Entonces era diputada del PSOE. Ayer era Presidenta del Congreso cuando cambió abruptamente las reglas para la elección de los integrantes de la Comisión de Secretos Oficiales. Lo hizo, nos contó, porque «se ha visto en la obligación» ante la falta de «sentido de estado» (por parte de la oposición, claro). Y lo ha hecho «para garantizar un bien superior». El "bien superior" resulta ser la carrera política de Sánchez y la propia Meritxell Batet, que se ha "visto en la obligación" de incluir a Bildu y ERC en la Comisión. Porque Bolaños, desde el Gobierno, ya había anunciado el pasado domingo investigaciones parlamentarias para apaciguar a sus socios de ERC, todo ello tras reconocer implícitamente que el CNI los ha espiado. Sí, sé que todo esto es un poco confuso. No es habitual que el Gobierno tenga unos socios parlamentarios tan poco fiables –son herederos de ETA unos, y golpistas otros- como para necesitar que el CNI los espíe. Y también es notable que el Gobierno necesite una comisión parlamentaria para averiguar lo que ha hecho el CNI, que depende del Gobierno. Todo esto daría para un sesudo artículo, pero no es de lo que hoy quiero hablar.
Lo que me interesa es señalar –porque me fastidian- a aquéllos que se adentran en cubos de basura camuflados con bonitas palabras. Porque lo malo no es sólo que reducen la política al nivel de los charlatanes, los trileros, los vendedores de coches usados de las películas estadounidenses, o los «snake-oil salesmen» del far-west; lo malo es que dejan inservibles esas palabras con las que han tapado sus vergüenzas. Cuando Meritxell Batet emplea alegremente «sentido de estado», «dignidad», «instituciones», «bien superior», mientras erosiona la institución que preside, desgasta los conceptos, los despoja de sentido y los convierte en ruido.
Y de paso me interesa también recordar que la moción de censura con la que Pedro Sánchez alcanzo el poder «para recuperar la dignidad de las instituciones y restablecer la imprescindible estabilidad política», que inauguró el desmantelamiento de la democracia liberal que padecemos, fue un gigantesco timo. Vale, nos lo comimos, hecho está. Pero, al menos, que no nos vuelvan a timar. Por ejemplo, con «cordones sanitarios».
Comentarios
Respetar las reglas del juego, sea cual sea el juego. Saltarlas todas me parece más de paredón que de tarjeta roja.
Y ahí vamos.