Esta es una secuencia de la serie Chernobyl (disculpen, no la he encontrado en español) El ingeniero Valeri Legásov está explicando cómo funciona la central nuclear: todo se reduce a que la radiactividad o bien sube o bien baja -«either goes up, or goes down»-. El combustible de uranio la libera, y sin medidas correctoras la radiactividad continua aumentando indefinidamente: por eso hay que introducir en el reactor ciertas barras de control; el proceso hace que aumente la temperatura, y entonces hay que enfriar el reactor con agua, pero eso produce vapor, que aumenta la radiactividad, que aumenta la temperatura… Una espiral que podría acabar haciendo saltar por los aires el reactor. Legásov explica con unas placas rojas y azules cuáles son las acciones que aumentan la radiactividad y cuáles las que la disminuyen. Lo que tienen que hacer los que están a cargo de la central es mantener el sistema equilibrado. Esta es, dice Legásov, «la danza invisible que provee de energía las ciudades, y es hermosa… cuando funciona normalmente».
Nuestra tendencia tribal explica el éxito de nuestra especie. Hacia dentro del grupo, posibilita la cooperación, la protección y el altruismo; nos permite actuar colaborativa y coordinadamente, y afrontar retos inalcanzables de manera individual: esta es la energía benéfica que libera. Pero esta predisposición tiene un reverso tenebroso: alienta el miedo y el odio hacia el de fuera –aunque sea idéntico al de dentro-; convierte las relaciones intergrupales en una competición de suma-cero, de la que está excluida la cooperación. Eventualmente –como la radiactividad- puede generar una espiral de agresividad que desemboque en la ruptura de la convivencia, conflictos y estallidos de violencia.
Una sociedad es más estable cuando tiene muchas identidades, poco agresivas, que se entrecruzan. Cuando un partido político consigue excitar identidades, hacerlas más beligerantes y patrimonializarlas, empieza a añadir placas rojas que pueden desequilibrar el sistema. Las distintas identidades se pueden polarizar hasta reunir en una súper-identidad hegemónica capaz de expulsar a una parte de la sociedad; placas rojas como la falsa conformidad y la espiral de silencio aceleran el proceso, que puede desembocar en la fractura social. Es un juego muy rentable para los partidos: les permite sectarizar a su votante y eludir la rendición de cuentas canalizando toda frustración hacia el ajeno al grupo. También es perfectamente irresponsable. Hemos asistido a esta reacción en cadena en Cataluña; desde hace un tiempo, mediante la excitación identitaria contra la derecha, y la patrimonialización de otras identidades mediante «guerras culturales», el modelo se ha trasladado al resto de España (más sobre esto aquí).
El desequilibrio que había comenzado en abril de 1986 en Chernobyl acabaría haciendo estallar el reactor. Si ustedes no lo entienden, dice Legásov al final de la secuencia, es normal: a fin de cuentas no trabajaban en la sala de control. Pero, continúa, resultó que los que estaban allí tampoco lo entendían. Y este es, en resumen, nuestro problema. Los políticos tienen incentivos para ir añadiendo placas rojas al sistema; y, a falta de escrúpulos, sólo dejarán de hacerlo si la ciudadanía lo entiende y los penaliza. Pero ¿cómo reaccionará una ciudadanía cada vez más inmersa en el sectarismo y el pensamiento tribal? Y las placas rojas siguen acumulándose.
Nuestra tendencia tribal explica el éxito de nuestra especie. Hacia dentro del grupo, posibilita la cooperación, la protección y el altruismo; nos permite actuar colaborativa y coordinadamente, y afrontar retos inalcanzables de manera individual: esta es la energía benéfica que libera. Pero esta predisposición tiene un reverso tenebroso: alienta el miedo y el odio hacia el de fuera –aunque sea idéntico al de dentro-; convierte las relaciones intergrupales en una competición de suma-cero, de la que está excluida la cooperación. Eventualmente –como la radiactividad- puede generar una espiral de agresividad que desemboque en la ruptura de la convivencia, conflictos y estallidos de violencia.
Una sociedad es más estable cuando tiene muchas identidades, poco agresivas, que se entrecruzan. Cuando un partido político consigue excitar identidades, hacerlas más beligerantes y patrimonializarlas, empieza a añadir placas rojas que pueden desequilibrar el sistema. Las distintas identidades se pueden polarizar hasta reunir en una súper-identidad hegemónica capaz de expulsar a una parte de la sociedad; placas rojas como la falsa conformidad y la espiral de silencio aceleran el proceso, que puede desembocar en la fractura social. Es un juego muy rentable para los partidos: les permite sectarizar a su votante y eludir la rendición de cuentas canalizando toda frustración hacia el ajeno al grupo. También es perfectamente irresponsable. Hemos asistido a esta reacción en cadena en Cataluña; desde hace un tiempo, mediante la excitación identitaria contra la derecha, y la patrimonialización de otras identidades mediante «guerras culturales», el modelo se ha trasladado al resto de España (más sobre esto aquí).
El desequilibrio que había comenzado en abril de 1986 en Chernobyl acabaría haciendo estallar el reactor. Si ustedes no lo entienden, dice Legásov al final de la secuencia, es normal: a fin de cuentas no trabajaban en la sala de control. Pero, continúa, resultó que los que estaban allí tampoco lo entendían. Y este es, en resumen, nuestro problema. Los políticos tienen incentivos para ir añadiendo placas rojas al sistema; y, a falta de escrúpulos, sólo dejarán de hacerlo si la ciudadanía lo entiende y los penaliza. Pero ¿cómo reaccionará una ciudadanía cada vez más inmersa en el sectarismo y el pensamiento tribal? Y las placas rojas siguen acumulándose.
Comentarios
"y, a falta de escrúpulos, sólo dejarán de hacerlo si la ciudadanía lo entiende y los penaliza."
Yo creo que a los que están en el poder, la ciudadanía les trae al fresco. Porque no pintamos nada. Los que podrían penalizarles e impedir sus abusos de poder, serían unos contrapoderes efectivos ; una prensa , una televisión, libres , no compradas , un poder judicial efectivo. unas fuerzas de seguridad que protegieran a la ciudadanía contra los abusos de la Nomenklatura del momento, Incluso unas redes sociales libres de verdad, y no censuradas ni intervenidas...
Lo veo todo bastante oscuro.
Les trae el fresco su bienestar en efecto, el de la ciudadanía, pero les importa mucho su manipulación para asegurarse las poltronas, por algo son las élites dirigentes.
Y por eso mismo vuelcan todos sus esfuerzos en inutilizar y volver inefectivos esos contra poderes que en una sociedad sana deberían encargarse de impedirles sus sucios y oscuros tejemanejes.
Inefectivos para controlar el poder, pero tremendamente efectivos para asegurarlo y blindarlo.
Tenemos una democracia enferma, bananera, de ínfima calidad, porque la están envenenando día a día, con atenta dedicación.
tribalmente.
Sólo los ciudadanos de países muy viejos en democracia votan con la cartera o para equilibrar la sociedad, y estamos viendo como incluso allí la sociedad se está dividiendo, polarizando.
Navarth, por si acaso aún no la ha visto, me atrevo a recomendarle esta película. No es perfecta, pero es muy interesante.
LA OLA
Título original
Die Welle
Año
2008
Duración
110 min.
País
Alemania Alemania
Dirección
Dennis Gansel
Guion
Dennis Gansel, Peter Thorwarth (Novela: Todd Strasser)
Disculpen, recomendación que también hago extensiva a los participantes del blog por si les resultara de interés.