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“El Evangelio de la Verdad es motivo de alegría para aquellos que han recibido del Padre de la Verdad el regalo de conocerlo, a través del poder de la Palabra que vino directamente desde el Pleroma”.
El Evangelio de la Verdad es uno de los textos de Nag Hammadi, y está escrito por discípulos del maestro gnóstico Valentín (100-160) o quizás por él mismo. Digamos desde el principio que para Valentín no todos los hombres son iguales. Los pocos elegidos tienen ante sí una misión de gran importancia: nada menos que desvanecer con su iluminación los restos de ignorancia del Pleroma. La historia es la siguiente.
Según Valentín la crisis se desencadenó en el Pleroma por la arrogancia de Sofía, el más joven (y obviamente femenino) de los Eones que en su alocamiento pretendió comprender al Dios Supremo. No lo consiguió porque para evitar curiosidades inoportunas en el Pleroma está establecido el Límite. Al chocar violentamente contra él Sofía se disoció en dos, y una de las partes recobró la cordura. Pero en la otra se desencadenaron una serie de emociones derivadas de la ignorancia y la incomprensión que iban desde la angustia al terror, lo que provocó que la ignorancia se extendiera “como una niebla”. En este estado de desorientación Sofía creó la materia y al demiurgo que a su vez creó el mundo. Desde ese momento existe una perturbación en el Pleroma que los gnósticos bendecidos por el conocimiento están destinados a eliminar cuando retornen a él, y de esa manera armoniosa se cerrará el círculo.
Armoniosa pero no para todos. ¿Qué pasa con el resto de mortales, con esa mayoría que no ha sido bendecida con la Iluminación? El destino que les augura Valentín es más bien lúgubre: desaparecerán con el mundo material cuando la iluminación de los elegidos corrija la ignorancia en el Pleroma. El Evangelio de la Verdad describe la dispar situación de los elegidos y los no elegidos con dos parábolas. Según la primera, la existencia tal y como creemos conocerla no es más que una pesadilla cósmica. Aquellos que sean “despertados” comprenderán inmediatamente la situación; los demás, ni siquiera habrán existido. En la segunda alegoría se habla de una mudanza (desde el mundo tal y como lo conocemos) en la que el propietario de la casa (Dios) decide únicamente llevarse las jarras (los hombres) que están en buen uso, dejando abandonadas las demás.
Es el momento de hacer una pregunta ¿Provocaba el enfoque vital de los gnósticos efectos secundarios en su capacidad intelectual? Dice Voegelin que una de las características más destacadas de los gnósticos, tanto de los antiguos como de los nuevos, es su tendencia a prohibir las preguntas y el cuestionamiento de la doctrina. En el caso de Valentín esta prohibición aparece como una característica estructural del Pleroma, materializada como el Límite (1). En su tratado ‘Contra los gnósticos’ Plotino (204-270) se dedicó a criticar las enseñanzas de Valentín. Molestaba especialmente a Plotino que los illuminatii, como él llamaba a los seguidores de Valentín, exhibieran una aplastante superioridad moral a la vez que rehusaban dar definiciones o explicaciones concretas acerca de su doctrina, sustituyéndolas por la afirmación de que ellos “miraban a Dios”. Con esto se referían al Dios oculto, sólo accesible a ellos, justificando así la superioridad de sus planteamientos y eludiendo la argumentación.
Podríamos pensar que un argumento de autoridad similar funciona también dentro de cualquier otra religión: también el cristianismo tiene el límite de la fe. Pero la situación de cristianos y gnósticos ante el conocimiento no era simétrica. Los primeros partían de la base de que el mundo es real; los segundos, de que el mundo no es más que un engaño. El cristiano limitaba la fe a lo sobrenatural, pero podía intentar conocer el mundo con las herramientas intelectuales a su alcance. Para el gnóstico, por el contrario, lo sobrenatural empezaba en el mundo. El gnóstico recibía de entrada un mensaje demoledor: todo lo que creías saber es falso. Con esto el acceso al conocimiento por la vía empírica quedaba vedado, y sólo era posible a través de la revelación del profeta de turno. En este sentido, como señala Bertonneau, el gnosticismo no supone un avance en la sofisticada especulación filosófica, sino un retroceso a la tribu agrupada en torno al chamán.
He comentado anteriormente que, según Bertonneau, en el origen del gnosticismo está el resentimiento; también se desprende del mensaje de Valentín. Según Plotino, en el origen del resentimiento de los gnósticos se encontraba la envidia provocada por la desigualdad económica y de status. En realidad no era exactamente la desigualdad en sí lo que los molestaba (pues ellos se apresuraban a establecer un abismo entre ellos, los elegidos, y los otros), sino el hecho de no encontrarse en el lado bueno del desequilibrio del mundo realmente existente. Básicamente, por tanto, lo que los gnósticos anhelaban era la destrucción de un mundo no satisfactorio, y el advenimiento de otro en el que ellos resultasen favorecidos.
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(1) Para Valentín Sofía expresa la más peculiar dualidad. Desde lo espiritual hasta lo completamente material. En sus enseñanzas se refiere a ella como “Sophia-Prunikos” (“Sabiduría la Ramera”).
(2) Y esto no sólo aparece en Valentín: también el Tratado Tripartito sitúa el origen de la crisis en la soberbia de un Eón que consistió en “traspasar el límite del discurso en el Pleroma” al intentar captar lo incomprensible.
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Imágenes
1.- San Ireneo, el mayor detractor de Valentín.
2. Plotino.
Comentarios
Es curioso el parangón existente entre esta forma de ver el mundo, de los gnósticos y la forma en que lo veían los nazis.
Me imagino al Sr. Valentín con un bigotillo, al frente de un grupo de elegidos marchando al paso de la oca, con la consigna: "Prohibido pensar.
Disculpe mi insistencia pero Vd. sigue necesitando Twitter.
Esto que Vd. escribe debe disfrutarlo mucha más gente.
Un abrazo.