El nombre no evoca mucho; el concepto es muy importante para entender el deterioro de la democracia liberal, a la que la «política de la eternidad» suplanta poco a poco. Hace referencia a la sustitución de la realidad por un relato; de los hechos por la propaganda; del presente por un pasado ficticio; del abandono de la razón a favor de emociones destructivas que el gestor del relato manipula. Es un proceso difuso pero muy real: podemos ver claramente alguna de sus manifestaciones pero, al no tener una visión completa, tendemos a infravalorarlas porque nos desconciertan. Por el contrario -aunque tampoco la entiendan- los gurús de la comunicación aprovechan la nueva situación: no es necesario que un mago tenga profundos conocimientos de neurociencia para burlar nuestros procesos cognitivos, y lo mismo pasa con los tahúres demoscópicos.
Aventuremos algunos brochazos para describir el paisaje incompleto de la «política de la eternidad».
◾ El relato de la eternidad es victimista y fatalista.
En él los problemas actuales son la expresión de un conflicto anclado en el
tiempo y causado por enemigos perpetuos. El relato puede –y debe- ser perfectamente
falso, pero en casos extremos se prohibirá incluso ponerlo en duda. Es
fatalista porque en él la acción humana se entiende impotente. Y esto es muy conveniente para el gestor del relato, que puede sustituir la rendición de cuentas por el drama.
◾ El relato de la eternidad es, además,
identitario. Trata de nosotros/los puros contra ellos/los malos, y el éxito de
los primeros pasa por la eliminación física o política de los segundos. Lo
importante son los roles inmutables atribuidos por el gestor del relato, y a
partir de ahí lo relevante no es lo que uno hace, sino lo que uno es según el papel asignado. En consecuencia desaparece la objetividad. Los hechos ya no son valorados por
lo que son, sino en función de sus autores: un mismo hecho es bueno si lo hace
“nosotros”, y malo si lo hacen “ellos”.
◾ La polarización identitaria, tan conveniente
para la política de la eternidad, se ha visto notablemente favorecida en
nuestros días por la acción de las redes sociales. Con el fin de mantener
nuestra atención –pues este es el producto que las redes venden a los anunciantes-
los algoritmos han aprendido a proporcionarnos aquello en lo que estamos más
confortables. Con ello nos han convertido en náufragos aislados que viven en
islas de prejuicios autoconfirmados.
◾ Cuando Orwell describía en 1984 el “doblepensar” no estaba inventando nada: lo estaba viendo en acción. Contemplaba cómo una mentira evidente podía ser presentada y aceptada como verdad, y cómo la contradicción podía vivir perfectamente en los discursos. La mentira pública es un síntoma de política de la eternidad en acción. El público del drama eterno no sólo no penaliza la mentira, sino que tiende a percibirla como virtud o sabiduría, y tal vez sea normal. La política de la eternidad florece en momentos de incertidumbre, ansiedad y miedo, en los que la realidad es algo desagradable, y la posibilidad de sustituirla por una historia épica es tentadora. Si la verdad os hará libres, no hay que descartar que la mentira os haga momentáneamente más felices. En consecuencia, lo importante en la política de la eternidad no es conseguir resultados sino generar continuamente crisis para mantener un nivel adecuado de tensión en la audiencia.
◾ En la política de la eternidad los hechos
dejan de ser percibidos como atributos de la realidad y se equiparan a las opiniones.
La realidad, obviamente, continúa actuando aunque sea ignorada, pero cuando se
desploma sobre los actores aunque afecte a sus vidas no suele destruir el
relato. Más bien lo refuerza y acentúa la furia ante los enemigos que obviamente
continúan actuando. El fracaso del relato provoca así mayor intensidad en el
relato.
La política de la eternidad es, en suma, un episodio más de olvido de la razón de los que hablaba Sebreli. A ustedes les toca decidir si todo esto tiene sentido, y si perciben síntomas en la sociedad actual. Sobre la ilustración de Moebius, nada tengo que decir.
Addenda. Timothy Snyder habla sobre las «políticas de la inevitabilidad» y las «políticas de la eternidad»
Comentarios
Y pase lo que pase, el relato es eterno.
El colmo.
¿Cómo nos íbamos a enterar y denunciar esas mentiras si ya estábamos muertos?
Un cordial saludo.