Las protestas universitarias que comenzaron a extenderse desde mediados del s XIX por las universidades rusas tuvieron su origen, no tanto en razones ideológicas, como en las turbulencias emocionales y hormonales que se desatan en esa enfermedad llamada extrema juventud. Por eso cuando hablemos de las ideologías invocadas por la segunda generación de populistas, no olvidemos que, en realidad, solían ser el disfraz virtuoso de estallidos de adanismo, mimetismo, y testosterona. Como dice Venturi, refiriéndose a estos alborotos:
“No es necesario en este punto un examen detallado de estos movimientos. Con frecuencia carecían de contenido político, y más que otra cosa revelan un estado mental de frustración, preparado para manifestarse en las más diversas, e incluso contradictorias, formas y direcciones.”
En las universidades rusas de la primera mitad del siglo XIX se recibía formación militar, se prestaba una gran atención al uniforme, y la disciplina era estricta. Lo maloes que el acceso era muy complicado, y todos aquéllos que no pertenecieran a la nobleza encontraban muchas restricciones para ingresar. Como resultado, en 1853 el número total de estudiantes en todas las universidades rusas era inferior a 3.000. El objetivo prioritario de las universidades era formar a los futuros miembros de la administración, y el pensamiento independiente era desalentado. Como consecuencia, la oferta en disciplinas humanistas, tales como filosofía o historia, era muy restringida. En 1856, del total de 429 estudiantes de la universidad de San Petersburgo, únicamente 30 estaban adscritos a la facultad de filosofía, y el año siguiente sólo uno obtuvo la licenciatura.
Tras la muerte de Nicolás I en 1855, el nuevo zar, Alejandro II, comenzó una rápida apertura de las universidades. Se les dio libertad de organización, y fueron abolidos tanto el uniforme como la formación militar. Asimismo, se relajó la disciplina sobre los alumnos. A partir de 1857 las universidades tuvieron su propio órgano de gobierno, y, no sólo se permitió, sino que incluso se alentó la impresión y difusión de periódicos universitarios. Incluso uno de ellos llevaba el nombre de Kolokol, el periódico prohibido de Herzen. Pero estas medidas no tuvieron éxito, porque la bronca continua era mucho más entretenida. Por ejemplo, en Kazan, los universitarios se habían acostumbrado a desafiar la obligación de llevar uniforme acudiendo vestidos con pieles como trogloditas, y no estaban dispuestos a renunciar a la diversión porque la obligación contra la que se manifestaban hubiera desaparecido. En Moscú y San Petersburgo pasaba algo parecido: los estudiantes habían comenzado a ir a clase disfrazados con trajes regionales de campesinos.
Dos medidas adicionales, excelentes ambas, produjeron, sin embargo, un incremento de las algaradas. La primera, la apertura de las universidades a todas las clases sociales, que provocó la aparición de lo que Venturi llama “proletariado del pensamiento”, una masa de estudiantes pobres, sin apenas dinero para vivir, que generó un foco de descontento. La segunda la incorporación de las mujeres, que provocó un incremento de los conflictos derivado del natural afán de sus compañeros de otro sexo por impresionarlas.
En este ambiente de excitación general sólo faltaba una causa a la que abrazar que justificara virtuosamente la trifulca. Algunos estudiantes se inclinaron hacia la liberación de las nacionalidades del Imperio como los polacos, pero no encontraron unanimidad. Por el contrario, la defensa de los campesinos encontró un apoyo arrollador. Estar al corriente de la moda era esencial, y ésta era dictada por Herzen y, sobre todo, por Chernishevsky. Comenta un estudiante de la época: “no recuerdo a uno solo de mis compañeros que no sintiera una vocación por alguna actividad social”.
El primer incidente serio tuvo lugar en otoño de 1856 en la Universidad de Kazan. Los estudiantes, que gozaban de una sólida reputación de bebedores e indisciplinados, se enfrentaron con la guarnición local alegando vagas razones. Los detenidos fueron tratados con gran benevolencia, y se convertirían con el tiempo en los cabecillas de movimientos locales. Casi simultáneamente, en Kiev, un estudiante mostró su descontento mediante una patada que lanzó por los aires al perro del coronel de la guarnición. Un episodio más grave tuvo lugar en Moscú un año más tarde. Los estudiantes se atrincheraron en las facultades y fueron desalojados sin contemplaciones por la policía. El zar se puso de parte de los estudiantes, y algunos miembros de las fuerzas de seguridad fueron sancionados. Pero el apaciguamiento no genera paz, sino violencia, y la escalada de alborotos continuó.
En otoño de 1858 Alejandro II dejó de ver con benevolencia los desórdenes, y tras nuevos disturbios producidos en la universidad de Kharkov declaró públicamente que los estudiantes estaban yendo demasiado lejos. Pero ahora estaban crecidos, y comenzaron a exigir la destitución de aquellos profesores que no les gustaban. Con frecuencia eran apoyados por Chernishevsky y Dovrolyubov desde su revista Sovremennik . A estas alturas muchos estaban hartos de los tumultos juveniles. En 1859 un grupo de profesores encabezados por el jurista y filósofo Boris Chicherin, inspirador del programa de reformas de Alejandro II, firmó un manifiesto que decía: “La sociedad rusa ha dado a sus estudiantes una sensación de su propia importancia que no existe en ningún otro país (...) El estudiante no es ya un alumno, sino que pretende ser un maestro y un guía de la sociedad”
De nuevo fue restringido parcialmente el acceso a la universidad. En septiembre de 1861 la ola de disturbios alcanzó, por primera vez, la universidad de San Petersburgo. Los altercados fueron especialmente violentos: los estudiantes se enfrentaron al ejército, y únicamente se dispersaron cuando el oficial al mando les dijo que, de no hacerlo, les esperaba “no una muerte gloriosa, sino una buena tunda”.
Alejandro II no había descubierto ese medio infalible de desactivar por completo a la juventud que es el botellón.
“No es necesario en este punto un examen detallado de estos movimientos. Con frecuencia carecían de contenido político, y más que otra cosa revelan un estado mental de frustración, preparado para manifestarse en las más diversas, e incluso contradictorias, formas y direcciones.”
En las universidades rusas de la primera mitad del siglo XIX se recibía formación militar, se prestaba una gran atención al uniforme, y la disciplina era estricta. Lo maloes que el acceso era muy complicado, y todos aquéllos que no pertenecieran a la nobleza encontraban muchas restricciones para ingresar. Como resultado, en 1853 el número total de estudiantes en todas las universidades rusas era inferior a 3.000. El objetivo prioritario de las universidades era formar a los futuros miembros de la administración, y el pensamiento independiente era desalentado. Como consecuencia, la oferta en disciplinas humanistas, tales como filosofía o historia, era muy restringida. En 1856, del total de 429 estudiantes de la universidad de San Petersburgo, únicamente 30 estaban adscritos a la facultad de filosofía, y el año siguiente sólo uno obtuvo la licenciatura.
Tras la muerte de Nicolás I en 1855, el nuevo zar, Alejandro II, comenzó una rápida apertura de las universidades. Se les dio libertad de organización, y fueron abolidos tanto el uniforme como la formación militar. Asimismo, se relajó la disciplina sobre los alumnos. A partir de 1857 las universidades tuvieron su propio órgano de gobierno, y, no sólo se permitió, sino que incluso se alentó la impresión y difusión de periódicos universitarios. Incluso uno de ellos llevaba el nombre de Kolokol, el periódico prohibido de Herzen. Pero estas medidas no tuvieron éxito, porque la bronca continua era mucho más entretenida. Por ejemplo, en Kazan, los universitarios se habían acostumbrado a desafiar la obligación de llevar uniforme acudiendo vestidos con pieles como trogloditas, y no estaban dispuestos a renunciar a la diversión porque la obligación contra la que se manifestaban hubiera desaparecido. En Moscú y San Petersburgo pasaba algo parecido: los estudiantes habían comenzado a ir a clase disfrazados con trajes regionales de campesinos.
Dos medidas adicionales, excelentes ambas, produjeron, sin embargo, un incremento de las algaradas. La primera, la apertura de las universidades a todas las clases sociales, que provocó la aparición de lo que Venturi llama “proletariado del pensamiento”, una masa de estudiantes pobres, sin apenas dinero para vivir, que generó un foco de descontento. La segunda la incorporación de las mujeres, que provocó un incremento de los conflictos derivado del natural afán de sus compañeros de otro sexo por impresionarlas.
En este ambiente de excitación general sólo faltaba una causa a la que abrazar que justificara virtuosamente la trifulca. Algunos estudiantes se inclinaron hacia la liberación de las nacionalidades del Imperio como los polacos, pero no encontraron unanimidad. Por el contrario, la defensa de los campesinos encontró un apoyo arrollador. Estar al corriente de la moda era esencial, y ésta era dictada por Herzen y, sobre todo, por Chernishevsky. Comenta un estudiante de la época: “no recuerdo a uno solo de mis compañeros que no sintiera una vocación por alguna actividad social”.
El primer incidente serio tuvo lugar en otoño de 1856 en la Universidad de Kazan. Los estudiantes, que gozaban de una sólida reputación de bebedores e indisciplinados, se enfrentaron con la guarnición local alegando vagas razones. Los detenidos fueron tratados con gran benevolencia, y se convertirían con el tiempo en los cabecillas de movimientos locales. Casi simultáneamente, en Kiev, un estudiante mostró su descontento mediante una patada que lanzó por los aires al perro del coronel de la guarnición. Un episodio más grave tuvo lugar en Moscú un año más tarde. Los estudiantes se atrincheraron en las facultades y fueron desalojados sin contemplaciones por la policía. El zar se puso de parte de los estudiantes, y algunos miembros de las fuerzas de seguridad fueron sancionados. Pero el apaciguamiento no genera paz, sino violencia, y la escalada de alborotos continuó.
En otoño de 1858 Alejandro II dejó de ver con benevolencia los desórdenes, y tras nuevos disturbios producidos en la universidad de Kharkov declaró públicamente que los estudiantes estaban yendo demasiado lejos. Pero ahora estaban crecidos, y comenzaron a exigir la destitución de aquellos profesores que no les gustaban. Con frecuencia eran apoyados por Chernishevsky y Dovrolyubov desde su revista Sovremennik . A estas alturas muchos estaban hartos de los tumultos juveniles. En 1859 un grupo de profesores encabezados por el jurista y filósofo Boris Chicherin, inspirador del programa de reformas de Alejandro II, firmó un manifiesto que decía: “La sociedad rusa ha dado a sus estudiantes una sensación de su propia importancia que no existe en ningún otro país (...) El estudiante no es ya un alumno, sino que pretende ser un maestro y un guía de la sociedad”
De nuevo fue restringido parcialmente el acceso a la universidad. En septiembre de 1861 la ola de disturbios alcanzó, por primera vez, la universidad de San Petersburgo. Los altercados fueron especialmente violentos: los estudiantes se enfrentaron al ejército, y únicamente se dispersaron cuando el oficial al mando les dijo que, de no hacerlo, les esperaba “no una muerte gloriosa, sino una buena tunda”.
Alejandro II no había descubierto ese medio infalible de desactivar por completo a la juventud que es el botellón.
Imágenes:
1.- Estudiante nihilista, por Ilya Repin.
2.- Estudiantes en Ulm.
3.- Coronación e Alejandro II.
4.- Juerga de cosacos, por Ilya Repin, algo que posiblemente no tiene nada que ver con los movimientos estudiantiles populistas.
Comentarios
Y así seguimos. Sólo que ahora el nivel académico es, segurísimo, inferior al de entonces (obviando las tecnologías).
Gracias por seguir deleitándonos con sus escritos. Me ha hecho volver, de golpe, a la facultad. Y me ha hecho sonreír, que es.muy de agradecer. Saludos.
LUIGI, si me permite, al populismo por el metabolismo.
En Deusto sólo con la mirada fija y penetrante de ciertos jesuitas -que además nos esperaban a fin de curso para el examen oral- rompíamos a sudar y nos poníamos tiesos como estacas. Pero, por si alguno no captaba el mensaje, a la mínima broma entraban los grises porra en mano.
No soy yo muy de reivindicar que "la letra con sangre entra", pero el hecho es que de Deusto salieron muchos bastante espabilados (alguno espabiladísimo, como Mario Conde) que llegaron a tener altísimos cargos en bancos, grandes empresas, en la administración y en el Gobierno, incluidos varios ministros.
Hoy a los grises quizá no les recibirían en la Complutense con tanta hostilidad como en Khrakov o en San Petersburgo, pero seguro que lo harían con la alegría que dan las minas antipersonales, las ametralladoras, los lanzallamas y los lanzagranadas.
En Deusto, por aquello de mantener las tradiciones, a los heridos y prisioneros les bailarían un aurresku antes de tirarlos a la ría.
Vamos, Sr. Navarth, que los estudiantes rusos eran unos pipiolos.
D. Garikoitz, lo de los grises, como chivo expiatorio para montar el pollo o confirmar cualquier peregrina locura "ideológica' , me dice que nada ha cambiado. Porque, lo de la Complutense, no es sino más de lo mismo. Saludos, y a seguir clamando en el desierto. No hay que desesperar.
Gente con una casi inexistente preparación intelectual, refugiándose en la masa y ganas infinitas de armarla. En las algaradas estudiantiles que ha habido en Valencia, el líder es un tipo que está haciendo un módulo de FP a sus 23 añazos.
Un saludo.