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PELÍCULAS, EJEM, FALLIDAS (2): LA PUERTA DEL CIELO


Comienza la película con el baile de graduación de Harvard de 1870, y el espectador experimenta su primera perplejidad. A pesar de que los rostros no se distinguen muy bien -volveremos sobre esto más adelante- ¿no son algo talluditos algunos de los alumnos? Pues sí. Ni John Hurt, al que han alborotado el pelo para darle un aire juvenil, ni Kris Kristofferson -que para entonces tiene cuarenta y cuatro años- parecen exactamente unos recién graduados.

En abril de 1892 cincuenta y dos asesinos invadieron el condado de Johnson (Wyoming). Habían sido contratados por los barones ganaderos para liquidar a todos aquellos que, según habían decidido, estaban interponiéndose en su camino: 50 dólares por cada «ladrón» o «anarquista» que mataran a tiros o ahorcaran. A tal fin llevaban una lista negra de nada menos que 125 personas que incluía a cuatreros, granjeros, a la madame del burdel local y, en general, a todo el que pasaba por allí. Grave error. El condado de Johnson contaba con poco más de 200 hombres, en su mayoría inmigrantes de diferentes nacionalidades. Posiblemente ante una lista negra de cuatro o cinco vecinos el resto se habría puesto de perfil y el miedo habría triunfado, pero esto era imposible en un caso en que todas las familias contaban con algún miembro amenazado. De modo que, haciendo de la necesidad virtud, los vecinos marcharon juntos contra los asesinos y consiguieron apresarlos. La historia no tiene final feliz: la expedición contaba con el beneplácito del gobernador e incluso -tal vez- del presidente; los forajidos fueron rescatados por la caballería y más tarde puestos en libertad.

La historia real es buena. Los actores no están mal -Kristofferson es el sheriff del condado; Christopher Walken, un pistolero a sueldo de los ganaderos; ambos son amigos y se disputan el amor de Isabelle Huppert, la madame del burdel-. ¿Por qué entonces la película resulta insufrible? Un primer motivo es puramente físico. Parece ser que Michael Cimino emplea una técnica – “foco suave” o “flou”- que difumina los objetos, impregna las escenas de un aire de porno soft tipo Emmanuelle, y añade una dioptría a la miopía del espectador. En ocasiones cuesta reconocer a los que aparecen en escena, especialmente en los interiores. Esto dificulta la creación de personajes, pero es un problema menor al lado de que éstos hablan poco y con poca sustancia. Un diálogo estándar puede consistir en «¿de veras me encuentras guapa?», «esta tarta esta riquísima», o «nunca he sido de tu clase y nunca lo seré ¡pumba! (tortazo)». A cambio el espectador es recompensado con larguísimas escenas en las que no dicen nada.

Inconscientemente -y sin duda injustamente- echo la culpa de ello a Isabelle Huppert, como si su mera presencia hubiera impregnado la película de ese aire inequívocamente francés que prescinde de los diálogos y pretende que, por los silencios y las miradas, el espectador adivine significados profundos que con frecuencia no existen. Además, aunque a partir de la expresión concentrada de Kristofferson o Walken -si es que conseguimos verla- interpretemos las profundidades de su alma («leer el viento en las huellas que deja en el agua», diría Bresson), lo cierto es que cuando se ponen a disparar y repartir mamporros recuerdan más bien a Bud Spencer en Le llamaban Trinidad. Los puñetazos suenan igual, y en una escena especialmente desafortunada, en que Huppert está siendo violada por tres facinerosos, Kristofferson irrumpe disparando con dos revólveres y los mata a todos, incluyendo al que estaba encima de ella, sin ocasionar a ésta un rasguño.

No hace falta un tiempo extraordinario para contar esta historia -especialmente cuando los personajes no hablan-, pero la obra que Cimino presentó a los directivos de la United Artist duraba cinco horas y veinticinco minutos. ¿En qué se le iba el tiempo? En mostrar paisajes, en bailes, en silencios. En demostrar lo cuidadoso que había sido con el vestuario, con los carros, con los graneros. En alargar todo mucho más allá de lo razonable. Es posible que estuviera sinceramente convencido de que el espectador iba a estar dispuesto a engullir con avidez cinco horas y media de su arte, y a pedir más.

Para entonces los directivos de la UA estaban hartos de Cimino, que recibía con supremo desdén sus quejas sobre retrasos y exceso de gastos -el presupuesto inicial de 11, 6 millones se estaba disparando hasta los 30 millones, y acabaría superando los 40-, y se habían planteado incluso despedirlo y sustituirlo por otro director, quizás David Lean. Sencillamente, se negaron a aceptar una película de semejante duración, y Cimino se vio obligado a recortarla hasta llegar a 219 minutos. Posiblemente la reducción del metraje hace que se pierda información. Por ejemplo, tras la violación de Huppert Walken sale hecho una furia, cabalga hasta el campamento de los invasores, entra en la tienda de campaña del jefe de los asesinos (que también es su jefe), y le pega un tiro en la frente a uno. ¿A cuál? El espectador no ha podido verlo bien (por el foco suave), pero sobre todo ¿cómo se ha enterado Walken de quién era el responsable de la orden? ¿Ha matado al primero que ha visto?

La película fue presentada al público en noviembre de 1980. ¿Por qué nadie está bebiendo champán?, preguntó Cimino a uno de sus colaboradores en el descanso. Porque tu película les apesta, Michael. Las críticas fueron tan devastadoras -es tan previsible que parece un paseo de cuatro horas por tu propio salón, decía una de ellas- que algunos llegaron a replantearse si El cazador había sido realmente tan buena. Al cabo de una semana tuvo que ser retirada de los cines. Un año después volvió a presentarse una nueva versión de 149 minutos, pero no había nada que hacer. Para entonces el esfuerzo económico había agotado a la United Artist, que fue comprada por la Metro. Se dice que la película marcó un hito: el fin de la era de los Dioses Directores creando películas desde las alturas, y el comienzo de la de los prosaicos productores preocupados por groseros conceptos como el tiempo, el dinero y los gustos de los espectadores. Benditos sean.

La puerta del cielo (Michael Cimino, 1980)

p.d. El mundo en vilo a la espera de la respuesta de ARTANIS

Esta serie estival se publica en una nave amiga

Comentarios

viejecita ha dicho que…
Don Navarth
Después de leer su reseña, la de D. Artanis y la de D. Benjamingrullo de la película, estaba deseando verla.
Esta tarde la he visto en el Blue Ray de Criterion, en casa de mi hijo pequeño.
¡ Y me ha encantado !
Comprendo que tiene fallos garrafales, como que a veces no se oiga el diálogo por el ruido ambiente, como que para matar a Christopher Walken le tengan que acribillar, y el hombre siga, y siga de pié, como que el malo vuelva para matar a unas personas que estaban vencidas, como que se recree un poco demasiado en algunas escenas, sobre todo en la batalla ...
Pero sólo con el baile en Oxford ( por lo visto se hizo allí porque Harvard era demasiado caro ), y el baile con el violinista y los bailarines sobre patines, y con la música, y con el paisaje, la película merece la pena.
Y mañana mismo la encargo a Amazon, en la versión de Criterion.
¡ Así que muchas gracias a los tres. !
navarth ha dicho que…
Viejecita, lo malo no es que le peguen un millón de tiros a Walken. Lo malo es que unos momentos antes, atrapado en una casa ardiendo, coge un papel para escribir sus últimas palabras. ¿Y cuáles son estas? ¿Una reflexión final sobre su vida turbulenta?¿Una declaración de amor a Huppert? No, Walken escribe “la casa está en llamas”. Pues vale.

Y la escena final de la batalla no sólo es larguísima, sino cómica. Supongo que se fijó usted en esa especie de carromato fortificado que los vecinos usan para aproximarse a los forajidos y lanzarles dinamita. Ese carro es real (está en un museo en Wyoming) los vecinos lo construyeron aunque no llegaron a utilizarlo en la lucha. Y como Cimino está obsesionado con los detalles decidió usarlo él. Bueno, yo no tengo ni idea de estrategia militar, pero creo que un arma de asedio está diseñada para usarse contra un objetivo fijo, pero en la película no es así: el carromato avanza penosamente contra los pistoleros que han desmontado de sus caballos y se encuentran en círculo disparando contra los vecinos. Ante la llegada del carromato no tienen más que volver a montar y largarse a otro sitio, pasando de paso por detrás del carromato para disparar a sus esforzados portadores. De hecho Cimino está a un paso de haber presentado una escena de La Pantera Rosa, con los pistoleros desplazándose de un lado a otro del prado y Kristofferson y los suyos empujando trabajosamente el carro detrás.

Por cierto que, para que se dé cuenta de la cantidad de dinero que Cimino sacrificó a su arte, le contaré que unas de las últimas facturas que los desesperados directivos de la UA recibieron correspondía a la instalación de un sistema de irrigación de una pradera. ¿Y para qué? Bueno, contestó Cimino, es la de la escena final. Como hace calor el prado está amarilleando, y yo lo necesito verde para que contraste el color de la sangre.

Reconozca que quien le ha gustado es Kristofferson, que tiene una cara de duro estupenda para el papel. Un abrazo.
viejecita ha dicho que…
Reconozco, reconozco.
Me ha gustado, y mucho, pero no por su cara, toda carnosa y con esos ojos achinados ; me ha gustado por lo bien que bailaba, que mi actor favorito de todos los tiempos es Henry Fonda, precisamente por eso, por como andaba y como bailaba, sin ser bailarín profesional ( bueno, y porque Fonda era el retrato vivo de mi padre... )
Pero también me ha hecho mucha ilusión volver a reconocer a las chicas rusas de la boda del Cazador, y ver tan jóvenes de nuevo, a Rourke, a Brad Dourif , a Jeff Bridges ( y eso que Bridges quedaba un tanto desdibujado, nada que ver con el cacho de papelazo que le dio el propio Cimino en " Thunderbolt & Lightfoot ", una película que ella sola merecía la subida al Olimpo de Cimino...)

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