Los lectores de “Viaje por Icaria” están ansiosos por llevar a la práctica las teorías del libro, y Cabet se encuentra ante una oportunidad única: demostrar que su exhaustiva construcción intelectual puede ser trasladada a la realidad (aunque él no percibe la diferencia entre ambas). Decidiendo que es mucho más sencillo empezar de cero que revolucionar un continente con instituciones consolidadas, Cabet fija sus ojos en América. Robert Owen le sugiere Tejas que, recientemente incorporada a la Unión, está muy escasamente poblada. Plenamente convencido, Cabet firma un contrato con una compañía americana para la compra de un gigantesco terreno a orillas del río Rojo. A principios de 1948 un primer contingente de sesenta y nueve icarianos se reúne en el puerto de Le Havre, y tras firmar unos “contratos sociales” por los que acuerdan mantener un régimen comunista, embarcan hacia el Nuevo Mundo. Cabet los despide desde tierra: ante tales hombres de vanguardia, dice, no se puede dudar de la regeneración de la raza humana.
En marzo de 1848 los primeros icarianos se encuentran en Nueva Orleáns descubriendo que han sido estafados. Las tierras compradas para edificar su utopía no se hallan estrictamente en la ribera del río Rojo, sino a cuatrocientos cincuenta kilómetros de ella. Además, quizás por un error en las unidades de medida, su propiedad se limita a la centésima parte de lo que ellos pensaban. Peor aún: las tierras no se encuentran agrupadas en un único punto, sino dispersas por el territorio. A pesar de ello la vanguardia de Cabet se pone en marcha en carretas tiradas por bueyes. En el trayecto, todos enferman de paludismo, y el médico pierde la razón.
Instalados en su destino los icarianos sobreviven penosamente. Transcurrido un tiempo el propio Cabet se incorpora, y con él nuevos adeptos. Tras meses de penurias los icarianos emprenden una segunda emigración hacia Illinois y ocupan Nauvoo, la ciudad que los mormones acaban de desalojar prudentemente tras el asesinato de su líder Joseph Smith. Pero por alguna razón la nueva Icaria se resiste a parecerse a su versión literaria. En el libro la sociedad vivía en la opulencia rodeados de adelantos tecnológicos, con sus habitantes desplazándose en dirigibles y trenes de alta velocidad movidos por orujo; en la Icaria real sus habitantes practican una agricultura de subsistencia y malviven con los donativos que reciben de simpatizantes en París. En la Icaria utópica reinaba la concordia y la unanimidad; en Icaria-Tejas los habitantes viven inmersos en perpetuas disensiones enfrascados en interminables discusiones políticas. En lo único que ambas se parecen es en la desaparición de la libertad. Cabet, erigido en dictador por el bien de la Humanidad en abstracto, se dedica a controlar las vidas de sus súbditos concretos. Prohíbe el tabaco y el alcohol, se dedica a supervisar todos los asuntos privados, y hace que los icarianos se espíen y denuncien entre sí.
Icaria funciona endogámicamente, y sus miembros tardan decenios en aprender inglés. Esto dificulta notablemente su relación con sus vecinos, ya de por sí suspicaces tras su experiencia previa con los mormones. En Francia, a partir de la revolución de 1848 el interés por los icarianos se desvanece rápidamente, y con él las ayudas y donativos. Icaria comienza a contraer deudas que no puede pagar. Paralelamente al deterioro económico, Cabet incrementa el control de todos los aspectos públicos y privados de la comunidad. Finalmente se produce una rebelión. Cabet, el admirador de la Revolucion, acaba encontrando bajo su ventana a sus súbditos sublevados cantando La Marsellesa. No hemos emprendido este proyecto para no ser libres, se quejan amargamente, lo que parece indicar que realmente no se habían leído el libro. Cabet es destituido y expulsado de su utopía. Muere amargado al poco tiempo en San Luís.
Con la marcha de Cabet no desaparecen las tensiones entre los icarianos. Los mayores se han aburguesado y se entretienen cultivando sus huertos privados. Los más jóvenes, estimulados por las noticias de la Comuna de París, exigen su colectivización. Una penúltima escisión provoca que algunos icarianos emigren a California, donde poco a poco se mezclan con la población local. En 1895 los últimos icarianos de Illinois se disuelven, pues en nada se diferencian ya de sus vecinos agricultores.
Imágenes: 1.- Étienne Cabet. 2.- El puerto de Le Havre. 3.-
Nauvoo, en el río Mississippi.
Comentarios
luigi dijo...
Cabet en Urticaria. El prurito de la igualdad.
Porque consideran que con su Revolución, y con todo aquél baño de sangre, han cumplido con "El Progreso ".
Y cuando les aparece alguien peligroso como Cabet, le financian para que se vaya con sus adeptos a América, ( a Texas , nada menos, el modelo para el individualismo ). Con el previsible resultado...
En cambio nosotros en España, después de haber pasado una guerra-civil-revolución , que nos debería haber hecho escarmentar de todas las utopías, de cualquier signo que fueran;
Aplaudimos a los asaltantes de Mercadonas, atacamos a los que intentaran cobrar legalmente a sus deudores, por alquileres, por préstamos o por hipotecas. Y dejamos a los caciques locales proclamar su derecho a formar mini-estados de taifas, separándose del resto de los españoles, pero, eso sí, haciendo que seamos los demás los que paguemos los costes, Todos los costes...
Lo que pasa es que me fijo en Hollande , y su demagogia. Y, sobre todo, me fijo en Obama, el presidente del país más libre y más individualista del mundo, y veo que se va a saltar al pueblo ( al Congreso que lo representa ), para dictar unas leyes "ecologistas" que al pueblo no le gustan nada, porque no sólo les van a empobrecer, sino que se decretan en contra de sus libertades, y me parece que es el mundo al revés.
¡ Vivir para ver !
después de apostatar del marxismo (hace ya muchos años) estuve buscando una ideología de substitución. Fueron los socialistas utópicos los responsables de mi conversión, a sensu contrario.
¡Que bueno Don Luigi!
A lo que veo, la histeria del ‘¡Vámonos a Icaria!’ prendió también en España, concretamente en Barcelona, siendo aquí el apóstol un Dr.Rovira .
Joan Rovira.
(¿No sería tal vez… ?)
Excelente, Navarth, con una sola pega: me ha enganchado.
Buenísimo también maese Luigi. Bien entendido que la urticaria de Cabet les picaba a sus pobres icarianos, y el maldito no les dejaba ni rascarse en público.
Cabet: Cómo será de malvada la realidad que, a veces, es capaz de expulsarte de tu propia utopía.
+
Qué amable, Navarth, transportándome de una entrada a otra.
+
Don Cándido, gracias.
+
Belosti, era tal y como usted tan bien describe.
Esa es una hipoteca a la que se hipotecan todos los seguidores de las utopías, sin leer la letra pequeña. Siempre se quedan con el tren veloz y... el orujo (juá).
Espero que esta serie vaya a Kindle o a algún artefacto de esos, querido NAVARTH.
Viejecita, parece que usted (y yo) es de las pocas que piensa que en la Guerra Civil hubo una revolución paralela al alzamiento.
Don Cándido,, sea usted muy bienvenido a este blog. Debo decir que aunque Marx parezca más profundo que estos socialistas utópicos, tenía también ideas bastante peregrinas. Por ejemplo, creía que podía predecir la evolución de la sociedad. En este sentido le recomiendo “El cisne negro” de Nassim Taleb, que lo dejará pensando lo pobre que es nuestra capacidad de predicción.
Don Belosticalle muchas gracias: que se enganche a esta narración es motivo de orgullo. No tenía ni idea de que había un español entre la vanguardia de los icarianos. ¿Quién es Joan Rovira? No sé si este doctor es, precisamente, el que dicen que se volvió tarumba en el trayecto a Kansas. Por cierto, he visto que Narciso Monturiol también se interesó en el proyecto.
Un placer Luigi. Es un lujo tenerlo aquí.
Candela lo del orujo es tal cual. En cuanto a la versión electrónica, hay ya un remero del blog que se ha ofrecido amablemente (e imprudentemente) a prepararla.
Saludos a todos.
“Para lo de la tertulia: ¿ No han pensado en hacer un chat de video múltiple ? Creo que es bastante sencillo, y sólo nos tendrían que avisar a los oyentes, para que les pudiéramos ver a todos, cada uno en un recuadro de la pantalla ampliable cuando hablase, pero sin dejar de verlos a todos ustedes, y sus reacciones al escucharse unos a otros... Supongo que quien quisiese participar tendría que pagar una pequeña cuota al Skype, o al i-Chat de Apple, pero por lo que sé, son cuotas muy llevaderas. Y creo que tienen temporadas de prueba para que uno pueda hacerlo sobre seguro...”
En realidad yo imaginaba algo así como videoconferencia, al no tener idea de que ya existe la cosa organizada.
Razón aplastante, don Navarth. Este pipiolo creía que el fin de un azucarillo era conservarse tal cual en el tiempo, perfectamente homogéneo y sin salir del envoltorio, cuando su destino más próximo es la disolución en cualquier líquido para hacerlo más apetitoso. Cuánta cabeza hueca.
Hace tiempo que no escribo, pero no me pierdo ni una sola de sus fabulosas entradas. Saludos.