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Pues resulta que, según el Spiegel, Angela Merkel anda muy desconcertada ante la hiperactividad desplegada habitualmente por Sarkozy. Según el diario, a pesar de que exteriormente mantiene su impasibilidad, la cancillera no sabe cómo encuadrar (y esto de encuadrar es muy importante para un alemán) al enérgico francés, que continuamente surge con nuevas propuestas como, también según el diario, el payaso con muelle de una caja sorpresa. Sin embargo, la decisión que ha tomado Merkel para penetrar en la psicología de Sarko ha estado a la altura de las circunstancias: ha comenzado a ver películas de Louis de Funes. Se desconoce si, cuando tenga que entrevistarse con Zapatero, habrá analizado previamente toda la filmografía de Mr. Bean.
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Al parecer, Hope había vuelto a meterse en problemas. La noticia llegó a White, que en aquél momento apuraba su tercer whisky, a través del vetusto receptor de radio medio escondido tras un montón de papeles. Mierda, pensó, mientras contemplaba las volutas de humo que ascendían desde su cigarrillo hacia las tinieblas del techo, que el modesto haz de la lámpara se veía incapaz de disipar. White bajó los pies de la mesa, apartó unos cuantos papeles e intentó inútilmente extraer una mejor señal del receptor. El excitado locutor hablaba de Bombay, y de decenas de pistoleros disparando a la gente. White emitió un gruñido de desprecio al comprobar cómo el pobre diablo, claramente impresionado, hablaba de ráfagas de ametralladora, charcos de sangre por el suelo y bla, bla. Entonces mencionó a Hope. De alguna manera se las había arreglado para escapar del tiroteo y, tras perder los zapatos, se dirigía al aeropuerto, pero había dejado parte de su comitiva detrás. White dejo ver una sonrisa de lobo. Parece que Hope ha perdido los nervios además de los zapatos, se dijo. Él, por el contrario, mantenía la sangre fría, a pesar de que se hallaba a menos de siete mil quinientos kilómetros de los disparos. No le gustaba Hope, era una mujer de la que sólo podían venir problemas. De las que besan a mediodía y muerden por la noche, como solía decir su colega Goodman. Pero aún había gente en peligro, y no era momento de divagar. White descolgó el teléfono. Ponme con Bombay, encanto. (continuará)
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