Fernando Navarro. Publicado en Diario de Mallorca 23/06/2015
Prometo “por imperativo legal” y “sin renunciar a los valores republicanos”; “por la justicia social, la igualdad y en defensa de una educación pública, laica y en catalán”; con “fidelidad al pueblo de Menorca”; “hasta que esta democracia secuestrada por las élites económicas sea digna a (sic) su nombre”.
La ley orgánica de régimen electoral general exige, para adquirir la plena condición de tales, que los diputados juren o prometan acatar la Constitución. No es una exigencia exagerada, teniendo en cuenta que la propia existencia de aquéllos deriva de ésta. Lo del “imperativo legal” no es una novedad: lo inventaron los diputados de Herri Batasuna en las elecciones generales de 1989 para evidenciar el repelús que les producía la Constitución y en general todo lo relacionado con España. El socialista Jordi Solé Turá defendió que la fórmula propuesta por los proetarras equivalía a decir “prometo por la fuerza y con reservas”, y Félix Pons, entonces presidente en funciones del Congreso, anunció que no la consideraría válida. Sin embargo el Tribunal Constitucional, entendiendo que los argumentos jurídicos no tienen que moverse en la órbita de lo racional, acabó aceptándola. Y ahora otros parlamentarios a los que la Constitución también parece provocar sarpullidos han decidido adoptarla aunque, como heraldos de la edad dorada que se avecina, la han adornado con vistosos añadidos.
La diputada de Podem Laura Camargo prometió acatar la Constitución —por imperativo legal y tal— “hasta que se abran procesos constituyentes populares y las leyes estén al servicio de la gente y no de las élites”. Todo el que lo busque en google comprobará que “proceso constituyente” es un término de moda en una parte determinada del espectro político. Se refiere a un cambio de régimen, a una alteración profunda de las reglas de juego, como el que hubo en España entre 1977 y 1979. Se llamó Transición y supuso el paso de una dictadura a una democracia, aunque no todos lo ven así. En realidad los dirigentes de Podemos parecen considerar el régimen del 78 —como ellos lo llaman— una continuación del franquismo por otros medios: “una operación en la que los sectores dominantes de la dictadura franquista cedieron una parte de su poder para no ceder en lo fundamental” (Errejón). Por eso pretenden iniciar “un proceso constituyente para abrir el candado del 78” (Iglesias) “desde abajo, sin padres de la Constitución solventando problemas en restaurantes secretos” (Monedero). Ninguno parece entender que la Constitución es la garantía de las libertades del ciudadano, y que el “cerrojo” es sencillamente una garantía de estabilidad, entre otras cosas frente a las tentaciones populistas. Un nuevo proceso constituyente debería alarmarnos, pues podría suponer, sencillamente, el tránsito de una democracia a otra cosa diferente, tal vez una de esas democracias adjetivadas -como “democracia popular”- en las que el adjetivo acaba disolviendo el sustantivo.
En cualquier caso, dado que el proceso constituyente se propone acabar con la Constitución, la promesa de Laura Camargo equivale a “prometo acatar la Constitución hasta que consigamos cargárnosla”, o bien “prometo ser fiel hasta que me acueste con otra persona”. Para eso habría sido más gracioso que hubieran dicho “proneto”, como los niños pequeños cuando quieren eludir comprometerse. O que hubieran jurado con los dedos cruzados a la espalda.
Prometo “por imperativo legal” y “sin renunciar a los valores republicanos”; “por la justicia social, la igualdad y en defensa de una educación pública, laica y en catalán”; con “fidelidad al pueblo de Menorca”; “hasta que esta democracia secuestrada por las élites económicas sea digna a (sic) su nombre”.
La ley orgánica de régimen electoral general exige, para adquirir la plena condición de tales, que los diputados juren o prometan acatar la Constitución. No es una exigencia exagerada, teniendo en cuenta que la propia existencia de aquéllos deriva de ésta. Lo del “imperativo legal” no es una novedad: lo inventaron los diputados de Herri Batasuna en las elecciones generales de 1989 para evidenciar el repelús que les producía la Constitución y en general todo lo relacionado con España. El socialista Jordi Solé Turá defendió que la fórmula propuesta por los proetarras equivalía a decir “prometo por la fuerza y con reservas”, y Félix Pons, entonces presidente en funciones del Congreso, anunció que no la consideraría válida. Sin embargo el Tribunal Constitucional, entendiendo que los argumentos jurídicos no tienen que moverse en la órbita de lo racional, acabó aceptándola. Y ahora otros parlamentarios a los que la Constitución también parece provocar sarpullidos han decidido adoptarla aunque, como heraldos de la edad dorada que se avecina, la han adornado con vistosos añadidos.
La diputada de Podem Laura Camargo prometió acatar la Constitución —por imperativo legal y tal— “hasta que se abran procesos constituyentes populares y las leyes estén al servicio de la gente y no de las élites”. Todo el que lo busque en google comprobará que “proceso constituyente” es un término de moda en una parte determinada del espectro político. Se refiere a un cambio de régimen, a una alteración profunda de las reglas de juego, como el que hubo en España entre 1977 y 1979. Se llamó Transición y supuso el paso de una dictadura a una democracia, aunque no todos lo ven así. En realidad los dirigentes de Podemos parecen considerar el régimen del 78 —como ellos lo llaman— una continuación del franquismo por otros medios: “una operación en la que los sectores dominantes de la dictadura franquista cedieron una parte de su poder para no ceder en lo fundamental” (Errejón). Por eso pretenden iniciar “un proceso constituyente para abrir el candado del 78” (Iglesias) “desde abajo, sin padres de la Constitución solventando problemas en restaurantes secretos” (Monedero). Ninguno parece entender que la Constitución es la garantía de las libertades del ciudadano, y que el “cerrojo” es sencillamente una garantía de estabilidad, entre otras cosas frente a las tentaciones populistas. Un nuevo proceso constituyente debería alarmarnos, pues podría suponer, sencillamente, el tránsito de una democracia a otra cosa diferente, tal vez una de esas democracias adjetivadas -como “democracia popular”- en las que el adjetivo acaba disolviendo el sustantivo.
En cualquier caso, dado que el proceso constituyente se propone acabar con la Constitución, la promesa de Laura Camargo equivale a “prometo acatar la Constitución hasta que consigamos cargárnosla”, o bien “prometo ser fiel hasta que me acueste con otra persona”. Para eso habría sido más gracioso que hubieran dicho “proneto”, como los niños pequeños cuando quieren eludir comprometerse. O que hubieran jurado con los dedos cruzados a la espalda.
Comentarios
Eso es un buen resumen.
Aunque podrían haber añadido que están obligados a jurar la Constitución tal cual, aunque se la pueden saltar si cruzan los dedos, aunque sea un momentín, siempre que se vea y se fotografíe.
La palabra cambio, sin mayores aclaraciones, es tan eficaz como un núcleo irradiador. Los de palmemos no se van a quedar cortos con los cambios y quieren cambiar la Constitución. Aún no se les ha ocurrido cambiarnos de sexo.
¿ No le parece esta promesa o juramento igual al que hacía Max Von Sydow, ante su sumo sacerdote, en Flash Gordon, casi al final, cuando iba a ser su boda con Dale, la chica de Flash ?
- Prometía hacerla emperatriz "of the hour" o sea, del momento.
- Y usarla como le apeteciera.
- Y no tirarla al vacío del espacio, hasta el momento en que él mismo decidiera hacerlo...
¡ En fin !
Ya me gustaría que pudiéramos contar con un Flash Gordon, con un Topol, con un Príncipe Barin, con un Vultan, con una Aura... que se aliasen para sacarnos del atolladero y arreglarlo todo...
Es sorprendente la patanez de tanto político, sin idea ni sensibilidad de lo ceremonial. Lo de «la toma de posesión» se les sube a la cabeza, y sustituyen una fórmula protocolaria por un manifiesto de opinión.
Semejante frivolidad debería sancionarse automáticamente con inhabilitación para el cargo público. (Puntualizo: para ese cargo público que se jura; no venga luego el fiscal de turno diciendo que la pena es indefinida).
En siglos pasados, las tomas de posesión universitarias, y otras, solían ir acompañadas de juramentos, como era «defender los derechos y preeminencias de esta Universidad» , o defender el dogma de la Inmaculada Concepción (que no era dogma todavía) etc. Más de uno tendría sus reservas, pero se las guardaba para sí. Y a nadie se le ocurría tontear con las fórmulas rituales, porque para eso estaban el maestro de ceremonias y el notario, con la rebaja.
Una cosa, no es sólo un acto protocolario. Uno entra a pertenecer a una organización para servirla. Voluntariamente. Lo menos que puede hacer en prometer que va a cumplir las obligaciones del cargo y cumplir y hacer cumplir las normas legales, encabezadas por la Constitución.
No se admitiría a un cura que al profesar mencionara una reserva para hacer misas negras o negar la existencia de Dios. A nadie le obligan a profesar nada pero si quiere ser funcionario o cargo público, nadie le obliga, tendrá que cumplir unos requisitos. Tiene unos derechos y unas obligaciones.
Mencionar obligaciones, ¡qué miedo!
Fenomenal, dice el coro del TC.
Los argumentos jurídicos, murmura el coro, son pura pasión.
La traición es una pasión muy contada en la historia y muy cantada en la copla.
Es abrumador constatar cómo la base del sistema que es el respeto de todos a la ley, es conculcado por sus máximos representantes con un desahogo impresionante.
En fin.
Desde luego, D. Bruno; pero es un acto protocolario. Lo que importa es el juramento de lealtad, y por eso se fija la fórmula, que se supone intocable.
Por eso extraña tanto que el TC sea tan generoso con algo que no le pertenece (el protocolo), y se entrometa en considerandos sobre si tal o si cual.
El antiguo maestro de ceremonias y el notario no se salían de lo suyo, que era salvaguardar las formas rituales y sacramentales para la validez del acto, sin meterse en la conciencia del que juraba, pero eso sí, zanjando toda creatividad. ¿No has pronunciado la fórmula correcta? Pues que así conste para la nulidad del acto. Y punto.
Como ve, creo que vamos de acuerdo.
Si no hay un libro sobre ese proceso merecería la pena escribirlo.
Con ser malo ese panorama, es pésimo el que esta gentecilla ignara y sectaria hasta la náusea sea la que está marcando el ritmo social, infames cómitres que abogan por una boga embarullada en la que no sólo no saben dónde está el norte, sino que pretenden que la nave sólo tenga babor.
Flautistas de Hamelin que acaban convirtiendo a seres humanos en ratas que les siguen embobados, de la manera más atrozmente acrítica, aprovechándose (los flautistas) de la hecatombe educativa que padece nuestro país, que tanto imbécil ha creado.
No se entienda lo de "imbécil" como insulto hacia tanto perjudicado, sino como expresión de su significado etimológico: "sine baculus", sin bastón, sin apoyo, sin sustento.
En fin, que menudo panorama. Vamos a terminar como en la Isla flotante de Laputa, de Swift, que ese sí que fue un profeta.
Porque el whisky, el orujo, el cazalla, me dan acidez, que si no...
Pero los comentarios, los comentarios son ¡¡¡ Fantásticos !!!
¡ Qué gozada !
Las postillas añadidas a los juramentos o promesas de la Constitución no invalidan tales acatamientos, aun cuando manifiesten la intención de modificar la norma de normas. La Constitución incluye el procedimiento de su propia reforma. Así que será racional jurar acatar la Constitución en todos sus artículos ,incluidos los de su reforma, incidiendo en que se intentará modificarla.
Esta reflexión fue aplicada por don Torcuato Fernández-Miranda en un sentido exactamente contrario. Lo cuenta Arcadi Espada:
"De la biografía [de Torcuato], y de los otros buenos libros que tratan total o parcialmente sobre él, se deriva una conclusión interesante: Tfm trató el aparato legislativo del franquismo como si fuera el de una democracia. Hay una conversación con el Príncipe de 1969, cuando acababa de ser nombrado sucesor de Franco.
– Al jurar los Principios y Leyes Fundamentales, ¿no estoy adoptando una actitud falsa o al menos dando esa imagen?
– Al jurar las Leyes Fundamentales, las juráis en su totalidad. Por lo tanto, también juráis el artículo diez de la Ley de Sucesión, que dice que las leyes pueden ser derogadas y reformadas.
– Pero los Principios se declaran permanentes e inalterables.
– Es un artículo de esa Ley y ese artículo también es reformable, pues la cláusula de reforma no establece excepciones.
– ¿Estás seguro de eso?
– Lo estoy."
Los radicales de izquierdas o nacionalistas (o ambas cosas: nacionalsocialistas) dejan clara su intención y no me cabe duda de que su objetivo es abolir la democracia.
En el diseño de la Constitución se cometió el mismo error que en las Leyes Fundamentales.
Saludos a todos.
Los comentarios son ¡¡¡ Fabulosos !!!
Pero ¿ Por que no hay esos comentarios tan fabulosos en otros blogs ?
Eso es mérito suyo de usted. Que no solamente escribe unos artículos estupendos , que divierten e intrigan , sino que acoge las críticas y las apostillas, y agradece a las personas que se arriesguen a opinar y a estar incluso en desacuerdo con usted.
Así que ya sabe:
Eso es por usted.
Por Favor ; ¡ No sea humilde !
Otra cosa son las reservas particulares que se hacen al prometer el cargo. Uno no pone pegas particulares para entrar en un grupo. Debe de aceptar las normas del grupo. Sin singularidades. Sin asimetrías. Sin reservas. Sin manifestaciones colaterales que están de más en ese acto.
Todo lo que sean particularismos ya empiezan a erosionar el sistema. Claro que uno jura por imperativo legal, pero eso puede ser un doble lenguaje muy claro. No juro de buena gana, no me lo creo. Juro porque me obligan, si no, no juraría. Es decir, no me creo nada de esto y haré lo que me dé la gana. No me pidan responsabilidades legales. En fin.
Y le podría razonar al absurdo. Pensar en Monedero jurando y aprovechando para leer una bonita poesía, revolucionaria y larga, y saludar, de paso, a su amigo Chavez que le estará escuchando.
Cualquier demócrata irá de la legalidad a la legalidad. Cualquier referencia rara a ese hecho huele a totalitarismo.
Esa es la analogía pero las diferencias son más importantes:
Don Juan Carlos pretende reformar para pasar de la dictadura a la democracia. Y lo oculta en el acatamiento, lo cual debemos agradecer porque facilitó el proceso.
Los podemitas pretenden recorrer el camino en dirección contraria, pasar de la democracia al totalitarismo. Y no lo ocultan ni en el acatamiento ni en sus discursos , lo cual también debemos agradecer porque facilita nuestro combate por la sociedad abierta.
¿Por qué nadie ha recurrido estas fórmulas de acatamiento?