En este punto resulta necesario hacer un breve resumen del pensamiento de Saint-Simon.
Para empezar, está convencido de que es necesaria una nueva élite, la de los científicos e industriales, que sustituya a la nobleza y el clero en la dirección de la sociedad. En realidad tras la Revolución Francesa la sustitución ya debería haberse producido, pero la nueva élite no es plenamente consciente de su poder, y la antigua, que se resiste a abandonarlo, permanece como un residuo anacrónico en una sociedad en la que las condiciones científicas, filosóficas y tecnológicas no son las mismas que las de la Edad Media.
Saint-Simon esboza una teoría del movimiento de las élites como motor de la sociedad que sus discípulos se encargarán de perfilar. En la historia hay periodos orgánicos y periodos críticos. Los orgánicos son periodos estables en los que gobiernan las élites mejor adaptadas a las circunstancias del momento. En la Edad Media el conocimiento estaba dominado por la metafísica, y la única producción de riqueza era la conquista. En esas condiciones la nobleza protegía y el clero proporcionaba dirección espiritual. Por eso las élites de la Edad Media eran las adecuadas, porque en las circunstancias imperantes eran las más idóneas para proporcionar la máxima satisfacción a los integrantes de la sociedad, aunque en términos generales esa satisfacción fuera más bien escasa. Pero los descubrimientos científicos y tecnológicos, y los avances filosóficos, provocan que las élites tradicionales se queden anquilosadas y otras pugnen por sustituirlas, porque el anhelo de todo hombre es el protagonismo que proporciona el poder. Los periodos críticos son básicamente destructivos. En el caso de la Revolución Francesa el ariete que han empleado las nuevas élites para subvertir el orden existente son los juristas, leguleyos y demás charlatanes, que han sido los encargados de proporcionar los eslóganes vacíos para movilizar a la gente. Por ejemplo “todo el poder para el pueblo” algo que ninguna élite tiene la menor intención de otorgar. Desde la Revolución la sociedad continúa en un periodo crítico, porque las antiguas élites no acaban de ser desalojadas y las nuevas se resisten a tomar el poder.
Pero ¿y la democracia? La democracia no es un asunto de gran relevancia para Saint-Simon, que no cree que deban gobernar los elegidos sino los mejores, y resulta obvio que ambas cosas no tienen por qué coincidir. Saint-Simon, insistamos, cree que lo mejor es que gobierne la élite que mejor se adapta a la época, es decir, la que mejor encaja en nuevo escenario filosófico, científico y tecnológico. ¿Qué tiene que ver la elección de la gente con esto? Pero Saint-Simon no parece pensar que esta nueva elite tenga que imponer su poder, sino que será voluntariamente aceptada por todos cuando comprendan las ventajas que supone su dirección. Porque si hay algo que Saint-Simon detesta es la violencia, y está firmemente convencido del poder de la persuasión.
Con el tiempo Saint-Simon defenderá que las sociedades son exitosas si tienen un sólido elemento de cohesión; en caso contrario se desgastan en las luchas de pequeños intereses mezquinos y provincianos que llevan al caos y a la violencia. Los romanos fueron grandes porque dominaron el mundo con sus leyes, que eran universales. En la Edad Media el cristianismo fue el gran elemento unificador. Ahora la fuerza universal que extiende su red por el mundo la constituyen el crédito y las finanzas, y por eso los banqueros están destinados a convertirse en los capitanes de la sociedad. La necesidad de perseguir un fin común, y la creencia en que el estado debe funcionar como una sociedad mercantil (y las elites dominantes como su consejo de administración) harán que Saint-Simon vaya abandonando el liberalismo y defendiendo la necesidad de una economía planificada. En ella todos, por supuesto, deben trabajar. El ocio es el mayor de los pecados. El propósito de la sociedad debe ser crear las condiciones para que todos sus miembros puedan trabajar en las condiciones que mejor permitan desarrollar sus aptitudes.
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Tras su intento de suicidio Saint-Simon experimenta una recuperación sorprendente, tanto física como psíquica, y en unos meses lanza una nueva publicación: Catecismo de los industriales, En esta tarea es asistido por un nuevo grupo de seguidores entre los que se encuentra el matemático Olinde Rodrigues. La obra se publica en cuatro partes entre diciembre de 1823 y junio de 1824. En la tercera, Sistema de política positiva, Auguste Comte desempeña un papel decisivo, y en su prefacio Saint-Simon declarará ser “la mejor obra en política general jamás publicada”. Sin embargo poco después Comte se enfada con él por una crítica mal encajada, y se consuma la ruptura entre ambos. Olinde Rodrigues ocupa su puesto como mano derecha del conde.
En ese punto Saint-Simon da un nuevo giro a su doctrina. Desde el comienzo de sus escritos ha pugnado por arrebatar al clero la dirección espiritual de la sociedad. En un principio ha encomendado esta tarea a los científicos, y más tarde a los industriales. Ahora llega a la conclusión de que el anhelo religioso del hombre no puede ser sustituido fácilmente, y decide que es necesario devolver al cristianismo su papel de guía. No a la versión actual sustentada por un clero obsoleto y corrupto, sino a la original y pura de los Padres de la Iglesia. Durante toda su vida Saint-Simon ha tenido una concepción mesiánica de si mismo. Se ha considerado el genio de su siglo, como en los suyos fueron Bacon y Descartes, sobre el que ha recaído la tarea de comprender las nuevas condiciones de la sociedad derivadas y de alumbrar el camino hacia el sistema político adecuado a ellas. Pero ahora su mesianismo toma un tinte religioso sin ambages. Desde luego Jesucristo ha sido un Mesías, pero él ha sido otro. Con estos mimbres en abril de 1925 publica Nuevo Cristianismo.
La obra no es de las mejores de Saint-Simon, lo que puede ser atribuible al disparo en la cabeza, y viene precedida por un infructuoso intento de Olinde Rodrigues por disimular la magnitud del salto entre el industrialismo previo y la nueva versión cristiana. El Nuevo Cristianismo se estructura como un diálogo entre un ‘innovador’ (él mismo como Nuevo Cristiano), y un ‘conservador’ (su escéptico avatar), que será convencido con escaso esfuerzo de las bondades de la nueva doctrina:
“Innovador: Dios ha dicho: 'Los hombres deberían tratarse entre sí como hermanos'. Este sublime principio reúne todo lo que es divino en la religión cristiana.
Conservador: ¿Cómo? ¿Reduces el contenido divido de la Cristiandad a un principio único?
Innovador: Dios naturalmente ha reducido todo a un principio individual, y ha deducido naturalmente todo de ese principio. De otro modo su voluntad hacia los hombres no habría sido sistemática. Sería blasfemo sugerir que el Todopoderoso ha fundado su religión en varios principios”.
Sentado el dogma unitario sin posibilidad de discusión (bajo amenaza de incurrir en blasfemia), Saint-Simon abandona toda circunspección y convoca a toda la jerarquía eclesiástica, tanto católica como protestante, ante un tribunal en el que él ejerce de acusador y juez. Los cargos son herejía, por haber abandonado las enseñanzas de los Antiguos Padres, y sospecha de haberse convertido en el Anticristo, al haber descarriado a la humanidad. El veredicto, obviamente, es la culpabilidad.
En la nueva sociedad industrial el Nuevo Cristianismo será el guía moral. Atrás quedan el empirismo, el fisicismo, y el positivismo. Pero en cualquier caso está religión no debe ser impuesta por la fuerza sino por la persuasión:
“La nueva organización cristiana basará las instituciones temporales y espirituales en el mismo principio todos los hombres deberían tratarse entre sí como hermanos. Dirigiré todas las instituciones, sea cual sea su naturaleza, a incrementar el bienestar de la clase más pobre. Tengo, por tanto, una clara concepción de la nueva doctrina cristiana, y la desarrollaré. Voy a revisar todas las instituciones en Inglaterra, Francia, Alemania del norte y el sur, Italia, España, Rusia y América del Norte y del Sur. Compararé las doctrinas de estas instituciones con la doctrina dedicada directamente del principio fundamental de la moral divina, y convenceré fácilmente a todos los hombres de buena fe y buena voluntad de que si todas estas instituciones estuvieran dirigidas a mejorar el bienestar moral y físico de la clase más pobre , proporcionarían con la mayor rapidez prosperidad a todas las clase de la sociedad y a todas las naciones”.
Saint-Simon tiene prevista la publicación de una segunda parte de la obra, pero pocas semanas después de la publicación Saint-Simon sufre una severa gastroenteritis que finaliza su trayectoria.
Frente a la tumba de Saint-Simon sus discípulos anuncian la intención de predicar su evangelio. La triste ocasión no es un fin, sino el despertar de la nueva religión: el saint-simonianismo. Pocos días después del entierro sus propósitos se materializan en la fundación de una nueva revista por Olinde Rodrigues: El Productor. En ella aparecen artículos del propio Rodrigues, Saint -Amand Bazard, Barthélemy Prosper Enfantin y Auguste Comte.
El evangelio de Saint-Simon resulta ser extraordinariamente adaptable a los gustos de sus apóstoles, que pronto comienzan a incluir materias de su cosecha como la abolición de la propiedad privada o la emancipación de la mujer. Estas innovaciones son principalmente debidas a Enfantin, que poco a poco se va convirtiendo en el líder de la secta. Gracias a sus esfuerzos a finales de 1829 el grupo es convertido solemnemente en Iglesia, en la que propio Enfantin y Bazard ejercen como Supremos Padres. La decisión no agrada a algunos miembros del grupo que lo abandonan. Entre ellos está Comte, que procede a fundar una escuela positivista rival y a inventar la sociología. La situación se mantiene hasta la revolución que en julio de 1830 volatiliza a los borbones de Francia, algo que ya les había advertido Saint-Simon en numerosas cartas en caso de que no se desembarazaran de la gastada aristocracia y abrazaran el industrialismo. A partir de ese momento la iglesia saint-simoniana decide enviar misioneros a distintas partes de Francia y otros países europeos incluyendo Inglaterra, donde reciben el entusiasta apoyo de John Stuart Mill (que quizás no se ha leído la parte relativa a las criticas contra la propiedad privada) y Thomas Carlyle.
En Francia el movimiento experimenta una súbita expansión con la conversión de Pierre Leroux, editor de Le Globe. En noviembre de 1830 el diario anuncia oficialmente su apoyo al saint-simonianismo, y añade a la cabecera el subtítulo ’Diario de la religión saint-simoniana’. Los esfuerzos combinados de los misioneros y Le Globe producen impresionantes resultados. A mediados de 1831 la secta cuenta con 40.000 adeptos y amplias simpatías en el mundo de las artes (entre sus simpatizantes se encuentran Renan, Georges Sand, Liszt y Berlioz).
La influencia de la nueva religión asciende tan rápidamente que uno de sus líderes llegará a afirmar: en unos pocos años toda Francia será saint-simoniana. Pero la profecía no se cumplirá. A finales de 1831 Enfantin se está concentrando en liberar los impulsos sexuales de la represión del cristianismo tradicional, para escándalo de propios y extraños. La secta sufre una nueva y definitiva escisión con la renuncia de Bazard, Rodrigues y gran número de adeptos, y Enfantin emprende una errática trayectoria que será descrita más adelante. Por su parte destacados ex saint-simonianistas como Cabet, Blanqui o Louis Blanc abrazarán la causa de otra religión: el socialismo.
Pero la disolución de la secta no acabará con la influencia de Saint-Simon, que alcanzará a Proudhon, Marx y Engels.. Y en Rusia llegará al círculo de Herzen y Ogarev y más tarde a los tchaikovskistas, entre los que se encontrará el propio Dostoievsky. Saint-Simon conseguirá así después de muerto lograr lo que ha pretendido toda su vida: convertirse en uno de los pensadores más influyentes de Europa.
Imágenes: 1) Catecismo de los Industriales; 2) Carlos X; 3) Olinde
Rodrigues; 4) Nuevo Cristianismo; 5) Saint-Amand Bazard; 6) La revolución de
1830 vista por Leon Cogniet; 7) Pierre Leroux; 8) Enfantin.
Comentarios
Ante todo ; Muchas gracias por la nueva entrada.
Me he quedado bastante triste con el final de Saint Simon, y claro, con sus "herederos" , tanto con los "místicos",( me he vuelto a leer el capítulo de Enfantin ), como con los socialistas.
Porque sus ideas de durante, y después de la revolución, sobre las nuevas élites dirigentes ; los científicos, los industriales, los ingenieros... o sea, los que traen el progreso, frente a los "politicastros", que lo único que aportan son frases hechas, y consignas, me gustaban mucho.
Lo de creerse el nuevo mesías, y esas cosas, me parece una consecuencia de haberse magullado el cerebro, además del ojo, cuando se pegó el tiro... Como si con ese tiro se hubiera hecho una lobotomía a sí mismo.
Y lo de Comte, y los demás padres del socialismo, que querían suprimir la propiedad privada, se reclamarán de Saint Simon, pero para mí, son herederos de la decadencia de Saint Simon, no de su parte vitalista vividora y mánica. Lo mejor del personaje.
Lástima que en su época no hubieran existido ni las sales de Litio, ni el psicoanálisis, que puede que en ese caso hubiera acabado siendo precursor de la escuela austriaca...
Otra vez segun.
Estaba pensando algo brillante y se me ha adelantado Doña V (coucou).
El caso es que yo pienso que si hubiera tenido una verdadera posibilidad de acceder al auténtico poder político, hubiera dado lo mejor de sí, como administrador posibilista de presupuestos reales. Quiero ver en él un eclecticismo intelectual que podría haber dado lugar a un interesante pragmatismo político. Y además, seguramente, nos hubieramos ahorrado el intento de suicidio y la deriva mística.
Pura especulación, claro.
Gracias por la entrada, magnífica "comme d'hab".
Un fuerte abrazo (14).
Saint-Timón: Los cambios de rumbo.
Querida Viejecita, Saint-Simon parece un tipo simpático que tenía ideas interesantes (junto a otras disparatadas). Por ejemplo, que yo sepa es el primero en hablar del movimiento de las élites como motor de la sociedad (muchísimo antes que Pareto). También su consideración de las condiciones tecnológicas de la sociedad parece anticipar el materialismo histórico de Marx. Pero realmente lo que más me gusta de él es que quiso vivir antes de pensar. Era lo opuesto al ratón de biblioteca que, por ejemplo, fue Fourier.
En cuanto a lo de las élites y la democracia Saint-Simon toca un problema esencial: cómo conseguir que la democracia, de la que no podemos prescindir, elija a los mejores. De momento la solución no está a la vista.
Querido Cándido, lo cierto es que en sus obras, a diferencia de otros pensadores, Saint-Simon se mete en harina y analiza datos concretos. Por ejemplo, sabe perfectamente los millones de francos que se gasta el estado en el mantenimiento de la burocracia. ¿qué habría asado con Saint-Simon en el poder? Ni idea, pero habría sido entretenido.
Querido Luigi, no le pongo un emoticono partiéndose de risa por si acaso Sans-Foy continúa vigilando como el Gran Hermano. Por cierto, su frase de ‘La hoguera de las sanidades’ ha prendido (nunca mejor dicho)
Saludos a todos.
¡Maldito (y añorado) Marqués!
Ojalá la frase le sirviera a usted de ayuda, Navarth.
Un saludo.