Unos científicos descubren que un enorme meteorito está a punto de estamparse contra la Tierra pero en la Casa Blanca la Presidenta, que es conservadora y ajena a la ciencia, recibe la noticia con abulia. El bólido podría ser destruido, pero un plutócrata se opone porque pretende hacerse con los minerales raros que contiene para hacerse aún más rico. Las medidas necesarias no se toman, conservadores y plutócratas escapan en un cohete, el meteorito colisiona y la extinción humana se produce. Como explica Adam McKay, director de No mires arriba, la película es una alegoría sobre el cambio climático, que pone en peligro la humanidad ante la desesperante indiferencia de todos -políticos (de derechas), medios y ciudadanos- que se obstinan en no mirar hacia arriba ignorando la amenaza mortal que se avecina. Si simplemente escucharan a la Ciencia…Si fueran menos estúpidos…
La película (que es un bodrio) tuvo éxito porque conectó inmediatamente con una visión ampliamente extendida. El cambio climático es, como el meteorito, el mayor desafío al que se enfrenta la humanidad, que puede desaparecer si no se toman medidas drásticas en una ventana de tiempo bastante limitada: ahora mismo un reloj en Union Square nos muestra una ominosa cuenta atrás. Todos los fenómenos meteorológicos extremos que ahora padecemos se deben a él, incluyendo huracanes, riadas e incendios forestales. Además está detrás de muchas crisis, como la guerra de Siria, el Brexit o el incremento del racismo. La solución pasa por la eliminación de emisiones de CO2. Por la sustitución de economías basadas en el uso de combustibles fósiles por otras que usen energías «limpias», excepto la nuclear. Se trata de evitar que la temperatura global suba más de 1 grado, y para ello hemos de alcanzar las cero emisiones en 2050. No hay que reparar en costes, ni perder más tiempo. Si esto supone decrecer, habrá que asumirlo. La Ciencia refrenda todo esto -existe un consenso del 97%- y los que se empeñan en no verlo son obtusos «negacionistas». Actúan movidos por su estupidez, su codicia o ambas cosas, de modo que hay que proscribirlos o al menos retirarlos del espacio público.
Mike Hulme, profesor de Geografía Humana de la universidad de Cambridge, llama «climatismo» a esta ideología que, por alguna razón, está resultando especialmente atractiva en la sociedad occidental. Como comparte rasgos con el milenarismo apocalíptico, cabe sospechar que satisface necesidades emocionales similares. Especialmente la posibilidad de dividir el mundo entre virtuosos y herejes, a los que se puede anatemizar al grito de «negacionismo», el penitenciagite posmoderno. Pero ¿no es Ciencia? ¿No existe un consenso científico sobre los dogmas? Realmente sobre un área muy modesta: que la temperatura está aumentando, que el CO2 influye en ello (no sabemos cuánto) y que el hombre contribuye decisivamente a ese aumento de CO2. Pero es cierto que los científicos no han sido inmunes a la ola, y con frecuencia han cambiado su tarea de informar por la de persuadir. Si exageramos un poco es por una buena causa, parecen pensar. Se equivocan. Para empezar –pese a la fragilidad de los modelos- han inducido una falsa sensación de que podemos predecir eficazmente el futuro, que se ha reducido al clima. Y han creado la impresión de poder dictaminar todas las soluciones. La ciencia climática se ha convertido en una nueva versión del historicismo, que tantas alegrías nos proporcionó.
Pero lo peor es que el apocalipsis climático es una bendición para los políticos, ejem, poco escrupulosos. No sólo les permite sustituir todos los problemas de la sociedad –que ellos deberían estar en condiciones de aliviar- por un único asunto no sujeto a rendición de cuentas, sino que les posibilita demonizar a sus adversarios. Y desde luego les proporciona excusas para intervenir y regular la vida de los ciudadanos mucho más allá de lo razonable. «Es por eso que hoy hago un llamamiento a todos los líderes mundiales para que declaren un estado de emergencia climática en sus países hasta que se alcance la neutralidad de carbono», declaró el secretario general de UN. ¿Qué más puede querer un político que gobernar sin controles? ¿Qué importancia puede tener la democracia al lado del meteorito?
Y así estamos ahora, en modo pollo sin cabeza, tomando decisiones costosísimas que pueden comprometer el crecimiento, la prosperidad y la estabilidad de nuestras sociedades. Sin garantías de éxito, además, salvo el de los propios políticos. Inmersos en una ola que nos impide juzgar los problemas con un mínimo de racionalidad.
(Continuará)
Comentarios
Una entrada estupenda para darle vueltas en el día de reflexión.
¡ Qué manía tienen "los progres" con que los conservadores somos ajenos , ( o contrarios que aún es peor ), a la ciencia, y sólo nos interesa el dinero. El nuestro.
Que La Ciencia, no se decide por consenso, que se demuestra experimentalmente. Y "el poder", por mucho que financie sólo a los que le dan la razón, y a los otros les hace desdecirse o incluso les llama herejes y les condena a muerte ( Galileo, Miguel Servet ...) por mucho que haga, se acaba demostrando que esas "herejías científicas " eran la verdad.
Pero claro ya el daño estará hecho...