Iñigo Errejón se queja de que se haga campaña «en países muy lejanos al nuestro». Sirvan estas entradas, antiguas y nuevas, para recordarle que hasta hace poco el país en cuestión no le resultaba lejano.
«Todos los Estados, todos los dominios que tuvieron o tienen potestad sobre los hombres, pueden dividirse en repúblicas o principados. Estos, a su vez, pueden ser hereditarios (…) o nuevos (…) y se conquistan con ayuda de ejércitos ajenos o propios, por fortuna o por virtud ».
Así comienza El Príncipe, de Maquiavelo. No parece una frase especialmente complicada pero, a juzgar por la clase magistral (ejem) que propina a unos pobres profesores venezolanos que pasaban por ahí, se le ha atascado al politólogo Juan Carlos Monedero. Maquiavelo habla claramente de la fuerza, la fortuna y la virtud como métodos de conquistar el estado, pero al pasar por Monedero estos tres elementos quedan convertidos en fortuna, virtud y necesidad. Vayan, vayan al capítulo XXVI exhorta Monedero a sus alumnos. Pero antes de que puedan hacerlo la fortuna, la virtud y la necesidad mudan en estructura, actores y consciencia, que suenan muy marxistas pero convierten la argumentación, la clase magistral, y al propio Maquiavelo en algo ininteligible. El capítulo XXVI, por cierto, no rectifica la enumeración inicial que abre estas líneas, pero es normal que atraiga a Monedero porque en él Maquiavelo, abandonando la frialdad que ha mantenido hasta el momento, se dedica a darle coba a Lorenzo de Medici, y lo de hacer la pelota al gobernante de turno se le da muy bien al politólogo español:
«Hay muchos que citan a Marx sin haberlo leído. Ojalá, ojalá... Yo que he tenido la suerte, como saben, de poder trabajar con el presidente Chávez… ¡cómo lee ese señor! ¡Cómo lee ese señor! Es impresionante la cantidad de lecturas que incorpora». (minuto 1:28:05)
La lectura de El Príncipe suele provocar dos tipos de reacciones. Los más idealistas quedan horrorizados y prefieren ignorar el cuadro que Maquiavelo pinta. Por el contrario los que tienen pocos escrúpulos se sienten liberados: la política era esto y sólo esto; cualquier intento de someterla a preceptos morales es propio de niños, ingenuos y/o débiles. Descubren, para su deleite, que no es que ellos sean poco honrados sino realistas, adultos en un mundo de niños. Hay por supuesto un tercer grupo, aquellos que se dan cuenta de que lo que presenta Maquiavelo es real y demuestra la necesidad de establecer límites al poder, pero Monedero no está entre ellos.
«Dónde está el límite de justificación de la actuación pública? Yo les diría que no lo hay» [1]. Por eso le gusta Maquiavelo, porque para él la política es “autónoma” es decir, independiente de cuestiones morales o de legitimidad. Y a continuación -a partir del minuto 46:00- pone tres ejemplos de la superioridad absoluta de la razón de estado. ¿Ustedes le arrebatarían sus medios de subsistencia a una persona?, les pregunta a sus atribulados alumnos. No, no, responden. Pues el estado se ve obligado a quitar el camión y la licencia a un conductor que conduce borracho. Otro ejemplo. ¿Por qué el presidente Chávez -cada vez que pronuncia su nombre Monedero parece licuarse- apoya a Muamar Gadafi o de Bashar al-Assad?
«Por necesidades de estadista. Porque sabe que cae Libia, cae Siria y eso va a envalentonar a alguno que va a decir: ahora voy por Venezuela».
Y mira que Venezuela está lejos, pero un estadista tiene la vista larga y adivina rápidamente las intenciones de sus enemigos. Por la misma razón, continúa Monedero, como hombre de Estado Chávez ha de estar radicalmente en contra de cualquier intervención de la OTAN. Porque sabe que «aunque sea para ayudar a una viejecita a cruzar la calle, la asaltan, la violan, le quitan la cartera».
Con estos ejemplos Monedero demuestra que la razón de estado puede situar al estadista por encima de la moral, del sentido común e incluso del sentido del ridículo. Pero hay otro ejemplo más ominoso, cuando Monedero habla del control de los medios por Chávez:
«Es simplemente una cuestión de realismo político. Realismo político. Maquiavelo lo que nos está diciendo es que o usted hace determinadas cosas o usted dé por perdido el nuevo principado (…) Maquiavelo diría, o usted asume elementos de fuerza para asentarse en la construcción del nuevo principado u olvídese».
Y todo sin dejar de retorcer los palabras para no renunciar a las que tienen prestigio; la manipulación de los medios por el poder político se justifica porque “la información es un bien público”; el exhaustivo intervencionismo, la proscripción de la disidencia y la vulneración de la libertad pasan a llamarse “libertad positiva”. También se encarga de diluir los derechos de la persona con algo que llama derechos identitarios o culturales, que no explica claramente -en toda su intervención no explica claramente nada- pero suenan bastante mal. Y mientras tanto no deja de advertir a sus abrumados alumnos que no se dejen embarullar por los conceptos -por los de otros, claro-.
Toda la lección magistral se reduce a una cháchara deslavazada, de la que no se puede extraer ni una idea interesante pero que está sazonada generosamente con citas de autoridad. Ni con su mejor voluntad bolivariana podrían decir sus alumnos de qué narices les ha hablado a lo largo de dos horas el entusiasta polítólogo. Porque, a falta de capacidad de argumentar, Monedero habla muy enfáticamente, gesticula sin parar, se toca continuamente la cabeza, e insulta esporádicamente a sus oyentes -no es broma-.
Uno de los episodios más cómicos -otro es en el minuto 1:08:40 cuando imita a Chávez y Uribe; el primero con voz viril, y el segundo ridículamente afeminada- es cuando se ve obligado a conciliar las tesis marxistas -el estado es gestor de los intereses de la clase dominante- con el estado encarnado en Chávez, porque a ver quién se atreve a decir que el Comandante también es una superestructura de la clase dominante. Lo arregla diciendo que «a veces el estado es capaz de emanciparse de las clase sociales para garantizar el funcionamiento del sistema. No sé si se entiende». Perfectamente. Entretanto nos enteramos de que Monedero ha tenido que «ver porno por cuestiones profesionales», lo que constituye una excusa francamente novedosa dentro del variado repertorio habitual.
Una última cosa. Tuve ocasión de asistir a una conferencia de Monedero en Mallorca en la que se burlaba de los que le llamaban chavista. Pues bien a lo largo de toda la clase magistral él se incluye sin ambages en la revolución bolivariana.
[1] Esta preocupante opinión, que el poder del estado no admite límites, es compartida por Pablo Iglesias. Puede verse claramente, por ejemplo, en el comentario que en su libro Maquiavelo en la gran pantalla dedica a la película Algunos hombres buenos. Permanezcan atentos. Próximamente en su pc.
[2] Lo de que hay que acabar con la prensa independiente, también lo ha dicho, y más crudamente, Pablo Iglesias:
Publicado en el blog de Santi González el 14 de febrero de 2015.
«Todos los Estados, todos los dominios que tuvieron o tienen potestad sobre los hombres, pueden dividirse en repúblicas o principados. Estos, a su vez, pueden ser hereditarios (…) o nuevos (…) y se conquistan con ayuda de ejércitos ajenos o propios, por fortuna o por virtud ».
Así comienza El Príncipe, de Maquiavelo. No parece una frase especialmente complicada pero, a juzgar por la clase magistral (ejem) que propina a unos pobres profesores venezolanos que pasaban por ahí, se le ha atascado al politólogo Juan Carlos Monedero. Maquiavelo habla claramente de la fuerza, la fortuna y la virtud como métodos de conquistar el estado, pero al pasar por Monedero estos tres elementos quedan convertidos en fortuna, virtud y necesidad. Vayan, vayan al capítulo XXVI exhorta Monedero a sus alumnos. Pero antes de que puedan hacerlo la fortuna, la virtud y la necesidad mudan en estructura, actores y consciencia, que suenan muy marxistas pero convierten la argumentación, la clase magistral, y al propio Maquiavelo en algo ininteligible. El capítulo XXVI, por cierto, no rectifica la enumeración inicial que abre estas líneas, pero es normal que atraiga a Monedero porque en él Maquiavelo, abandonando la frialdad que ha mantenido hasta el momento, se dedica a darle coba a Lorenzo de Medici, y lo de hacer la pelota al gobernante de turno se le da muy bien al politólogo español:
«Hay muchos que citan a Marx sin haberlo leído. Ojalá, ojalá... Yo que he tenido la suerte, como saben, de poder trabajar con el presidente Chávez… ¡cómo lee ese señor! ¡Cómo lee ese señor! Es impresionante la cantidad de lecturas que incorpora». (minuto 1:28:05)
La lectura de El Príncipe suele provocar dos tipos de reacciones. Los más idealistas quedan horrorizados y prefieren ignorar el cuadro que Maquiavelo pinta. Por el contrario los que tienen pocos escrúpulos se sienten liberados: la política era esto y sólo esto; cualquier intento de someterla a preceptos morales es propio de niños, ingenuos y/o débiles. Descubren, para su deleite, que no es que ellos sean poco honrados sino realistas, adultos en un mundo de niños. Hay por supuesto un tercer grupo, aquellos que se dan cuenta de que lo que presenta Maquiavelo es real y demuestra la necesidad de establecer límites al poder, pero Monedero no está entre ellos.
«Dónde está el límite de justificación de la actuación pública? Yo les diría que no lo hay» [1]. Por eso le gusta Maquiavelo, porque para él la política es “autónoma” es decir, independiente de cuestiones morales o de legitimidad. Y a continuación -a partir del minuto 46:00- pone tres ejemplos de la superioridad absoluta de la razón de estado. ¿Ustedes le arrebatarían sus medios de subsistencia a una persona?, les pregunta a sus atribulados alumnos. No, no, responden. Pues el estado se ve obligado a quitar el camión y la licencia a un conductor que conduce borracho. Otro ejemplo. ¿Por qué el presidente Chávez -cada vez que pronuncia su nombre Monedero parece licuarse- apoya a Muamar Gadafi o de Bashar al-Assad?
«Por necesidades de estadista. Porque sabe que cae Libia, cae Siria y eso va a envalentonar a alguno que va a decir: ahora voy por Venezuela».
Y mira que Venezuela está lejos, pero un estadista tiene la vista larga y adivina rápidamente las intenciones de sus enemigos. Por la misma razón, continúa Monedero, como hombre de Estado Chávez ha de estar radicalmente en contra de cualquier intervención de la OTAN. Porque sabe que «aunque sea para ayudar a una viejecita a cruzar la calle, la asaltan, la violan, le quitan la cartera».
Con estos ejemplos Monedero demuestra que la razón de estado puede situar al estadista por encima de la moral, del sentido común e incluso del sentido del ridículo. Pero hay otro ejemplo más ominoso, cuando Monedero habla del control de los medios por Chávez:
«Es simplemente una cuestión de realismo político. Realismo político. Maquiavelo lo que nos está diciendo es que o usted hace determinadas cosas o usted dé por perdido el nuevo principado (…) Maquiavelo diría, o usted asume elementos de fuerza para asentarse en la construcción del nuevo principado u olvídese».
Y todo sin dejar de retorcer los palabras para no renunciar a las que tienen prestigio; la manipulación de los medios por el poder político se justifica porque “la información es un bien público”; el exhaustivo intervencionismo, la proscripción de la disidencia y la vulneración de la libertad pasan a llamarse “libertad positiva”. También se encarga de diluir los derechos de la persona con algo que llama derechos identitarios o culturales, que no explica claramente -en toda su intervención no explica claramente nada- pero suenan bastante mal. Y mientras tanto no deja de advertir a sus abrumados alumnos que no se dejen embarullar por los conceptos -por los de otros, claro-.
Toda la lección magistral se reduce a una cháchara deslavazada, de la que no se puede extraer ni una idea interesante pero que está sazonada generosamente con citas de autoridad. Ni con su mejor voluntad bolivariana podrían decir sus alumnos de qué narices les ha hablado a lo largo de dos horas el entusiasta polítólogo. Porque, a falta de capacidad de argumentar, Monedero habla muy enfáticamente, gesticula sin parar, se toca continuamente la cabeza, e insulta esporádicamente a sus oyentes -no es broma-.
Uno de los episodios más cómicos -otro es en el minuto 1:08:40 cuando imita a Chávez y Uribe; el primero con voz viril, y el segundo ridículamente afeminada- es cuando se ve obligado a conciliar las tesis marxistas -el estado es gestor de los intereses de la clase dominante- con el estado encarnado en Chávez, porque a ver quién se atreve a decir que el Comandante también es una superestructura de la clase dominante. Lo arregla diciendo que «a veces el estado es capaz de emanciparse de las clase sociales para garantizar el funcionamiento del sistema. No sé si se entiende». Perfectamente. Entretanto nos enteramos de que Monedero ha tenido que «ver porno por cuestiones profesionales», lo que constituye una excusa francamente novedosa dentro del variado repertorio habitual.
Una última cosa. Tuve ocasión de asistir a una conferencia de Monedero en Mallorca en la que se burlaba de los que le llamaban chavista. Pues bien a lo largo de toda la clase magistral él se incluye sin ambages en la revolución bolivariana.
[1] Esta preocupante opinión, que el poder del estado no admite límites, es compartida por Pablo Iglesias. Puede verse claramente, por ejemplo, en el comentario que en su libro Maquiavelo en la gran pantalla dedica a la película Algunos hombres buenos. Permanezcan atentos. Próximamente en su pc.
[2] Lo de que hay que acabar con la prensa independiente, también lo ha dicho, y más crudamente, Pablo Iglesias:
Publicado en el blog de Santi González el 14 de febrero de 2015.
Comentarios
Yo, desde luego, no me siento con fuerzas para ver el video. Pero me gusta tener el análisis de usted.
Espero queMonedero no llegue nunca al poder, que soy vieja, carca, y liberal, y a las personas como yo, como mínimo nos expropiaría , nos declararía traidores al pueblo, y se las arreglaría para mandarnos al moridero...
Monedero confunde el ser con el deber ser, al igual que Hegel, de quien se declara admirador, identifica lo real lo ideal. Esto es: la fuerza es derecho. Pablo Iglesias lo dice claramente en el minuto 49 de esta entrevista:
https://www.youtube.com/watch?v=4zfXQAPz6Ps
Sus votantes son, mayoritariamente, la cosecha de la LOGSE, que Rubalcaba sembró maquiavélicamente para su granero.