla entre el utilitarismo y los neokantianos o deontologistas.
ALEXIS DE TOCQUEVILLE es clarividente al detectar nuevas amenazas contra la libertad. En su primera época entiende que la democracia, que en ese momento identifica meramente con igualdad, es una marea que puede anegar la diversidad e imponer una sofocante uniformidad, incluso de pensamiento. Lo llama “tiranía de la mayoría”:
«es preciso estar protegidos también contra la tiranía de las opiniones y de los sentimientos predominantes, contra la tendencia de la sociedad a imponer […] sus propias ideas y costumbres como reglas de conducta a aquellos que se apartan de ellas […] obligando a todos los caracteres a adaptarse a su modelo».
Por eso marcha a Estados Unidos, porque cree que allí han conjurado los problemas de la democracia con las instituciones adecuadas y se propone estudiarlas: nace así Democracia en América. Posteriormente, en una segunda etapa, a mediados de siglo, Tocqueville detecta una nueva amenaza para la libertad. La primera revolución industrial, altamente beneficiosa en su conjunto, ha provocado el sufrimiento de un gran número de personas que, desarraigadas y trasladadas a las ciudades, malviven en condiciones inhumanas. Este grito de angustia está siendo recogido por una serie de pensadores que, agrupados vagamente en torno al lema socialismo, pretenden una enmienda a la totalidad a la organización política vigente. En el convencimiento de que la razón puede construir una sociedad nueva, y que los problemas de la actual son debidos a maldad de los gobernantes, o a ignorancia general, o a ambas, diseñan sociedades utópicas en las que la propiedad privada es abolida y todos los aspectos de la existencia son meticulosamente ordenados. El proceso culminará con el advenimiento del marxismo, una religión con apariencia –ese es el secreto de su éxito- científica. La religión, como tal, cuenta con dogmas y herejes, lo que provocará graves problemas durante mucho más de un siglo. Para empezar, a la Idea marxista quedará subordinada la ley, destruyendo así todos los avances del constitucionalismo desde Locke, y la libertad. ”Se trata efectivamente de abolir la individualidad, la independencia y la libertad burguesas”, dirá Marx en el Manifiesto Comunista. Es normal, porque para él no son más que superestructura, manifestaciones de la estructura económica de la sociedad que determina incluso la conciencia y el pensamiento de las personas –excepto, claro está, el de Marx-. Pero además, al establecer la lucha de clases como motor de la historia, y la necesidad de que la burguesía sea extinguida para alcanzar el paraíso comunista, Marx destruye todos los avances en la tolerancia y en el valor del debate entre adversarios, volviendo a considerarlos enemigos a destruir y reinstaurando la violencia de las guerras de religión.
Ante el avance del socialismo Tocqueville entiende que es éste y no la democracia el enemigo de la libertad:
«La democracia extiende la esfera de la libertad individual; el socialismo la restringe. La democracia atribuye todo valor posible al individuo; el socialismo hace de cada hombre un simple agente, un simple número».
«El socialismo hace de cada ciudadano un niño; la democracia hace de cada uno un hombre».
«La democracia y el socialismo sólo tienen en común una palabra: igualdad. Pero adviértase la diferencia: mientras la democracia aspira a la igualdad en la libertad, el socialismo aspira a la igualdad en la coerción y la servidumbre».
A partir de ese momento la democracia a la que se refiere Tocqueville es la democracia liberal, aquella que ha incorporado las aportaciones del liberalismo. Todo esto nos va a permitir incorporar nuevos ejes para definir el liberalismo. Uno de ellos, esencial, el que va desde la tolerancia hasta la consideración schmitiana de la política como lucha sin cuartel entre amigo y enemigo. Otro, el que va desde el constitucionalismo y el respeto de la ley hasta la subordinación de ésta a la Idea.
Tal vez sea JOHN STUART MILL quien mejor ilustre que el liberalismo es un carácter peculiar. Su padre, adepto de Bentham, lo educa –lo adiestra, cabría decir- en el utilitarismo de forma tan concienzuda que acaba provocándole una severa crisis nerviosa. Mill no quiere renunciar al utilitarismo, pero mucho menos a la libertad que ve constreñida por aquél, de modo que acaba introduciéndole matizaciones que acabarán dejándolo irreconocible. También está muy preocupado por la tiranía de la mayoría y el consenso social alcanzado por mimetismo o temor. Él defiende la necesidad de la variedad de opiniones y del debate para la existencia de una sociedad saludable. Su más famoso ensayo es Sobre la libertad.
No se puede negar una aportación de los españoles al liberalismo: el nombre. Por eso aparece aquí AGUSTÍN DE ARGÜELLES, redactor del preámbulo de la Constitución de 1812. Como puede verse el nombre nació después que la criatura: ni Locke ni Montesquieu sabían que eran liberales. Y de hecho nació en un momento desafortunado, en el momento en que la escuela de Manchester apoyaba un laissez faire extremo que no contribuía a paliar el sufrimiento de los obreros. Liberalismo quedó así ligado a liberalismo económico, en su fase más dura, además. De este modo la izquierda consiguió estigmatizarlo y presentarlo como símbolo de explotación, y sus logros del liberalismo acabaron siendo fagocitados por la palabra democracia –recordemos siempre que nuestra democracia basada en la ley y los derechos individuales es una democracia liberal-.
Ya que hemos hablado del liberalismo económico tenemos que mencionar una pieza clave, que nos proporcionará un nuevo eje de estudio: ADAM SMITH y su descripción del mercado como un mecanismo, casi milagroso, para asignar eficientemente los recursos. Ni menos, ni más. No busquemos milagros adicionales en el mercado. No confiemos en él y sólo en él para alcanzar la justicia social. Pero en eso, en recoger las preferencias de la gente, en arbitrar, en orientar la producción, sí es milagroso. Este es, como digo, otro eje que hay que tratar al hablar del liberalismo: iniciativa privada y mercado frente a estatismo y planificación centralizada. Y sigamos hablando de economistas. LUDWIG VON MISES, fundador de la Escuela Austriaca y autor de La acción humana. Y FRIEDRICH HAYEK. Es el primero en entender que liberalismo político y liberalismo económico deben ir unidos. Que la planificación centralizada no sólo es ineficiente, no sólo proporciona al poder político la posibilidad de utilizar la economía para generar redes clientelares, añadiendo así a la ineficiencia corrupción: sobre todo acaba extinguiendo la libertad. Es autor de Camino a la servidumbre.
Y llegamos así a KARL POPPER que en este camino saca a la luz algo capital: la permanente tentación de la persona hacia la tribu. Una fuerza que atrae a las personas en sentido contrario a la libertad, hacia la disolución en la masa, en la tribu o en la ideología. Porque es el momento de entender un par de cosas sobre la libertad. La primera es que, si bien libertad es una palabra muy atractiva –ha triunfado en el terreno del marketing, podríamos decir- lo cierto es que puede ser una carga muy pesada. Porque la libertad conlleva la necesidad de tomar decisiones, la posibilidad de que sean erróneas, la responsabilidad por las propias acciones. En cambio la disolución en una entidad superior tiene muchas ventajas: proporciona un lugar en el mundo; proporciona certeza y seguridad; elimina la engorrosa responsabilidad; y, un aspecto nada desdeñable, proporciona una parcela de inmortalidad puesto que la entidad en la que uno se disuelve –la nación, el pueblo, la ideología- es inmortal, viene del pasado y se proyecta hacia el futuro. La segunda cosa que hay que entender es que, por todo lo anterior, la experiencia demuestra que la gente puede renunciar con bastante facilidad a la libertad. En realidad podría decirse que el liberalismo es el empeño exitoso de unos cuantos que se han empeñado en convencer a un gran número, contra los impulsos reales de estos últimos, de que la libertad es algo importante, y por eso la cosa es bastante frágil.
Esta tentación tribal, por cierto, se agudiza en momentos de incertidumbre y crisis. Hay algún mecanismo antropológico que lleva a las sociedades en crisis a cerrarse, a señalar un enemigo, a focalizar en él los problemas, y a intentar destruirlo creyendo que con su eliminación desaparecerán los problemas. Recomiendo la lectura El chivo expiatorio de Girard.
En resumen, si queremos entender qué es liberalismo, éste es un eje fundamental: persona frente a tribu.
Sigamos nuestro camino con ISAIAH BERLIN, un autor imprescindible. No sólo tiene un conocimiento enciclopédico, sino que suele presentar enfoques innovadores de los asuntos que estudia. Quiero quedarme aquí con su visión de la tolerancia. Parte de la evidencia de que en política no hay una solución absoluta, una receta perfecta que mezcle de manera inapelable ingredientes que con frecuencia son poco compatibles entre sí –véase la libertad y la igualdad-. La tolerancia parte de un concepto dubitativo y cauteloso de la política, que lleva a aceptar que la diversidad es enriquecedora y que el adversario puede tener razón. Desde este punto de vista la única receta contra el fanatismo y la intolerancia es la aceptación sincera de las reglas del debate: la aceptación de que uno puede ser convencido con argumentos más potentes. Podemos definir así otro eje para situar el liberalismo. En un extremo estarían los que entienden la política a la manera maniquea de Carl Schmitt, como una lucha entre amigos y enemigos a los que hay que destruir, y en el otro los que practican la virtud de la tolerancia.
Nuestro camino pasa ahora por ERIC HOFER, entre otras cosas por una cuestión sentimental: fue el primer libro que leí sobre la disolución del individuo en la masa: El verdadero creyente.
JOHN RAWLS, filósofo neokantiano autor de la voluminosa Teoría de la Justicia. Una pequeña aclaración: a pesar de que sus rivales se siguen empeñando en identificar el liberalismo como un sistema cruel, inmune al sufrimiento humano, es obvio que la justicia social, la red para acoger a los más desfavorecidos, es un asunto plenamente incorporado en su agenda. Desde luego la aportación de la socialdemocracia, desde el momento en que abandonó el marxismo, ha sido fundamental. Para Rawls la justicia es el asunto más importante, y para ello prescribe el “velo de la ignorancia”. Se trata de un esfuerzo de imaginación: para decidir si una sociedad es justa, hagámoslo como si no supiéramos el lugar que ocuparemos en ella, sin saber si seremos de determinada raza, sexo, sin conocer nuestra posición económica, e incluso nuestras capacidades. Y hay que decir que, para un liberal, Rawls es un tanto aguafiestas: para él todo es fruto del azar. Eso equivale, en definitiva, a negar la autonomía, la libertad y la responsabilidad. Por eso Rawls hay que leerlo junto con su rival ROBERT NOZICK, para que ente ellos haya una saludable tensión –si Rawls se queda a veces corto en su planteamiento liberal, Nozick con su estado mínimo se pasa ampliamente-. Ambos están bien juntos, pero regular por separado.
Menciono ahora a CARLOS RANGEL, el que mejor ha entendido los complejos de América latina en Del buen salvaje al buen revolucionario, y uno de los que mejor ha sabido describir la democracia liberal como algo gradual y dubitativo. Y JONATHAN HAIDT, sicólogo social y autor de La mente virtuosa, donde analiza brillantemente nuestro ecualizador moral, fruto de la evolución, y las causas de la polarización política. Porque, aparte de la filosofía, el pensamiento político no puede estar al margen de los avances de la sicología evolutiva, la antropología, la neurociencia o las ciencias del lenguaje. Este es GIOVANNI SARTORI, el mejor politólogo actual, que acaba de morir. Y finalizo con ALEXANDER HERZEN, no por nada, sino porque se me había olvidado ponerlo antes y haberlo puesto en su lugar más o menos cronológico me habría obligado a rehacer toda la presentación. Elegante, clarividente, opuesto a la autocracia zarista, escéptico pero socialista hasta el final. Sin embargo, y esta es otra de las pruebas de que el liberalismo es un carácter especial, su aprecio por el hombre y la libertad impregna Mi pasado y pensamientos, sus memorias. Puso en guardia del peligro que suponía subordinar el hombre a la Humanidad o a otras abstracciones similares. Y anticipó con bastante claridad, y sin ningún entusiasmo, lo que sería la revolución rusa. Los bolcheviques también lo tenían en su panteón, lo que parece indicar que no lo habían leído bien.
De este breve paseo por el panteón liberal me gustaría extraer una conclusión bastante importante: la democracia liberal no es un producto natural –digamos, como una berenjena-. Es una construcción cultural. No parece que llevemos inscrito en los genes el deseo hacia la autonomía, la libertad y la responsabilidad, sino más bien todo lo contrario: nuestros genes nos llevan más bien en dirección opuesta, hacia la disolución en el confort de la tribu. A veces parece que los liberales son unos tipos un tanto raros –quizás una mutación genética- que se han empeñado, y han conseguido contra todo pronóstico, convencer a todo el mundo, en contra de la naturaleza de todo el mundo, de que la persona y su libertad son los valores máximos.
La democracia liberal es un oasis, en el espacio y el tiempo. Incluso quienes más ferozmente la critican, dado que no suelen decidirse a abandonarla, reconocen implícitamente esto. Es un oasis precario, rodeado y acechado por el desierto que permanentemente amenaza con engullirlo. Pues bien, puesto que la democracia liberal es una construcción cultural, y no natural, si queremos preservarla debemos conocer, al menos someramente, cual es el pensamiento político de estos persistentes liberales que han conseguido construirla. Porque el liberalismo, es tanto un sistema de valores como un conjunto de soluciones ante las amenazas a esos valores en cada momento. Si somos adanistas, si creemos que la historia comienza con nosotros desperdiciaremos insensatamente esa experiencia.
Ahora viene la segunda parte. En este breve paseo hemos detectado una serie de ejes sobre los que localizar el liberalismo y distinguirlo de doctrinas e ideologías rivales. Esto es importante porque, como decía al comienzo de esta charla, el tradicional eje derecha-izquierda se muestra completamente insuficiente para analizar la situación actual. Propongo inicialmente estos:
Se pueden incluir otros ejes, jugar con ellos, y extraer conclusiones. En todo caso, éstos son relevantes. Si ahora localizamos en cada eje dónde creemos que se sitúa el pensamiento liberal, y unimos los puntos, obtendremos el área donde habita el liberalismo (curiosamente es naranja):
Hagamos lo mismo con el nacionalismo (en verde), y veremos sus radicales diferencias con el liberalismo:
Esto nos sirve para desmontar de un vistazo una falacia muy querida por los nacionalistas. A todos los que hemos defendido el proyecto común español en un territorio contaminado de nacionalismo se nos ha acusado en algún momento de ser “nacionalistas españoles”. Es obvio, y el gráfico lo muestra de manera muy visual, que liberalismo y nacionalismo son antagónicos.
He aquí otra falacia muy habitual: ¿cómo van a tener cosas en común Podemos y el Frente Nacional, si un partido es de extrema izquierda y otro de extrema derecha? Cambiemos ahora un par de ejes, incluyamos el eje izquierda-derecha, y comparemos el liberalismo con los populismos. En este caso represento uno de extrema izquierda con el color rojo
Y otro de extrema derecha con el color azul.
Como puede verse, los populismos de derecha e izquierda comparten un amplio hábitat; lo mismo ocurriría si incluyéramos al nacionalismo. Lo opuesto a un populismo de derechas no es un populismo de izquierdas, y ambos son esencialmente parecidos al nacionalismo. Lo realmente opuesto a ideologías tan destructivas como los nacionalismos y los populismos es el liberalismo, y es por tanto desde él desde donde debemos dar la batalla ideológica. Finalizo aquí esta charla. Gracias por la paciencia.
Comentarios
Pero nos manda usted tantos deberes; un montón de libros imprescindibles y aún sin leer.
Menos mal que aún queda verano!
Enhorabuena y muchas gracias
Me llama la atención la relación de la libertad con la moral. La “falta de libertad” como excusa para el relajamiento moral personal.
Achacar al liberalismo la injusticia social es un triunfo de los igualitarios ya que consiguen con eso equiparar el liberalismo a cualquier tipo de monopolio, que obviamente no es liberalismo. Una fantástica cortina de humo.
Hay una realidad absolutamente incorrecta en el día de hoy: La desigualdad económica como motor del crecimiento. Claro es que no estoy hablando de explotación pero hay un margen para la acumulación del capital que es lo que provoca la inversión significativa y con ello el crecimiento. Lo importante de los ricos no es que tienen mucho dinero y consumen más, y se pueden permitir gozar de mujeres mas hermosas, sino que tienen poder. Pero en general ese poder lo emplean en aumentar la inversión.
Por lo demás no hay sociedad igual en cuanto status social. Somos iguales ante la ley, en un mundo liberal, y, después, totalmente variopintos. Afortunadamente. Ya le comenté que la sociedad necesita una pirámide de puestos en un enorme organigrama y esos puestos son distintos en muchas características. Lo que debe cuidar el liberal es el justo acceso a los puestos. Si todos fueramos iguales el puesto de diputado sería disputadísimo…si ese fuera el gen común.
Muy importante lo de que el liberalismo no es “natural”. Tendemos mucho a olvidarnos que en la Biblia aparece enseguida lo del sudor de la frente. Y que hay mucha gente que lo quiere entender como la frente del de enfrente. Es que la sociedad natural puede tender inmediatamente a la barbarie. Al sicópata dictador. Y los totalitarios trabajan sobre una sociedad que no es la natural. Es la idea cebo para mandar a los esclavos que renunciaron a su libertad.
Ya ve que algo me lo he currado, no sé si con algún acierto, pero es mi mejor felicitación por su trabajo tan claro. Y necesario.
He tenido que ampliar, y ampliar, y ampliar los gráficos, que me cuestan mucho en el mac, pero los he disfrutado.
No había visto ese tipo de gráficos explicando estas cosas, nunca antes, pero me han parecido geniales.
Y a Tocqueville, a Montesquieu, a Stuart Mill, a Von Mises, a Hayek, a Rawls, a Nozick y a Haidt, sí los he leído ( los tres últimos , precisamente por recomendaciones anteriores de usted ).
En cambio a Sartori, no lo aguanto. Me lo recomendaron dos amigas, y, según ellas, empecé por lo más árido. Pero paso de volver a intentarlo. Espero que no importe.
Y, en cuanto termine con "The Psychopath Inside " de James Fallon, que tengo por la mitad, y que me está encantando ( seguro que a D.Psychoactive también le gusta o le gustaría ), me dedico a releer...
Muchas Gracias, pues.