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VIERNES DE SEXO (8): INTERLUDIO


BREVE HISTORIA DE LA SELECCIÓN SEXUAL

Cuentan que a Darwin lo obsesionaban los pavos reales. Acababa de desarrollar la teoría de la selección natural, y ahí estaba ese bicho presumido desafiándola. ¿Qué hace con esa cola tan aparatosa capaz, simultáneamente, de llamar la atención de los depredadores y de dificultar la huida? ¿Puede haber algo menos biológicamente adaptado? ¿Cómo es posible que no se haya extinguido este merluzo? Resulta que a la teoría de la selección -supervivencia de los genes del más apto- le faltaba una pata muy importante, la selección sexual -supervivencia de los genes del que consigue reproducirse-, y el propio Darwin comenzó a esbozarla en El origen del hombre, el segundo de sus grandes libros. Resulta que el pavo real -que finalmente no era tan tonto- había desarrollado una táctica, llamativa pero eficaz, para atraer a las hembras. Entonces la razón última de la cola está en que atrae a las pavas: el pavo real macho se limita a responder a los gustos de la hembra, que es la que selecciona.

Como era previsible la sociedad victoriana enarcó las cejas ante el impacto de esta nueva revelación. ¿Cómo que las mujeres eligen? ¿Es que los hombres somos meros objetos que desfilan a la espera de ser elegidos? Descubrir que nuestros primos son, literalmente, chimpancés ya había sido bastante malo -«esperemos que no sea cierto, y si lo es, que no se entere nadie», dicen que dijo la mujer del obispo de Worcester-. También fue molesta la posibilidad de aceptar que no éramos el diseño de un Creador, sino el producto ciego de las fuerzas evolutivas. Pero aceptar que este proceso no era exactamente ciego, sino impulsado por los impulsos de primates copuladores resultaba francamente inasumible. Uno de los principales críticos de la selección sexual fue Alfred Wallace, que había descubierto la selección natural a la vez que Darwin, y los biólogos se apresuraron a aceptar sus razones. Por todo esto la selección sexual quedó arrumbada durante algunas décadas, y la investigación se centró más bien en seguir el camino abierto por los experimentos genéticos de Mendel.

Hay que decir que los austeros victorianos tenían parte de razón porque en los humanos los machos también escogen, aunque con distintos criterios que las hembras. Cuando ellos observaban que las mujeres eran más monas, y más preocupadas por su aspecto que ellos, acertaban: cuando buscan pareja los machos valoran la apariencia física mucho más que las hembras. Como dice el profesor de antropología David Puts, mientras que los cuerpos de las mujeres son, en gran medida, producto de los gustos de emparejamiento de los hombres, los cuerpos de los hombres son, en gran medida, producto de la competencia entre machos. En otras palabras, el cuerpo femenino representa la cola de un pavo real, y el cuerpo masculino un gran par de cuernos. Glups.

Volviendo a los pavos, en 1915 el matemático Ronald Fisher 1915 publicó un estudio en el que se hacía estas preguntas: «¿por qué las hembras tienen estas preferencias?; ¿qué utilidad tiene para la especie que escojan lo que parece un ornamento inútil». Porque para Darwin las preferencias femeninas existían, pero eran misteriosas; para Fischer «los gustos de los organismos, como los órganos y facultades, deben ser considerados como el producto del cambio evolutivo, gobernado por las ventajas relativas que esos gustos confieren». Es decir, no basta con que a la hembra del pavo la atraiga su vistosa cola: es preciso que esa elección proporcione, aunque sea de manera no consciente o indirecta, alguna ventaja evolutiva. Por eso Fischer defendió que el gusto por determinados ornamentos evolucionó porque eran indicadores de aptitud biológica (fitness), salud y energía. Una hembra podía haber desarrollado una legítima preferencia por los pavos alicaídos y desmochados, pero el subsiguiente apareamiento no le habría proporcionado ninguna ventaja. En cambio la que, por lo que fuera, desarrolló una preferencia por una cola vistosa transmitió a sus descendientes, junto con ese gusto, unos buenos genes –sin ser ella consciente, claro-; con el tiempo, los genes de la segunda hembra predominarían. Si usted es mujer, recuerden las ventajas evolutivas de estos caprichos sexuales femeninos, y así tal vez consideren con mayor benevolencia la aversión de los hombres hacia la ptosis mamaria.

Pero de nuevo la teoría de la selección sexual encontró detractores, esta vez encabezados por Julian Huxley. Las décadas centrales del siglo XX estuvieron, además, dominadas por el conductismo de Skinner, según el cual los humanos somos unos robots provistos de una mínima dotación de instintos básicos, una tabula rasa perfectamente programable por la asociación de estímulos con recompensas y castigos. Y de los pavos para qué hablar: ¿cómo van a tener capacidad para tener preferencias unos bichos, si hasta es discutible que los hombres la tengan? Y cuando esta visión fue finalmente superada, en cuestión de sexo los psicólogos ya no se acordaban de Darwin sino de Freud. La sexualidad humana se había separado de la animal, por lo que una teoría de la selección sexual aplicable a ambos sonaba perfectamente absurda. De nuevo la ideología interfirió en la ciencia: lo de los pavos era inaceptable porque el izquierdismo dominante tendía a ver los ornamentos como un despreciable producto, no biológico, sino burgués. Porque, como podemos contemplar actualmente, los fríos científicos son muy vulnerables a las modas ideológicas de turno.

En 1975 el biólogo Amotz Zahavi desarrollo una extraña teoría, el «principio del hándicap», que Richard Dawkins recogería un año después en El gen egoísta. Este principio retomaba el indicador de aptitud biológica de Fischer, pero de forma bastante contraintuitiva. Según Zahavi es precisamente el despilfarro, el alto coste de recursos necesarios para mantener un complicado ornamento como el del pavo lo que lo convierte en un indicador fiable de fitness: sólo los que están sobrados pueden permitirse tal despilfarro. Los pavos menos saludables, sencillamente no pueden permitírselo. Y ahora apliquen este principio a los humanos y entenderán por qué los hombres se compran coches por encima de sus posibilidades: despilfarran en «inútiles» indicadores de estatus, y las mujeres lo interpretan correctamente como fiables indicadores de riqueza.

En fin luego llegó Robert Trivers y enunció lo de la inversión parental. Y últimamente Geoffrey Miller intenta demostrar que la selección sexual está detrás incluso del surgimiento del lenguaje, la inteligencia, el arte y la moral, y aporta razones, a veces muy sólidas, y generalmente muy divertidas. La selección sexual ha vuelto plenamente, y lo ha hecho para quedarse, pero su exilio durante un siglo ha sido costoso para la ciencia. Por ejemplo, en economía impidió entender por qué el cliente racional demostraba tanta avidez por el lujo y la exhibición de consumo. Y, en sociología, por qué los hombres compiten entre sí por el poder y la riqueza, mucho más que las mujeres; sí amigos, los hombres buscan el poder porque es lo que atrae a las mujeres. Aún ahora hay una parte de las ciencias sociales que , abducida por las ideología woke, se mantiene en un oscurantismo refractario a la biología.

Como han podido ir viendo en estas entradas todo este asunto de la selección, no sólo es fascinante, sino que es el camino más prometedor para acceder a un mayor conocimiento de nosotros mismos, incluyendo áreas que cabría pensar tan alejadas de la biología como la moral. También es de una exquisita complejidad: aún queda por entender cabalmente el papel de la evolución cultural y la memética, y nuestro propio papel como seres más o menos conscientes y elaboradores de teorías. En realidad -aprovecho para decirlo- el mayor peligro que existe al buscar las raíces evolutivas de nuestro comportamiento está en el apresuramiento. En creer que uno ha encontrado la llave mágica que va a abrir fácilmente todas las puertas y a proporcionar todas las respuestas. Es ese momento, en el que uno se descubre aplicando un análisis evolutivo a todos los episodios de su existencia, cuando uno puede convertirse en el cuñado de Darwin dedicado a pontificar desde la barra de un bar. Paso a paso, amigos. Pasen un buen viernes.

Comentarios

Carmen Quirós ha dicho que…
Yo no estoy tan segura de que Huxley haya sido superado. Sólo esa dicotomía explica la tendencia lemming de algunos votantes.

Magnífica cabecera.
Bruno ha dicho que…
Todo esto del sexo en humanos tiene pinta de que ha sido muy molesto para los morales y para los científicos.
Y esto del sexo es de lo mas lógico visto desde el punto de vista de la existencia de la especie y no digamos desde que se alumbra el concepto de evolución.
Lo que pasa es que parece que han considerado a los humanos, exagerando, como hormiguitas, todas igualitas. Y luego va y como son diferentes entre sí algunos cumplen mal las reglas del sexo estándar. Caso extremo: los eremitas.
Y, vuelvo a repetirme, esa variedad es la causa de nuestro progreso y de nuestras desgracias.
Como el otro día fué muy amable conmigo y hoy salen mucho los pavos le dejo una variaciones sobre los mismos. Si no conoce la pieza no se la pierda y enséñela a sus hijos. Pero no trata de evolución del pavo sino en su origen de una melodía húngara de los presos que cantaban a los pavos que sobrevolaban la cárcel. https://www.youtube.com/watch?v=9mNGGdlAHio
navarth ha dicho que…
Es un placer verlos por aquí. Muchas gracias por sus comentarios, que siempre me aportan nuevas perspectivas.
Bruno ha dicho que…
Esto de las entregas semanales hace perder la visión de conjunto.
Igual ya está dicho o está previsto para el futuro pero echo de menos varias cosas.
El sexo sin fin de apareamiento ni descendencia. El sexo inicial y el sexo como costumbre o adicción antes de la búsqueda de la pareja. Ahí un subcapítulo de los emparejamientos sucesivos. ¿Cuáles son los factores?
El sexo inscrito en otras circustancias a parte de la belleza o el poder o la posición. Podría ser el sexo según culturas, religiones,lugar de nacimiento incluso colegio, status de nacimiento, afinidades macho-hembra como nivel de cultura, aficiones, amigos comunes, etc. En fin cosas que parece que no tienen mucho en cuenta los animales, excepto, quizá, los políticos.
Y no digamos las opciones sexuales o todo lo que nos predica el trío infernal mujeril.
No digamos el sexo a través de la edad. Y, ya que se habla de parejas, las separaciones y el sexo.
Creo que eso da para todos los viernes de un trienio.El ideal de un fijo discontinuo.

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