Las primeras publicaciones de Saint-Simon pasan completamente desapercibidas, y en 1806 se encuentra de nuevo en Francia. Entre el mantenimiento de su salón y sus viajes ha gastado toda su fortuna, y tiene que recurrir a un conocido para que le proporcione un trabajo como copista: trabaja en él nueve horas al día y dedica la noche a sus reflexiones e investigaciones. Su salud se deteriora, pero transcurridos unos meses una persona se cruza en su camino. Se trata de Diard un antiguo sirviente que le ofrece casa y comida para que pueda concentrarse en su estudios. En 1807, con la ayuda financiera de Diard, publica Introducción a los trabajos científicos del siglo XIX donde defiende que la tarea pendiente es ascender un nuevo nivel científico y filosófico sintetizando el saber adquirido en las distintas ramas del conocimiento, tal y como Bacon y Descartes hicieron en el siglo XVII y Newton y Locke en el XVIII. En la obra además continúa perfilando una teoría de las élites y el poder:
“Todo hombre, todo grupo de hombres, cualquiera que sea su carácter, intenta incrementar su poder. El guerrero con su espada, el diplomático con sus ardides, el experto en geometría con su compás, el químico con sus redomas, el fisiólogo con su escalpelo, el héroe con sus hazañas, el filósofo con sus combinaciones, todos ellos luchan para alcanzar el mando. Desde diferentes lados escalan el altiplano en cuya altura está el ser fantástico que rige la naturaleza y al que todo aquél que tiene un fuerte carácter intenta reemplazar”.
Es una reflexión interesante: en el teatro de la vida nadie se conforma con quedarse entre el público: todos desean ascender al escenario donde la acción principal tiene lugar y se reparten los papeles protagonistas. Y este, cuando las necesidades básicas están cubiertas, es el motor más importante de la acción humana.
Como hará en posteriores escritos Saint-Simon defiende una doble moral, una que debe aplicarse a las masas y otra a las elites.
“Creo en la necesidad de una religión para mantener el orden social. Creo que el deísmo está obsoleto, pero el fisicismo no está lo suficientemente desarrollado para servir como nueva religión. Creo que debe haber dos doctrinas diferenciadas: fisicismo para la gente cultivada, y deísmo para los ignorantes”.
Mientras tanto se persuade de que el acuerdo resultante de su ruptura con Redern ha sido injusto, y se dedica a importunarlo para que restablezcan su asociación o al menos reconsidere los términos económicos de la liquidación. Con el fin de librarse de las molestias, Redern accede a pasarle una pequeña asignación periódica, pero en 1811 la retira agobiado a su vez por problemas económicos. Es un mal momento para Saint-Simon: su fiel amigo Diard ha muerto el año anterior, y ahora él se encuentra sin medios de subsistencia. La tensión altera su equilibrio mental, y en enero de 1813 es ingresado en un sanatorio donde lo atiende el famoso doctor Pinel. Enterados de sus problemas unos familiares de Péronne acuerdan pasarle una cantidad mensual, y con este alivio y el tratamiento de Pinel en un mes está en condiciones de abandonar la institución. Al finalizar el año ha conseguido escribir dos obras más: Memoria sobre la ciencia del hombre y Trabajo sobre la gravitación universal. Incapaz de financiar las copias mecánicas Saint-Simon se ve obligado a realizar copias manuscritas de ambas que envía a prestigiosos profesores y científicos de Francia, Inglaterra, Alemania e Italia, y a varios ministros de Napoleón. Por primera vez alcanza el éxito. Algunos destinatarios le responden con entusiasmo, y dirigen cartas a Napoleón asegurándole que la obra de Saint-Simon es merecedora de patrocinio oficial. Con cincuenta y tres años y una salud delicada Saint-Simon siente que su carrera como filósofo social acaba de empezar.
El reconocimiento le proporciona un colaborador: Augustin Thierry, un brillante historiador impresionado con el pensamiento de Saint-Simon. De la colaboración surgirá un año más tarde Sobre la reorganización de la sociedad europea. Con la ayuda de Thierry, al que considera su hijo adoptivo, Saint-Simon se inclina cada vez más por la causa del liberalismo. En 1816 funda La industria, una publicación periódica dirigida a la propagación de lo que llama “opinión industrial”:
“Es una exageración afirmar que la Revolución Francesa completó la ruina de los poderes teológicos y feudales. No los destruyó: simplemente redujo la confianza de la gente en los principios en los que estaban basados, así que actualmente estos poderes no tienen la fuerza suficiente para servir de vínculo a la sociedad. ¿En qué ideas, entonces, encontraremos este necesario vínculo orgánico? En las ideas industriales: allí y sólo allí deberemos buscar nuestra salvación y el fin de la revolución”.
La Industria alcanza enseguida un gran número de suscriptores. En principio un industrial es para Saint-Simon toda persona que realiza un trabajo productivo. Pero cuando más adelante defina la élite que debe servir de guía a la sociedad se referirá a los grandes capitanes de la industria: banqueros, fabricantes y comerciantes. En estos momentos Saint-Simon, admirador de la obra de Jean Baptiste Say, se declara firme partidario del laissez faire y de un gobierno “que permita a la sociedad -que conoce por sí misma cuáles son sus necesidades, qué es lo que quiere y qué es lo que prefiere- ser la única juez del mérito y utilidad del trabajo, y que consecuentemente permita al productor depender exclusivamente del consumidor para su salario, la recompensa por su servicio”.
En la primera mitad de 1817, justo antes de la publicación del segundo volumen de La Industria sufre la deserción de su ‘hijo adoptivo’, que comienza a considerar las enseñanzas de su padre algo complicadas para sus gustos. Es sustituido por un joven prometedor que acaba de ser expulsado de la Escuela Politecnica por insubordinación: Augusto Comte. Comte lo ayuda en la preparación del tercer volumen de La Industria, en el que continua abogando por una “moralidad terrenal” y una ciencia positiva que, con la guía de los industriales, consiga desplazar la gastada teología católica. Esta crítica al catolicismo consigue que muchos suscriptores se retiren alarmados, y en 1818 La Industria deja de existir.
Sin dejarse desanimar por el revés Saint-Simon emprende dos nuevas publicaciones, El Político y El Organizador. Este último aparece en mayo de 1819 con un resumen llamado Extractos del Organizador en el que incide sobre dos temas mencionados en publicaciones anteriores. Una, la distinción entre personas productivas, todas aquellas que desempeñan algún trabajo, y personas ociosas, aquellas que viven de las rentas y que por tanto no prestan ningún servicio útil a la nación. Dos, la creencia liberal en que el mejor gobierno es el que menos se entromete en las actividades de los ciudadanos y menos dinero les cuesta. El problema está en que la restaurada monarquía borbónica ha creado un gobierno hipertrofiado que, para dar cobijo a centenares de parásitos, cuesta anualmente centenares de millones de francos al contribuyente. Supongamos, comienza el Extracto, que Francia perdiera de repente a tres mil de sus mejores científicos, artistas e industriales. El resultado sería un desastre del que el país tardaría generaciones en recuperarse. Pero supongamos que en lugar de tres mil personas valiosas perdiera treinta mil de esos ociosos que viven a costa del erario: Francia no se inmutaría. En la relación de zánganos figuran los nombres de nobles y miembros de la familia real, lo que provoca el arresto de Saint-Simon. Y, para empeorar las cosas, mientras éste se encuentra en prisión el duque de Berry, también mencionado en la lista, es asesinado por el fanático Louis Pierre Louvel como paso previo a la aniquilación de los Borbones. Saint-Simon es condenado en primera instancia, aunque en la Corte de Apelación es declarado inocente.
Recobrada la libertad, Saint-Simon reemprende su trabajo en El Organizador, donde comienza a perfilar los detalles de la nueva sociedad industrial, la sociedad que debe surgir cuando el Antiguo Régimen sea definitivamente superado:
“El viejo sistema político (me refiero al que aún está en vigor y del que deseamos desembarazarnos) nació en la Edad Media. Dos elementos, muy diferentes en naturaleza, contribuyeron a su formación: desde su origen ha sido siempre una mezcla de sistema teocrático y feudal. La combinación de fuerza física (ejercido por la gente de armas), y las argucias y astucias inventadas por los clérigos, invistieron a los líderes del clero y la nobleza con poderes soberanos, y subyugaron al resto de la población”.
En realidad, continúa Saint-Simon, este era el mejor sistema posible porque, por un lado, el escaso desarrollo de la ciencia motivaba que fuera la metafísica la que tuviera que gobernar estos asuntos. Y por otro porque el único medio de adquirir riqueza era por la vía de la conquista. Pero ahora la situación ha cambiado y es necesario subir el peldaño hacia a la sociedad industrial porque “mediante el progreso de la industria los hombres han adquirido los medios para alcanzar la prosperidad juntos, enriqueciéndose mediante trabajos pacíficos. Y por otra parte se ha alcanzado el conocimiento positivo, , los fenómenos de todo tipo han sido observados y la filosofía, basada en la experiencia, contiene hoy principios que pueden guiar a las personas hacia la moralidad y el bienestar con mucha más seguridad que la metafísica”.
Presa de una actividad inagotable en 1820 Saint-Simon publica El sistema industrial, el primero de tres exitosos ensayos con ese nombre. Pero lo cierto es que si bien Saint-Simon es considerado un autor interesante no acaba de ser tomado en serio del todo. John Stuart Mill, que lo conoce en 1821, lo definirá como una persona inteligente y original. Para el fundador de la doctrina de los industriales esto no es suficiente. Necesita el reconocimiento público que cree merecer, tiene más de sesenta años y desespera de alcanzarlo. Poco a poco la desesperación se va convirtiendo en depresión. En marzo de 1923 escribe una carta a su amigo y seguidor Ternaux. Al finalizar carga una pistola y se dispara en la cabeza. Milagrosamente salva la vida, aunque pierde el ojo derecho.
Imágenes: 1) Portada de La Indusria; 2) El
doctor Pinel quitando las cadenas a los pacientes del manicomio de Salpêtrière,
por Robert-Fleury; 3) Augustin Thierry; 4) Jean Baptiste Say; 5) Asesinato del
duque de Berry al salir de la opera; 6) Auguste Comte.
Comentarios
La eliminación de una élite capitalista no inmuta a la sociedad, es cierto, si unos no poseen la riqueza, serán otros la que la adquieran. Pero la perdida de una élite intelelctual paraliza un país. España sufrió algo parecido con la guerra civil y la dictadura, esperemos que la emigración aristocrática -en sentido etimológico- que sufrimos hoy no termine siendo algo parecido.
Hace tiempo que me inquieta mucho la deriva de Europa, parece que vamos directos a una europa rica a costa de otra Europa de menesterosos, que la "lucha de clases" se puede cambiar por la "lucha de paises", que las élites se concentran en centroeuropa es un hecho.
Mis felicitaciones por la entrada. Un abrazo (sigo contando, 20)
1.- "A menudo".
2.- "...serían otros los que la...".
3.- "Aristoemigración", mejor.
Perdón.
gracias por continuar mi desasnamiento con la colaboración de Don Belosticalle que hoy me ha hecho un honor inesperado e inmerecido. ¡Me dedica su entrada!
Muy malo para mi sobrepeso.
A los tres que cita hoy los leí bastante de niño, hace unos cuarenta años, ya casi lo he olvidado todo.
Es lo que tiene la mediocridad, no nos cabe en la cabeza todo lo que leemos y tenemos que ir desechando unas cosas para que quepan otras.
Por lo menos, si además de mediocre no se es también estúpido, normalmente se desechan más las malas ideas y se van quedando las buenas, será por eso que la gente "normal" deja de ser extremista con la edad.
Lo que me lleva a otra idea, quizá la salvación de España esté precisamente en el envejecimiento de la población. ¡A ver si el país acaba echando cabeza!
Un gran abrazo. (19 días)
Este Saint-Simon, que, por cierto, tiene nombre de queso, cuanto más cosas nos cuenta usted de él, más gracia me hace.
Y tiene toda la pinta, por su historial, de haber sido el típico bipolar. Alternando las fases de euforia, de hacer ochenta cosas al mismo tiempo, y considerarse el rey del mundo, con las fases de estar hundido, arruinado, y medio suicidándose...
Hoy en día, le hubieran dado sales de Litio, le hubieran puesto en manos de un psicoanalista argentino, y se hubiera convertido en un tipo aburrido, como los demás.