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MANCHESTER BY THE FACE

(¡Atención spoiler! Aunque me lo agradecerán)


El protagonista es un hombre taciturno, adusto, diríase con cierto retardo. Trabaja de ñapas y ocupa su ocio emborrachándose y buscando bronca. Pero no siempre fue así: el espectador aprende que en algún momento fue un padre jovial y cariñoso con sus tres hijos. Tiene además un hermano de salud débil cuya muerte desencadenará la historia. Pero en sus primeros compases se limita a ser un ejemplo más de cine deprimente, ese género en el que director y espectadores se regodean en situaciones sórdidas que aparentemente pretenden reflejar la realidad cotidiana. Ocurría con cierta frecuencia en España en la Transición, y ahora en México en las películas en las que aparece Gael García Bernal. ¿La historia del oscuro marmolillo es, pues, un reflejo de lo cotidiano? Lo veremos.

El caso es que el hermano que fallece deja un hijo, un adolescente follador cuya tutela encomienda inopinadamente al protagonista. ¿A semejante sieso? Pues sí. El protagonista, dentro de sus límites, simpatiza con el adolescente, parece existir cierta química entre ellos, y eso hace albergar ciertas esperanzas de recuperación y normalización de las cosas. Pero entonces ¿qué ha pasado? ¿Cuál es el episodio que ha dejado tan malparado al protagonista? El director, dispuesto a demostrarnos que no hay que juzgar por las apariencias, que el pasado nos puede ayudar a comprender y ser más benevolentes con comportamientos erráticos, y convencido en definitiva de que vamos a acabar adorando al protagonista, nos lo cuenta.

Resulta que el protagonista organiza en su casa una juerga con amigotes, en la que no sólo se emborrachan como topos sino que consumen cantidades homéricas de cocaína. Cuando finalmente la mujer echa a los amigos alborotadores, el protagonista, absolutamente ciego pero incapacitado para dormir por la cocaína, decide encender la chimenea. Decide también que aún no ha bebido lo suficiente, y dado que las cervezas se han acabado marcha a por ellas. A medio camino sospecha que ha olvidado poner la pantalla protectora, la que impide que un tronco salte y prenda fuego a la casa, pero sopesando riesgos con cervezas decide seguir adelante. Cuando finalmente vuelve con las cervezas la casa está en llamas y sus tres hijos calcinados.

Esta asombrosa irresponsabilidad va, obviamente, mucho más allá de un mero accidente, pero el director está tan confiado en nuestra simpatía que pretende hacernos creer que la ex mujer del protagonista -la madre de los niños abrasados por la imprudencia-, en lugar de haber contratado a un sicario continúa enamorada del protagonista y pretende volver con él. Antes de finalizar la película, por cierto, el peligroso idiota está a punto de calcinar también a su sobrino tutelado.

Así que esto es lo que hay. Lo único notable es el parecido de Casey Affleck, el protagonista, con Oriol Junqueras si éste último perdiera súbitamente veinte kilos.

Manchester by the sea (2016). Kenneth Lonergan

Comentarios

viejecita ha dicho que…
¡ Pues a mí que me ha encantado la película !
Y el renunciamiento final me hizo llorar a moco tendido.

Me vuelvo a sus liberales, que tienen mucha chicha, y en este momento, entre unas cosas y otras los tengo que estudiar a poquitos.

Pero Muchas Gracias, D. Navarth,
¡ Que descansen ambos ( usted y Dª Brunilda ) , y tomen fuerzas para la que nos espera en septiembre !
Nicolasa de Achicallende ha dicho que…
Ahora no recuerdo bien si salen gaviotas. Las gaviotas son un regalo del Creador a los directores de cine para que cuando no sepan cómo diantres hacer una transición entre planos que no sea brusca o poco inteligible, zas, unas gaviotas en vuelo (en vuelo, siempre en vuelo. Caminando por playas o muelles, o posadas en cualquier sitio, no sirven), salvan la papeleta.
Son planos en lo que el espectador piensa que alguien en la peli está pensando... o en calma, o meditando, o con la mente de un adolescente en un botellón (o sea, en blanco).
¡Qué sería del cine intenso sin las gaviotas!

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