“Si consideramos las riquezas de que ha colmado al género humano la Naturaleza bienhechora, y la inteligencia o la Razón con que le ha dotado para servirle de instrumento y de guía, es imposible admitir que el hombre esté destinado a ser infeliz sobre la tierra; y si, por otra parte, vemos que es esencialmente sociable, y por consiguiente simpático y afectuoso, tampoco podremos admitir que sea naturalmente malo.
No obstante, la historia de todos los tiempos y países nos muestra solamente trastornos y desórdenes, vicios y crímenes, guerras y revoluciones, suplicios y mortandades, calamidades y catástrofes. Empero si estos vicios y estas desdichas no provienen de la voluntad de la Naturaleza, preciso es, pues, buscar su causa en otra parte.
¿Y dónde hallaremos esta causa sino en la mala organización de la Sociedad, ni el vicio radical de esta organización sino en la desigualdad que le sirve de base? (…) Mas al penetrar seria y ardientemente en la cuestión de saber cómo podría la sociedad organizarse en Democracia, es decir, sobre las bases de la Igualdad y de la Fraternidad, se llega a reconocer que esta organización exige y trae consigo necesariamente la Comunidad de bienes.”
Étienne Cabet nace en 1788 en Dijon. Hijo de un tonelero, consigue estudiar para ser abogado aunque no acaba de destacar en la profesión. Lo que realmente le gusta es la política: entiende que la Revolución Francesa ha sido el acontecimiento más importante de la humanidad, y que hay que vigilar permanentemente que las cosas no vuelvan a su estado previo. De este modo se convierte en un modesto incordio para los restaurados borbones. Contempla con simpatía la revolución de 1830, y en el reinado de Luís Felipe es nombrado procureur-général en Córcega, aunque no por eso deja de criticar al Gobierno hasta que es cesado. En 1831 consigue ser elegido diputado, pero tres años más tarde se encuentra exiliado en Inglaterra acusado de traición. Allí, muy influido por Owen, reflexiona sobre el modo de construir una sociedad perfecta. El resultado es la obra que le reportará gran fama: ”Viaje por Icaria”.
El libro comienza con la cita que abre este capítulo. Cabría pensar que Cabet está tan capacitado para construir una sociedad perfecta a partir de la mera razón como para diseñar un cohete interplanetario. Pero aunque sin duda es consciente de la segunda de estas limitaciones, no lo es en absoluto de la primera, y este es un defecto bastante común en los hijos de la Ilustración. El libro nos confirma la incapacidad de Cabet para diseñar un mundo perfecto en la teoría; posteriormente la realidad se encargará de ratificarla en la práctica.
A primera vista “Viaje por Icaria” es el exhaustivo recorrido por todos los rincones de una utopía ñoña. A lo largo de una infinidad de páginas, un viajero embobado describe con innecesaria minuciosidad una sociedad igualitarista-comunista en la que la propiedad privada ha desaparecido y con ella todos los males de la humanidad. Icaria debe su nombre al libertador Icar, que en una revolución consiguió derrocar a los despóticos gobernantes Corug, Lixdox y Clorámida, por cuyos nombres parecen más bien colutorios. Cabet no contempla con ecuanimidad a los contendientes:
“La pasión de Icar fue el amor al género humano. Desde su niñez se distinguió por el cariño que profesaba a los demás niños, a quienes acariciaba y con quienes compartía lo poco que llegaba a poseer. En su juventud no podía ver a un desgraciado sin sentirse herido por sus miserias y sin consolarlo. Con frecuencia daba su pan al pobre que encontraba. Un día halló a un joven casi desnudo y que muerto de frío estaba tendido en el suelo; le fue muy natural quitarse el vestido, darlo al pobre, y quedarse él mismo casi en cueros.
(…) Mas lo que distinguía a Icar era la serenidad de su semblante, y a Lixdox su fealdad; era tuerto y giboso, parecía más maligno que feroz, aunque realmente fue tan cruel como ambicioso e hipócrita.”
Este es el nivel general del análisis de Cabet. Pero bajo su máscara de felicidad tontorrona Icaria oculta un estado-masa en el que la individualidad ha desaparecido, y en el que se ha impuesto una ominosa (no para Cabet) unanimidad. De hecho existe un Parlamento, pero en el que está ausente el debate político:
“¿Cómo no ha de haber calma en nuestras discusiones, si no tenemos intereses exclusivos, si no hay partidos, ni pasiones políticas entre nosotros? ¿Olvidáis, pues, la influencia que ha de ejercer en nosotros la educación general y sobre todo la educación cívica?”
A la consecución de la unanimidad ha contribuido decisivamente el adoctrinamiento. La educación en Icaria se basa en estrictos principios igualitaristas que perdurarán en el tiempo y arraigarán en otras sociedades:
“- ¿Qué recompensas -pregunté a Dinarós- hay establecidas para excitar la emulación? - Ninguna -me contestó-; ni premio, ni corona, ni distinción, porque deseando infundir a los niños los sentimientos habituales de la igualdad y de la benevolencia fraternal, nos guardaríamos mucho de crear distinciones que excitarían el egoísmo y la ambición de los unos al mismo tiempo que la envidia y el odio de los otros.”
La autoridad es vista con desconfianza, y el buen rollo es generalizado. Véase cómo ejemplo la manera en que unos maestros reprenden a un alumno díscolo:
“Uno de los profesores terminó la sesión haciendo presente a los niños que no debían dejar de amar al chiquito, a éste que no debía dejar de amar a sus jueces, a todos que debían amar más a la República que tanto hacía por su felicidad, y amarse recíprocamente cada vez más ellos mismos para agradar a la República.”
Icaria ha abolido la libertad de imprenta. Los libros son censurados por comités que sólo dejan publicar los libros buenos para la República. Cuando otro viajero (tal vez una emanación de alguna duda en el subconsciente de Cabet) se atreve a manifestar sus dudas al respecto pasa a ser descrito como “pajarraco”:
“- ¡Vos sois enemigo de la libertad de imprenta!.
- No señor. Yo la deseo en las monarquías opresivas; pero en la República de Icaria…”
“- Si mi pajarraco os oyera, os acusaría de imitar al feroz Omar que prendió fuego a la biblioteca de Alejandría, o al tirano chino que redujo a cenizas los anales de su país para favorecer a su dinastía. - Pero yo le contestaría -dijo Valmor- que nosotros hacemos en favor de la Humanidad lo que hacían contra ella sus opresores; nosotros hemos encendido fuego para quemar los malos libros.”
Y aquí está una de las claves del pensamiento de Cabet: la República de Icaria puede hacer cualquier cosa, porque lo hace en bien de la Humanidad. En el análisis de los hechos debe aplicarse un doble rasero: lo que hacen las monarquías opresivas está mal, pero si lo hace el paraíso igualitario de Icaria está bien. Esta valoración según una atribución apriorística de intenciones se impondrá durante mucho tiempo en otros países más allá de Icaria.
También, por supuesto, ha desaparecido de Icaria la libertad de prensa:
“Nosotros hemos cortado la raíz al mal: primeramente, estableciendo una organización social y política que hace inútil la libertad de la prensa; luego, no permitiendo la publicación de más diarios que uno para cada comuna, otro para cada provincia, y un tercero nacional para todo el país, y en seguida confiando la redacción de estos periódicos a funcionarios públicos.”
De acuerdo, no hay libertad de prensa, y sólo hay un periódico oficial por territorio, pero Cabet describe una ventaja alternativa:
“por otra parte, habréis notado la hermosa calidad de papel, la comodidad del tamaño, lo magnífico de la impresión, la distribución acertada de materias... ¡Comparad nuestros periódicos con los ingleses o franceses... y maravillaos!”
La censura alcanza también a la creación artística:
“(…) todas las canciones de Icaria eran bonitas porque nadie podía imprimir ninguna obra, aunque fuese una simple canción, sin permiso de la República. (…) Y hay ciertas canciones que pueden ser venenos morales tan funestos a la Sociedad como los venenos físicos.”
Todos los aspectos de la realidad están exhaustivamente regulados. En la visita que el viajero realiza al Parlamento se entera de las leyes que se están aprobando en ese momento:
“Ley que ordena inscribir una nueva legumbre en la lista de los alimentos; su cultura, y de la manera que se distribuirá. Diez otras leyes referentes a los alimentos, a los vestidos, las habitaciones y al mobiliario.”
De hecho, tal y como descubre el viajero, incluso la existencia de Dios fue en su momento sometida a decisión asamblearia:
“Todas las opiniones fueron examinadas y discutidas por el espacio de cuatro años; todas las cuestiones fueron decididas por una gran mayoría y muchas de ellas por unanimidad.”
En fin, el control de la sociedad es tan intenso que el icariano no se libra de él ni después de muerto: su cadáver es inexorablemente diseccionado en un gigantesco anfiteatro a la vista de todo el mundo.
"Viaje por Icaria" triunfa en la Francia de Luís Felipe. De hecho, su influencia es tan potente sobre los obreros que se estima que hacia 1847 Cabet cuenta con un número de partidarios entre doscientos mil y cuatrocientos mil. (Continuará)
Imágenes: 1.- Étienne Cabet. 2.- La revolución de 1830 según Delacroix. 3.- Portada de “Viaje por Icaria”. 4.- Luís Felipe I de Orleáns.
No obstante, la historia de todos los tiempos y países nos muestra solamente trastornos y desórdenes, vicios y crímenes, guerras y revoluciones, suplicios y mortandades, calamidades y catástrofes. Empero si estos vicios y estas desdichas no provienen de la voluntad de la Naturaleza, preciso es, pues, buscar su causa en otra parte.
¿Y dónde hallaremos esta causa sino en la mala organización de la Sociedad, ni el vicio radical de esta organización sino en la desigualdad que le sirve de base? (…) Mas al penetrar seria y ardientemente en la cuestión de saber cómo podría la sociedad organizarse en Democracia, es decir, sobre las bases de la Igualdad y de la Fraternidad, se llega a reconocer que esta organización exige y trae consigo necesariamente la Comunidad de bienes.”
Étienne Cabet nace en 1788 en Dijon. Hijo de un tonelero, consigue estudiar para ser abogado aunque no acaba de destacar en la profesión. Lo que realmente le gusta es la política: entiende que la Revolución Francesa ha sido el acontecimiento más importante de la humanidad, y que hay que vigilar permanentemente que las cosas no vuelvan a su estado previo. De este modo se convierte en un modesto incordio para los restaurados borbones. Contempla con simpatía la revolución de 1830, y en el reinado de Luís Felipe es nombrado procureur-général en Córcega, aunque no por eso deja de criticar al Gobierno hasta que es cesado. En 1831 consigue ser elegido diputado, pero tres años más tarde se encuentra exiliado en Inglaterra acusado de traición. Allí, muy influido por Owen, reflexiona sobre el modo de construir una sociedad perfecta. El resultado es la obra que le reportará gran fama: ”Viaje por Icaria”.
El libro comienza con la cita que abre este capítulo. Cabría pensar que Cabet está tan capacitado para construir una sociedad perfecta a partir de la mera razón como para diseñar un cohete interplanetario. Pero aunque sin duda es consciente de la segunda de estas limitaciones, no lo es en absoluto de la primera, y este es un defecto bastante común en los hijos de la Ilustración. El libro nos confirma la incapacidad de Cabet para diseñar un mundo perfecto en la teoría; posteriormente la realidad se encargará de ratificarla en la práctica.
A primera vista “Viaje por Icaria” es el exhaustivo recorrido por todos los rincones de una utopía ñoña. A lo largo de una infinidad de páginas, un viajero embobado describe con innecesaria minuciosidad una sociedad igualitarista-comunista en la que la propiedad privada ha desaparecido y con ella todos los males de la humanidad. Icaria debe su nombre al libertador Icar, que en una revolución consiguió derrocar a los despóticos gobernantes Corug, Lixdox y Clorámida, por cuyos nombres parecen más bien colutorios. Cabet no contempla con ecuanimidad a los contendientes:
“La pasión de Icar fue el amor al género humano. Desde su niñez se distinguió por el cariño que profesaba a los demás niños, a quienes acariciaba y con quienes compartía lo poco que llegaba a poseer. En su juventud no podía ver a un desgraciado sin sentirse herido por sus miserias y sin consolarlo. Con frecuencia daba su pan al pobre que encontraba. Un día halló a un joven casi desnudo y que muerto de frío estaba tendido en el suelo; le fue muy natural quitarse el vestido, darlo al pobre, y quedarse él mismo casi en cueros.
(…) Mas lo que distinguía a Icar era la serenidad de su semblante, y a Lixdox su fealdad; era tuerto y giboso, parecía más maligno que feroz, aunque realmente fue tan cruel como ambicioso e hipócrita.”
Este es el nivel general del análisis de Cabet. Pero bajo su máscara de felicidad tontorrona Icaria oculta un estado-masa en el que la individualidad ha desaparecido, y en el que se ha impuesto una ominosa (no para Cabet) unanimidad. De hecho existe un Parlamento, pero en el que está ausente el debate político:
“¿Cómo no ha de haber calma en nuestras discusiones, si no tenemos intereses exclusivos, si no hay partidos, ni pasiones políticas entre nosotros? ¿Olvidáis, pues, la influencia que ha de ejercer en nosotros la educación general y sobre todo la educación cívica?”
A la consecución de la unanimidad ha contribuido decisivamente el adoctrinamiento. La educación en Icaria se basa en estrictos principios igualitaristas que perdurarán en el tiempo y arraigarán en otras sociedades:
“- ¿Qué recompensas -pregunté a Dinarós- hay establecidas para excitar la emulación? - Ninguna -me contestó-; ni premio, ni corona, ni distinción, porque deseando infundir a los niños los sentimientos habituales de la igualdad y de la benevolencia fraternal, nos guardaríamos mucho de crear distinciones que excitarían el egoísmo y la ambición de los unos al mismo tiempo que la envidia y el odio de los otros.”
La autoridad es vista con desconfianza, y el buen rollo es generalizado. Véase cómo ejemplo la manera en que unos maestros reprenden a un alumno díscolo:
“Uno de los profesores terminó la sesión haciendo presente a los niños que no debían dejar de amar al chiquito, a éste que no debía dejar de amar a sus jueces, a todos que debían amar más a la República que tanto hacía por su felicidad, y amarse recíprocamente cada vez más ellos mismos para agradar a la República.”
Icaria ha abolido la libertad de imprenta. Los libros son censurados por comités que sólo dejan publicar los libros buenos para la República. Cuando otro viajero (tal vez una emanación de alguna duda en el subconsciente de Cabet) se atreve a manifestar sus dudas al respecto pasa a ser descrito como “pajarraco”:
“- ¡Vos sois enemigo de la libertad de imprenta!.
- No señor. Yo la deseo en las monarquías opresivas; pero en la República de Icaria…”
“- Si mi pajarraco os oyera, os acusaría de imitar al feroz Omar que prendió fuego a la biblioteca de Alejandría, o al tirano chino que redujo a cenizas los anales de su país para favorecer a su dinastía. - Pero yo le contestaría -dijo Valmor- que nosotros hacemos en favor de la Humanidad lo que hacían contra ella sus opresores; nosotros hemos encendido fuego para quemar los malos libros.”
Y aquí está una de las claves del pensamiento de Cabet: la República de Icaria puede hacer cualquier cosa, porque lo hace en bien de la Humanidad. En el análisis de los hechos debe aplicarse un doble rasero: lo que hacen las monarquías opresivas está mal, pero si lo hace el paraíso igualitario de Icaria está bien. Esta valoración según una atribución apriorística de intenciones se impondrá durante mucho tiempo en otros países más allá de Icaria.
También, por supuesto, ha desaparecido de Icaria la libertad de prensa:
“Nosotros hemos cortado la raíz al mal: primeramente, estableciendo una organización social y política que hace inútil la libertad de la prensa; luego, no permitiendo la publicación de más diarios que uno para cada comuna, otro para cada provincia, y un tercero nacional para todo el país, y en seguida confiando la redacción de estos periódicos a funcionarios públicos.”
De acuerdo, no hay libertad de prensa, y sólo hay un periódico oficial por territorio, pero Cabet describe una ventaja alternativa:
“por otra parte, habréis notado la hermosa calidad de papel, la comodidad del tamaño, lo magnífico de la impresión, la distribución acertada de materias... ¡Comparad nuestros periódicos con los ingleses o franceses... y maravillaos!”
La censura alcanza también a la creación artística:
“(…) todas las canciones de Icaria eran bonitas porque nadie podía imprimir ninguna obra, aunque fuese una simple canción, sin permiso de la República. (…) Y hay ciertas canciones que pueden ser venenos morales tan funestos a la Sociedad como los venenos físicos.”
Todos los aspectos de la realidad están exhaustivamente regulados. En la visita que el viajero realiza al Parlamento se entera de las leyes que se están aprobando en ese momento:
“Ley que ordena inscribir una nueva legumbre en la lista de los alimentos; su cultura, y de la manera que se distribuirá. Diez otras leyes referentes a los alimentos, a los vestidos, las habitaciones y al mobiliario.”
De hecho, tal y como descubre el viajero, incluso la existencia de Dios fue en su momento sometida a decisión asamblearia:
“Todas las opiniones fueron examinadas y discutidas por el espacio de cuatro años; todas las cuestiones fueron decididas por una gran mayoría y muchas de ellas por unanimidad.”
En fin, el control de la sociedad es tan intenso que el icariano no se libra de él ni después de muerto: su cadáver es inexorablemente diseccionado en un gigantesco anfiteatro a la vista de todo el mundo.
"Viaje por Icaria" triunfa en la Francia de Luís Felipe. De hecho, su influencia es tan potente sobre los obreros que se estima que hacia 1847 Cabet cuenta con un número de partidarios entre doscientos mil y cuatrocientos mil. (Continuará)
Imágenes: 1.- Étienne Cabet. 2.- La revolución de 1830 según Delacroix. 3.- Portada de “Viaje por Icaria”. 4.- Luís Felipe I de Orleáns.
Comentarios
Por el momento, a la "utopía" de este señor no le veo ninguna cualidad salvadora. Me parece más bien una "distopia", o una pesadilla.
Porque este hombre, al menos eso parece de momento, no se limitaba a imponer sus ideas en una comunidad cerrada de perfeccionistas, donde, el que no estuviera de acuerdo se pudiera salir, (con más o menos dificultad, claro ), sino que pretendía imponerlas universalmente.
Y encima, por el bien de la gente.
Yo, ahora, con mis nietos, estoy frita. Porque me doy cuenta de que pretenden censurarles todo; que en las adaptaciones actuales, las madrastras son buenas, los padres no abandonan a sus hijos, los lobos no se comen a las caperucitas, y ya no hay gordos, ni tontos, ni malos, ni ogros feroces.
Y no hay quien encuentre pistolas de agua, ni hachas de goma, ni nada...
Y a los padres, les parece bien, y en cambio, les meten unas ideas "verdes", totalmente disparatadas en la cabeza.
¡ Menos mal que los abuelos hacemos labor de zapa!
Me encanta lo de ( 5, creo )
p.d. lo de la numeración de los capítulos, es que se me está desbaratando.
Saludos, Navarth.
A Cabet le hubiera gustado Cuba, salvo que las imposiciones las quisiera decretar él, que esto pasa mucho entre los revolucionarios igualitarios.
Yapoco, como tuviera que contarles el largísimo Viaje a Icaria con el megáfono se tiraba una semana.
Un abrazo.
http://www.lecturalia.com/libro/822/icaria-icaria
Sólo por si interesan estos enlaces de la obra de Cabet, descargable:
Con el primer título y en 2 tomos:
Voyage et aventures de Lord Villiam (sic) Carisdall en Icarie, traduit de l’Anglais de Francis Adams, par Th. Dufruit, Maitre de Langues. Paris, 1840.
Tome I.
Tome II.
5ª edición (la que pone Navarth),
en 1 tomo:
Voyage en Icarie.
Paris, 1848, 600 págs. con índice temático muy interesante.
Un saludo a todos y buenas noches.
A ellas añado aquí otra 5ª edición en Internet Archive, que ofrece la enorme ventaja del OCR, bastante fiable.
_____________
El artículo es la monda mondante, mi buen Navarth; pero es que (sin quitarle mérito, al contrario) frecuenta usted un hampa de tipos que se las ponen a taco.
Me pregunto, ¿vendrán algún día generaciones que a su vez se monden de nosotros, de nuestras credulidades y lealtades a nuestros pícaros de hoy?
El hecho es que Mr. Cabet le pilló muy bien el pulso a su sociedad, pues como podemos ver, vivió del mismo cuento toda la vida.
Claro que la Iglesia le ayudó lo que pudo, metiendo en el ‘Índice’ (¡menudo reclamo!) su obra más capciosa, Le vrai Christianisme; pues el hombre también pescaba en esas aguas, y hasta ahí podíamos…
Un cristianismo, por lo demás, muy liberal, con esa perla que usted cita de la votación cuatrienal sobre cuestiones clave, entre ellas la existencia de Dios. Un Dios a cómodos plazos, o con fecha de caducidad.
Lo que sí sacó Cabet del cristianismo primitivo fue que la sangre de mártires es semilla de creyentes, y con buen acuerdo poniendo tinta en vez de sangre, se montó su propia persecución auto orquestada. Ah, y un ‘Almanaque’, pero de éste no veo nada en Google.
Espero ansioso el resto. Entretanto, pienso que sus lectores con usted deberíamos organizar un club con tertulias regulares, para comentar de viva voz sobre esta galería de pensadores, o si prefiere, titirimundi de espabilados.
Otro bingo, Navarth. Un abrazo.
La idea de la tertulia me parece magnífica. Mientras pensamos como implantarla le recuerdo que tiene aquí su casa. Y ustedes también.
Cabet en Urticaria. El prurito de la igualdad.
Navarth, tiene usted todos los permisos en regla.
Un abrazo.
Para lo de la tertulia:
¿ No han pensado en hacer un chat de video múltiple ?
Creo que es bastante sencillo, y sólo nos tendrían que avisar a los oyentes, para que les pudiéramos ver a todos, cada uno en un recuadro de la pantalla ampliable cuando hablase, pero sin dejar de verlos a todos ustedes, y sus reacciones al escucharse unos a otros...
Supongo que quien quisiese participar tendría que pagar una pequeña cuota al Skype, o al i-Chat de Apple, pero por lo que sé, son cuotas muy llevaderas. Y creo que tienen temporadas de prueba para que uno pueda hacerlo sobre seguro...
Lo del amigo Cabet ... suena premonitorio a poco que se observe la historía posterior del socialismo.