El 15 de febrero de 1886 zarpó de Hamburgo el vapor Uruguay. Contenía catorce familias sajonas lideradas por Bernhard Förster y su mujer Elisabeth Nietzsche, hermana del filósofo. Förster, que no era un gran orador se dirigió así a sus compañeros: “estoy en compañía de un pequeño grupo de amigos y compañeros; pronto se unirán otros”. La ocasión habría permitido un discurso más solemne: el destino final de los viajeros era un rincón bastante inhóspito de Paraguay donde pretendían materializar su particular utopía. Pero no se trataba de algo como lo que ya habían intentado Owen o Cabet. A diferencia de éstos, los expedicionarios sajones no pretendían haber descubierto algún sistema para conseguir una humanidad feliz, sino segregarse cuidadosamente de una parte de ésta a la que consideraban infecciosa.
Bernhard Förster era amigo de Richard Wagner y asiduo de su círculo en Bayreuth, donde había conocido a Elisabeth. Tan antisemita como el músico, la hermana del filósofo y el filósofo mismo –a quien últimamente se pretende rehabilitar- había comenzado su activismo político con el militar Max Liebermann von Sonnenberg. Fueron, a su modo, unos pioneros: en 1880 habían organizado una petición, que reunió 225.000 firmas, solicitando que los judíos fueran expulsados de todos los cargos públicos, algo que no ocurriría hasta medio siglo más tarde. Un año más tarde, en 1881, fundaron el Deutscher Volksverein, la Liga del Pueblo Alemán, para gestionar su agenda racista. En un momento dado, quizás influido por las ideas de Wagner, Förster decidió que la contaminación judía en el Viejo Mundo era irreparable, y que la solución estaba en emigrar a otro nuevo donde refundar un imperio ario limpio y puro desde el principio. Por diferentes razones el lugar escogido para tal honor fue un rincón paraguayo habitado por guaraníes e infestado de mosquitos. Allí los Förster-Nietzsche crearían una comunidad racialmente pura, que sería el embrión de un nuevo imperio ario no mancillado por los judíos. Sus principios rectores, al parecer compatibles, serían el antisemitismo, el luteranismo y el vegetarianismo.
En 1883 Förster había emprendido un primer viaje de reconocimiento a Paraguay. La noticia fue recogida por The Times:
«El doctor Förster, uno de los líderes de la agitación antisemita en Alemania (…) con una pequeña pero devota banda de seguidores (…) embarcó hacia Paraguay, donde fundarán una nueva Alemania impoluta de cualquier descendiente de Abraham (..) Él es un hombre, como muchos de sus compatriotas, de una única idea, y esa idea es “Alemania para los alemanes y no para los judíos”. Encontrando esa idea poco realista en su país natal él, con unos pocos como él, ha zarpado hacia un lejano país donde fundar una nueva Alemania, donde las sinagogas estarán prohibidas y las Bolsas serán desconocidas».
En Paraguay Förster fue cordialmente atendido por el ministro de inmigración Heinrich von Morgenstern. Su principal función ministerial consistía en atraer, mediante generosas ofertas de tierra, publicidad engañosa y mentiras directas, a colonos europeos para repoblar Paraguay, cuya población masculina había sido reducida a la cuarta parte en la insensata guerra de la Triple Alianza. Förster no lo sabía, y sin duda lo habría considerado un mal augurio, pero Morgenstern se llamaba en realidad Morgenstein y era de origen judío: la cosa no empezaba bien.
De vuelta a Alemania en 1885 Förster emprendió su propia campaña de publicidad de la futura colonia, se casó con Elisabeth Nietzsche, y entre ambos consiguieron convencer a unos cuantos incautos. Como suele ocurrir en estas empresas, los primeros en picar fueron algunos familiares del emprendedor. Pero también se apuntó un miembro de la pequeña nobleza local, un tal Kürbitz banquero de Naumburgo, y Max Schubert, pariente del músico y empresario de Chemnitz. En todo caso el grueso de la expedición lo constituían modestos campesinos sajones, muy afectados por la crisis económica y sin nada que perder. Para resumir, la expedición llegó a los muelles de Asunción el 15 de marzo de 1886, completó penosamente la fase final del viaje por río y tierra, y fundó en el barro una colonia llamada ampulosamente Nueva Germania.
El caso es que los Förster-Nietzsche parecían creer implícitamente que -independientemente de la capacidad de sus miembros- bastaría una comunidad aria sana, libre de influencia semita, para que todo fuera bien. Pero el proyecto estaba condenado al fracaso por una serie de razones prácticas, filosóficas y psicológicas. Entre las primeras estaba el hecho de que Förster no era propietario de las tierras que cedía por un precio a los nuevos colonos. Había llegado a un acuerdo con Morgenstern según el cual el gobierno adelantaría la mayor parte del pago a su propietario original. Pero se trataba de un pago condicional: si en dos años el número de familias no superaba ciento cuarenta, las tierras revertirían al estado. Esta cifra no se alcanzó en ningún momento.
Entre las razones filosóficas, todo parece indicar que el matrimonio era adepto a las consignas nietzscheanas de vivir peligrosamente y de convertir la vida en una obra de arte, y esto sin duda lo consiguieron: el viaje de los Förster-Nietzsche a través de la jungla, con el piano de Elisabeth a cuestas, recuerda al Fitzcarraldo de Herzog. Pero también parecían creer en el superhombre capaz de situarse más allá del bien y del mal y de guiar a las masas en una superproducción esteticista, y en esto fracasaron. Para empezar, nadie más alejado de un superhombre que el neurótico Förster. Pero además los sufridos colonos se resistieron desde el primer momento a representar el papel de masas figurantes en la epopeya aria: no veían con buenos ojos que el matrimonio viviera en una mansión mientras ellos se hacinaban en cabañas insalubres, y desde luego no soportaban con ecuanimidad que Förster se paseara por sus terrenos en un caballo blanco y pretendiera que se descubrieran respetuosamente a su paso.
En cuanto a las sicológicas, los Förster-Nietzsche habían conseguido reunir un grupo poco prometedor de gente sin oficio ni beneficio aglutinado meramente por el odio racista, y cometió el error elemental de llevarlo a un sitio donde no había judíos. De este modo cuando los problemas se presentaron, cuando sus incapacidades se pusieron de manifiesto, cuando las frustraciones comenzaron a crecer, no tuvieron a nadie a quién echar la culpa.
En los primeros dos años cuarenta familias viajaron a Nueva Germania; de éstas, un cuarto había abandonado la colonia en julio de 1888. Förster debía conseguir 110 familias más en menos de un año para mantener la propiedad, pero resultó que a su incompetencia acompañaba su cobardía. En una pared de la mansión colgaba un lema extraído de Goethe: frente a todos los obstáculos, mantente firme. Pero cuando los problemas económicos y de todo tipo se multiplicaron Förster huyo de Nueva Germania, se refugió en el Hotel del Lago en San Bernardino -una colonia alemana en las afueras de Asunción- y comenzó a beber copiosamente. Quedó al frente de la colonia Elisabeth, que al menos sí tenía carácter, aunque fuera mal carácter. La situación no duró mucho: el 2 de junio de 1889 Förster ingirió un combinado de morfina y estricnina y abandonó el mundo. Unos meses más tarde Elisabeth volvía a Alemania.
EPÍLOGO
La aventura equinoccial Förster-Nietzsche no fue única. Normalmente, tras el inevitable fracaso, los participantes retornaban a sus países de origen o se integraban en la población local. ¿Qué ocurrió con los habitantes de Nueva Germania? Todo parece indicar que el virus racista es especialmente resistente, sin duda porque los humanos tenemos una predisposición innata a alojarlo. Pero Nueva Germania, que nunca contó con una población muy abundante, se veía enfrentada a la maldición del xenófobo: si evitaba la mezcla, y optaba por la endogamia, sin duda continuaría produciendo especímenes rubios y puros, pero no necesariamente muy listos. Curiosamente en sus diarios paraguayos Bernhard Förster habla de los rumores acerca de una raza de apariencia aria oculta en las profundidades de la jungla: «No sé si creer estas historias, muy extendidas pero quizás exageradas, de una raza de gente rubia, absolutamente sin civilizar, cuyo diferente lenguaje los ha mantenido aparte de los guaraníes». Quizás sin saberlo estaba pronosticando el futuro de los antisemitas sajones de Nueva Germania.
Vean este breve documental, resumen del excelente artículo que Simón Romero publicó en el The New York Times. Ahora la mayoría de las familias de Nueva Germania se han mezclado, pero aún hay algunos que se aferran desesperadamente a un patético supremacismo. Observen a partir del minuto 2:48 a una mujer rubia expresando su orgullo de raza. Y a continuación al impecable palurdo llamado Fischer. Los que entienden de esto dicen que los alemanes reúnen la mayor parte del juicio del mundo, nos cuenta. Y luego, continúa, vienen los coreanos, digo los japoneses. He aquí el líder que Nueva Germania necesita para salir del estancamiento. Bastará que se deje flequillo, y que afirme incansable que Paraguay los roba y que los paraguayos son un lastre. Al menos, tal vez consiga abrirse camino en Waterloo.
Comentarios
No hace falta rehabilitar a Nietzsche, es suficiente con leerlo