Por un lado tenemos los partidos políticos, que, idealmente, defienden unos valores (o unas convicciones, o lo que sea) y de este modo representan a todos aquellos que comparten inquietudes similares. Y por otro, tenemos la demoscopia, una herramienta que proporciona datos exactos sobre cómo obtener los votos de los electores y ganar las elecciones. ¿Cómo encajan estas dos realidades? Y, para definir más exactamente el problema ¿no existe un riesgo cierto de que las directrices proporcionadas por la demoscopia sustituyan los principios de los partidos?
Podría argumentarse que, en realidad, puesto que la demoscopia detecta los gustos de los electores, permitiendo a los partidos adaptarse a ellos, es el instrumento perfecto para canalizar la voluntad de aquellos. Democracia en estado puro, podríamos decir. Sencillamente, actuando a impulsos demoscópicos los partidos estarían anticipándose a los gustos de los electores y proporcionándoles exactamente lo que desean. Dejemos, pues actuar a la demoscopia y abandonemos los principios.
Primer problema: éste es, ni más ni menos, el argumento que lleva a las televisiones a realizar programas basura, malolientes pero con altos índices de audiencia. Así pues, si aceptamos la sumisión a la demoscopia, preparémonos para aceptar el populismo, equivalente político del programa-basura.
Tal vez más molesto aún. Es innegable que “principios” y “convicciones” son términos que aún gozan de cierto prestigio. De modo que, aunque el partido decida sustituir ambos por la demoscopia, seguirá invocándolos, aunque para él hayan quedado vacíos de contenido. Preparémonos, y esta es la segunda consecuencia, a ingentes dosis de palabras altisonantes y tonos solemnes. Estemos dispuestos, en suma, a engullir bullshit.
He dejado la última consecuencia, que es la peor, para el final. Si los partidos sustituyen principios por demoscopia, sus líderes habrán renunciado de antemano a esta cualidad, es decir, a liderar. ¿Es esto un problema? Temo que sí. Si, en un momento dado, la preparación (o la virtud cívica) de la sociedad es baja, el camino llevará al desastre. No es difícil imaginar una masa crítica a partir de la cual, la sumisión a la demoscopia generará una espiral descendente: el electorado poco preparado demandará políticas populistas (pues son más sencillas de ingerir), que a su vez deteriorarán la sociedad, que generará electorados con menor virtud cívica que, a su vez, solicitarán más populismo.
En realidad lo peor no es esto. Lo peor es que el proceso ya está en marcha. Con Zapatero, el partido socialista ya ha renunciado a las convicciones en favor de la demoscopia, y, desde las elecciones de 2008, el PP de Rajoy parece haber hecho otro tanto. Zapatero, de hecho, es el líder-ameba ideal para esta política posmoderna: informe, sin un armazón de convicciones (aparte de mantenerse en el poder), lo que le facilita adaptarse a cualquier situación y colarse por cualquier agujero. Obsérvese que también la realidad (exigencias, ¡ay!, de la disonancia) ha tenido que adecuarse a las nuevas circunstancias. Y, como la política líquida exige poder decir una cosa en un momento y la opuesta en el siguiente, la realidad se ha fragmentado para eludir la coherencia: hoy y ayer ya no están conectados. Lo que los políticos dijeron ayer, ya no existe.
Lo más notable, lo que indica que el proceso está muy avanzado, es que cada vez es más visible. Los grandes partidos cada vez se molestan menos en disimularlo.
Podría argumentarse que, en realidad, puesto que la demoscopia detecta los gustos de los electores, permitiendo a los partidos adaptarse a ellos, es el instrumento perfecto para canalizar la voluntad de aquellos. Democracia en estado puro, podríamos decir. Sencillamente, actuando a impulsos demoscópicos los partidos estarían anticipándose a los gustos de los electores y proporcionándoles exactamente lo que desean. Dejemos, pues actuar a la demoscopia y abandonemos los principios.
Primer problema: éste es, ni más ni menos, el argumento que lleva a las televisiones a realizar programas basura, malolientes pero con altos índices de audiencia. Así pues, si aceptamos la sumisión a la demoscopia, preparémonos para aceptar el populismo, equivalente político del programa-basura.
Tal vez más molesto aún. Es innegable que “principios” y “convicciones” son términos que aún gozan de cierto prestigio. De modo que, aunque el partido decida sustituir ambos por la demoscopia, seguirá invocándolos, aunque para él hayan quedado vacíos de contenido. Preparémonos, y esta es la segunda consecuencia, a ingentes dosis de palabras altisonantes y tonos solemnes. Estemos dispuestos, en suma, a engullir bullshit.
He dejado la última consecuencia, que es la peor, para el final. Si los partidos sustituyen principios por demoscopia, sus líderes habrán renunciado de antemano a esta cualidad, es decir, a liderar. ¿Es esto un problema? Temo que sí. Si, en un momento dado, la preparación (o la virtud cívica) de la sociedad es baja, el camino llevará al desastre. No es difícil imaginar una masa crítica a partir de la cual, la sumisión a la demoscopia generará una espiral descendente: el electorado poco preparado demandará políticas populistas (pues son más sencillas de ingerir), que a su vez deteriorarán la sociedad, que generará electorados con menor virtud cívica que, a su vez, solicitarán más populismo.
En realidad lo peor no es esto. Lo peor es que el proceso ya está en marcha. Con Zapatero, el partido socialista ya ha renunciado a las convicciones en favor de la demoscopia, y, desde las elecciones de 2008, el PP de Rajoy parece haber hecho otro tanto. Zapatero, de hecho, es el líder-ameba ideal para esta política posmoderna: informe, sin un armazón de convicciones (aparte de mantenerse en el poder), lo que le facilita adaptarse a cualquier situación y colarse por cualquier agujero. Obsérvese que también la realidad (exigencias, ¡ay!, de la disonancia) ha tenido que adecuarse a las nuevas circunstancias. Y, como la política líquida exige poder decir una cosa en un momento y la opuesta en el siguiente, la realidad se ha fragmentado para eludir la coherencia: hoy y ayer ya no están conectados. Lo que los políticos dijeron ayer, ya no existe.
Lo más notable, lo que indica que el proceso está muy avanzado, es que cada vez es más visible. Los grandes partidos cada vez se molestan menos en disimularlo.
Comentarios
Después la gente se inclina por el primero que sepa poner un buen culpable a tiro.
En esto los Goebelianos de Ferraz son consumados expertos.
Un saludo.