Durante unos años Saint-Simon mantiene a pleno rendimiento su salón de la calle Chabanais, para el que no repara en gastos:
“Saint-Simon maneja un principesco séquito de sirvientes. Como administrador tiene a Monoyer, el antiguo administrador de M. de Choiseul famoso en su tiempo por su boato; como cocinero jefe Le Gagneur, a quien deben su fama las cenas del mariscal de Duras; como mayordomo jefe Tavernier, que aprendió su profesión en Roma en la casa del cardenal De Bernis. Veinte sirvientes…”.
Entre sus visitantes asiduos se cuenta el matemático Lagrange. En 1798, tras la ruptura con Redern, Saint Simon se ve obligado a mudarse a un piso algo menos lujoso cerca de la Escuela Politécnica. Decide entonces continuar con su aprendizaje de una manera más convencional, e ingresa en la Escuela para estudiar física y matemáticas. El 18 de Brumario* Napoleón asume el poder.
Saint-Simon compatibiliza sus estudios con el mecenazgo científico, y numerosas anécdotas atestiguan su generosidad. En una ocasión acude a visitar al prometedor cirujano Guillame Dupuytren, y al partir deja sobre su mesa 1.000 francos. En 1801 finaliza sus estudios en la Escuela Politécnica y se casa con Sophie de Champgrand, una joven escritora y músico discípula de Grêtry. El matrimonio no está motivado por amor: Saint-Simon cree que una anfitriona cultivada es el complemente ideal en su salón. Sobre estas bases el matrimonio sólo dura un año. Tras el divorcio Saint-Simon decide ampliar sus conocimientos viajando por Europa. Viaja primero a Inglaterra, y más tarde a Suiza. Allí conoce a Madame de Staël, a quien propone infructuosamente matrimonio con el argumento de ser los dos personajes más extraordinarios de la época.
En 1802 en Ginebra Saint-Simon resume por primera vez sus ideas. El resultado recibe el nombre de Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos. La obra se estructura en forma de cartas que Saint-Simon envía a un supuesto amigo que a su vez lo responde, lo que le permite desarrollar sus reflexiones. Para vislumbrar el carácter de Saint-Simon resulta interesante cómo, bajo la forma de este amigo imaginario, se responde a sí mismo:
“Me habéis invitado a daros mi opinión acerca del plan que habéis presentado. Lo haré con especial placer porque ningún lector atento podría dejar de quedar impactado por la pureza de la mente del autor, porque su intención es sublime, y porque merece ser favorablemente recibido por toda la gente sensata y reflexiva. Finalmente, porque el objetivo del autor es la felicidad de la humanidad. Trabaja por ello, y yo lo admiro”.
El plan de Saint-Simon consiste en que los científicos sustituyan al clero en la dirección espiritual de la humanidad. Para ello propone la creación del Consejo de Newton, un comité de veintiún sabios generosamente remunerados por suscripción popular para que puedan dirigir todas sus energías a desbrozar el camino del progreso:
“Abrid una suscripción ante la tumba de Newton. Aportad todos vosotros, sin distinción, la suma que consideréis oportuna. Dejad que cada suscriptor nomine a tres matemáticos, tres físicos, tres químicos, tres fisiólogos, tres escritores, tres pintores, tres músicos. Dividid las ganancias de la suscripción entre los tres matemáticos, físicos, etc. que reciban mayores votos”. “Creo que todas las clases sociales se beneficiarían de esta organización: el poder espiritual en poder de los sabios; el temporal en las manos de los propietarios; el poder para elegir a los líderes de la humanidad en las manos de todos; la recompensa para los gobernantes, el respeto”.
Saint-Simon procede a detallar el plan a todos los implicados: los científicos, los propietarios y los no propietarios. Para los primeros las ventajas del plan son evidentes, así que no se detiene mucho en explicitarlas. En lo referente a los propietarios, Saint-Simon les explica que más vale no enfrentarse a los sabios. A fin de cuentas ellos han sido capaces de poner en marcha la Revolución aunque luego también ellos han sido arrollados por ella; colocándolos en la cúspide de la sociedad y convirtiéndolos en sus guías espirituales las turbulencias desaparecerán. En lo referente a los no propietarios lo cierto es que son los más numerosos. ¿Por qué no tomar ellos el poder? Saint-Simon contesta:
“Admito, amigos míos, que es de lo más fastidioso. Pero debéis tener en cuenta que los propietarios, aunque inferiores en número, son más ilustrados que vosotros, y que por el bien general el dominio debería ser proporcional a la ilustración. Mirad lo que ocurrió en Francia cuando vuestros camaradas tomaron el poder: causaron una hambruna”.
Con la guía de la élite científica la humanidad prosperará. Saint-Simon no cree en el espejismo de la igualdad: aparte de poner el poder en manos de los menos preparados, al final hay tantos gobernantes que los gobernados no dan abasto para mantenerlos:
“La continua apelación a todos los miembros de la sociedad para asumir las funciones de una asamblea deliberativa fue un fracaso. Aparte de las terribles atrocidades a las que tal aplicación del principio de igualdad llevó naturalmente al poner en manos de ignorantes el poder, finalmente dio lugar a una forma absolutamente impracticable de gobierno en el que había tantos gobernantes (incluyendo los no propietarios) que el trabajo de los gobernados era insuficiente para mantenerlos a todos. Esto llevó a un resultado absolutamente contrario al inalterable de los no propietarios: pagar pocos impuestos”.
De repente en la segunda parte de las Cartas Dios habla directamente a Saint-Simon: “¿Es una aparición? ¿Es sólo un sueño? No lo sé, pero estoy seguro de que experimenté lo que ahora voy a contar”. Dios cuenta a Saint-Simon que ha decidido que Roma deje de representarlo, y que el Papa, cardenales y obispos dejarán de hablar en su nombre. Tras la expulsión de Adán Dios quiso poner a prueba a la humanidad, y puso a su frente a los clérigos para guiarla en el camino correcto, pero su papel de interlocutores de Dios se les ha subido a la cabeza y han fracasado estrepitosamente. Ahora Dios se propone sustituirlos:
“Oíd esto: he colocado a Newton a mi lado para iluminar y dirigir a los habitantes de todos los planetas (…) La asamblea de veintiún elegidos de la humanidad se llamará el Consejo de Newton. El Consejo de Newton me representará en la tierra, y decidirá la humanidad en cuatro divisiones: inglesa, francesa, alemana, italiana**”
A continuación Dios pasa a describir minuciosamente la organización del Consejo, incluyendo la de sus delegaciones territoriales, y sin desdeñar la decoración de los mausoleos subterráneos de Newton que cada delegación debe erigir.
Suelen ser más importantes que lo que se afirma las asunciones implícitas que subyacen inadvertidas a esas afirmaciones. Para Saint-Simon las ciencias humanas están subdesarrolladas:
“La fisiología está todavía en la etapa de subdesarrollo por la que las ciencias de la astronomía y la química pasaron. Los fisiólogos deben expulsar a los filósofos, moralistas y metafísicos del mismo modo que los astrónomos expulsaron a los astrólogos y los químicos a los alquimistas”.
Con esto Saint-Simon pretende que la ciencia del hombre y la sociedad sea enfocada desde una perspectiva tan aséptica y racional como la física o las matemáticas, y en esto subyacen dos asunciones implícitas. La primera, que cuando estas ciencias alcancen un nivel adecuado será posible adivinar los movimientos de la sociedad del mismo modo que la astronomía permite predecir los movimientos de un planeta (“un científico, queridos amigos, es un hombre que predice”). La segunda, que será posible construir una sociedad ideal, libre de las imperfecciones (motivadas por la ignorancia) que aquejan a la actual. Saint-Simon es el primero en sentar las bases del historicismo, cuya exacerbación devastará el planeta.
Hay que decir que el aprecio de Saint-Simon por los sabios y científicos no será permanente y gradualmente los sustituirá en la dirección de la sociedad por otro grupo: los industriales.
* 9 de noviembre de 1799.
** Obsérvese que se limita a cuatro países: el principio de igualdad tampoco parece ser especialmente relevante para Dios.
Imágenes: 1) Saint-Simon; 2) Grétry; 3) Portada de las ‘Cartas’;
4) Madame de Stáel; 5) Lagrange.
Comentarios
Pensaba esperar a que hubiese comentarios, para no espantarle a la gente, pero no tengo suficiente paciencia:
A ver si consigo escribir poco, por lo menos : Me ha hecho mucha gracia que quisiera que el poder temporal lo tuvieran los propietarios. Totalmente consistente con lo de comprarse los palacios de los nobles huidos o guillotinados. Y lo de vivir a toda pastilla, y con 20 personas a su servicio, me ha recordado lo que decían del Duque de Windsor; que sabía vivir y que vivieran bien los que le rodeaban, y que para cada trabajo determinado en su casa, tenía 1'5 personas asignadas a la tarea...
¡ Muchas Gracias ! . Me ha divertido muchísimo ( Y no estaba aburrida en absoluto )
Creía que era primer, pero ya ha publicado mi entrañable Doña Viejecita.
He encontrado varios paralelismos con la actualidad lo del gobierno o supergobierno "Espiritual" de los Científicos -donde incluye también a los artistas- me recuerda a los que reclaman un gobierno de Tecnócratas, olvidando que los tecnócratas tienen ideología y "sentimientos" como todos. Pero es cierto que con el nivel intelectual de nuestros gobernantes un cierto mayor grado de preparación es deseable.
También encuentro una semblanza con el presente español cuando habla del número de gobernantes y dice eso de que no pueden ser tantos que no se puedan mantener: el Estado de las Autonomías y sus múltiples niveles de Administración.
Pero lo más divertido es cuando empieza a desbarrar con la cuasi deificación de Newton y su mundo circunscrito a a cuatro "culturas".
Muchas Gracias Navarth, y digo como V, no estaba aburrido (de hecho yo no me aburro nunca, siempre hay algo que leer o hacer).
Recibe un gran abrazo.
Por cierto:
Me acabo de enterar de que Jack Vance se murió el domingo. Justo cuando estaba de nuevo metida en sus libros. Que me siguen encantando, y eso, se lo debo.
Doña Viejecita, no me negará que Saint-Simon es un tipo simpático. Y además estoy de acuerdo con él en algunas cosas: cosas de la vida que no se aprenden en un laboratorio.
Don Cándido, ya ve que nuestro problema con una administración hipertrofiada no es una novedad.
p.d. ¿Ha muerto Jack Vance? Lo siento mucho. Y ha pasado bastante desapercibido, lo que demuestra que la fama no siempre es justa con los grandes escritores.
Un abrazo a ambos.
Un gran abrazo (o sea, un abrazo de oso).