LO QUE PUDO SER Y NO FUE
(
Novecento, B. Bertolucci, 1976)
Podía haber sido una de las grandes: la historia de dos amigos provenientes de muy distinto nivel social en la movediza Italia de la primera mitad del siglo XX. Lo tenía todo. A dos jóvenes Robert de Niro y Gerard Depardieu como protagonistas. Nada menos que a Burt Lancaster y Sterling Hayden como sus abuelos. A Donald Sutherland como malo. A Dominique Sanda para poder enamorarse a conciencia, tanto los protagonistas como el espectador. Incluso a Stefania Sandrelli, si los gustos de uno eran más toscos. Tenía el exquisito gusto visual del director, y su talento para usar los paisajes de Emilia Romaña como una escenografía perfecta, en la que lo visual y lo narrado encajaban de forma inseparable.
De acuerdo, la intelectualidad estaba profundamente politizada hacia la izquierda y de hecho el director era comunista. Pero podía, al menos, haber hecho un gran panfleto: el comunismo explicado en una sesión de guiñol para adultos (pues eso es el cine). Pero entonces decidió describir el fascismo encarnándolo en Donald Sutherland. Ahora imagínense la proyección en un cine de arte y ensayo de una película del franquismo en la que el comunista se pasara la película haciendo muecas, poniendo cara de sádico o de obtuso (a veces simultáneamente), matando gatos a cabezazos, violando niños, y asesinándolos a continuación estrellando repetidamente su cabeza contra la pared: el desprecio, las burlas, las sonrisas de suficiencia se habrían extendido por la sala. Pues bien, esto no ocurría ante la película que hoy comentamos. ¿Quién se habría atrevido?
En Novecento la maldad y la bondad están estrictamente repartidas por clases sociales. Mientras los campesinos bailan y tocan la ocarina y se entregan a sus sencillos placeres, los miembros de la clase opresora se deslizan como presencias malignas por la pantalla para hacerlos infelices. De los protagonistas, el campesino es idealista y enérgico; el capitalista débil y condicionado fatalmente por sus intereses de clase. El director no perdona a (casi) ninguno de los miembros de la clase dominante: como Burt Lancaster le ha quedado imponente y atractivo lo convierte ‘in extremis’ en pederasta. Pero el director es un esteta, y difícilmente, por muy comunista que sea, se puede sentir atraído por la vida tribal de los campesinos que nos presenta. Por eso tiene que redimir a un par de personajes refinados que, si bien son de alta sociedad, tienen el buen gusto de simpatizar con el comunismo que pretende eliminarlos de la historia.
Las películas que más nos impresionan son las que vemos a una cierta edad [1], y a mí me dio más por el cine italiano que por el francés (menos mal). Por eso me veo obligado a ver periódicamente la primera parte de la película, justo hasta que comienza a salirse definitivamente de madre. Y con ello vuelvo a disfrutar de los maravillosos paisajes emilianos, a añorar a patriarcas como Burt Lancaster y a actores como Sterling Hayden, a disfrutar de la amistad de De Niro y Depardieu, a enamorarme de Dominique Sanda, y a rumiar mi rencor contra Bernardo Bertolucci por haber dejado que la ideologización del momento nos arruinase una obra maestra.
…
___________________
LO QUE NUNCA DEBIÓ HABER SIDO (Bernardo y el sexo)
Cuenta el crítico Roger Ebert que la protagonista de Belleza
robada es una joven que viaja a la Toscana con el fin de perder su
virginidad y de encontrar a su padre, y que con un argumento así siempre cabe
el riesgo de que alcance ambos objetivos al mismo tiempo. La protagonista es
Liv Tyler, que dice tener diecinueve años pero habla y piensa como si tuviera
quince (les voy a ahorrar sus versos). Es hija de una famosa modelo y poetisa,
y si encuentran que esta combinación es improbable en el mundo real les
adelanto que la película no se desarrolla en él. En la casa de la Toscana pasan
sus vacaciones una serie de intelectuales y artistas -sabemos que lo son porque
ellos se encargan de repetirlo- de distintas edades, y los hombres acogen la
llegada de Liv Tyler con la misma expresión que el conde Drácula antes de
comer.
María Schneider tenía 19 años cuando rodó El último tango, quedó encasillada como
actriz fresca (e hirsuta), y no se lo perdonó a Bertolucci. Cuentan que después
iba repitiendo la siguiente máxima, extraída de su experiencia personal: nunca
te desnudes delante de un hombre maduro que te dice que es por arte. Al parecer
Liv Tyler –de nuevo 19 años- escuchó el consejo y no se dejó desnudar en
exceso, así que Bertolucci tuvo que hacerlo con Rachel Weisz, porque ¿de qué
sirve ser un director consagrado si no consigues empelotar a las actrices (o
actores, según los gustos)? Posteriormente, además, se desquitaría con Eva
Green, que sería desnudada a conciencia en Soñadores,
que de paso es una buena película. Green intentaría defender a Bertolucci
diciendo: Bernardo puede ser un manipulador. Tiene sesenta y tantos años, pero
no es un pervertido. Es como si fuera mi padre. Glups.
En Belleza robada
los personajes masculinos parecen viejos verdes que babean al paso de Liv Tyler
-que no es para tanto-. Pero lo más notable es esto: todos muestran el mismo
nivel intelectual de la adolescente, y su enfoque hacia el sexo es igual de
sofisticado («el sexo es lo más embelesador del mundo» es la aportación de un
Jeremy Irons literato a Liv Tyler). Los diálogos de unos artistas-adolescentes
son exactamente como pueden imaginar, y la película va discurriendo entre
distintos grados de sonrojo y vergüenza ajena hasta su desenlace.
¿Es un fallo del director o un enfoque deliberado? En Amadeus Milos Forman no retrata a
Mozart: muestra la imagen desquiciada que Salieri, senil y enfermo de
remordimientos por la envidia que el genio le causó en vida, tiene de él. Es
posible que, de modo similar, Bertolucci haya querido presentar la visión que
de los adultos tiene una quinceañera. Una historia de Esther y su mundo
dedicada a los artistas, o los intelectuales en versión click de Famobil. Pero,
si este fuera el caso, la pregunta sería ¿para qué? Más bien hay que pensar que
el director no estuvo fino, y que la película no da más de sí.
Todo transcurre, eso sí, en una escenografía espectacular. Por
eso, ya que empezó dejemos que concluya Roger Ebert: «la acción se desarrolla
en la casa a la que todos desearíamos ir una temporada… después de que todos los
personajes hubieran emigrado».
[1] Por eso esta serie levanta ampollas, porque criticamos monumentos intocables de nuestro bagaje sentimental. Ya siento.
Comentarios
Únicamente el artículo estupendo al alimón (3ª acepción DRAE) entre usted y don Santiago, donde se trata también de películas, me ha levantado el ánimo, por ser ‘Ágora’ un buen ejemplo muy al hilo de ese artículo.
Lo que ya no sé es si en septiembre todavía estamos a tiempo. En todo caso, lo sacaría en mi blog.
Aprovecho para decirle, y disculpe el retraso, que tiene respuesta a su último comentario, tan divertido, en mi tenderete. Con regalo-sorpresa incluído (extensible a nuestra adorable Dª Viejecita).
En cuanto a lo de su esperado comentario sobre Agora, pues estamos a tiempo. El Patrón me comentó que le mandáramos lo que tuviéramos porque iría insertándolo los fines de semana de este mes. De hecho, luego se lo recordaré al resto de comentaristas. Un abrazo.
¡ Menos mal que no me tienen que aguantar en casa !
Pero se agradece.
Como se agradece el regalo sorpresa ( que me pienso imprimir tan grande como me deje... ( en cuanto le haya puesto un cartucho nuevo a la impresora, que si se queda sin tinta en la mitad, es un lío )
Muchas Gracias, Pues