En el siglo XIX la mayoría de la población rusa estaba formada por campesinos, y dentro de estos la mayoría eran siervos. Wikipedia proporciona los siguientes datos del censo de 1857: de una población total de 62,5 millones de habitantes, 23,1 millones eran siervos. Nada menos que el 37,7% de la población.
Con bastantes matices, puede compararse la situación de los siervos en Rusia en el siglo XIX con la de aquéllos de Europa occidental en la Edad Media. Su posición no era favorable. Estaban obligados a realizar una serie de prestaciones personales a favor de su señor, principalmente la de trabajar las tierras de éste, que no podían abandonar salvo en fechas determinadas y con muchas restricciones (1). Abandonar, por cierto, no quiere decir que tuvieran la facultad de instalarse por su cuenta, sino únicamente de cambiar de amo. Debían, además, pagar los correspondientes tributos al zar, y estaban sujetos a periódicas levas. Los señores tenían amplia capacidad disciplinaria sobre ellos, aunque no podían matarlos.
Con frecuencia los siervos disponían de terrenos propios, que les habían sido cedidos por sus amos o por el estado. Estas tierras eran gestionadas como propiedades comunales por los campesinos de cada aldea, que se reunían en una especie de asamblea denominada obshchina o mir. La obshchina se encargaba de asignar las tierras disponibles entre sus miembros, ya que el sistema de cultivo tradicional consistía en dividir los terrenos en tres franjas de las cuáles cada año era dejada una en barbecho (de este modo cada franja era cultivada durante dos años consecutivos y se dejaba descansar el tercero). Además, la obshchina se encargaba de recoger los tributos correspondientes y de organizar los reclutamientos. Dedico tanta atención a la obshchina porque desempeñó un papel de gran importancia, al menos en la fantasía de los populistas.
Periódicamente se producían revueltas campesinas de mayor o menor entidad. En realidad esta situación -la pervivencia de siervos en un país europeo en el siglo XIX- era escasamente sostenible, y en 1861 el zar Alejandro II decretó su emancipación y la asignación de una parte de las tierras que venían trabajando. Inicialmente el histórico decreto produjo un entusiasmo moderado entre sus destinatarios, porque sus expectativas eran algo exageradas. Para empezar, aspiraban a recibir la totalidad de las tierras que habían cultivado. Además, se les impuso el pago de una tasa de redención para compensar a los anteriores propietarios de las tierras repartidas. La emancipación tampoco gustó a algunos de los populistas más vehementes, que pensaban que unos campesinos satisfechos estarían menos dispuestos a hacer la revolución. De hecho, esta satisfacción se produjo, y Robert Conquest proporciona datos objetivos: entre 1859 y 1863 el número registrado de revueltas es de 3.579, mientras que entre 1878 y 1882 es de 136. La situación del campesino no era buena, pero había mejorado notablemente.
En realidad, el problema no era el tamaño de las tierras a disposición de los campesinos rusos. En 1877 el promedio de las tierras asignadas era de 35,5 acres. En ese mismo momento, en Francia, el tamaño medio de la totalidad de las propiedades cultivables era inferior a 9 acres, y tres cuartas partes del total eran menores de 5 acres. El problema estaba en que las tierras se cultivaban de manera muy ineficiente. Los campesinos rusos se aferraban obstinadamente a sus modos de explotación tradicionales, y eran extraordinariamente reacios al cambio. Por ejemplo, el sistema de las tres franjas de terreno se había abandonado en Europa occidental siglos atrás.
Vistos desde lejos, los intelectuales solían considerar a los campesinos el alma del pueblo ruso, pero al verlos más de cerca la cosa cambiaba. Bakunin, con su desparpajo habitual, había exhortado a los estudiantes: “¡Abandonad las universidades, academias y escuelas! ¡Desechad una ciencia que en su estadio actual sólo contribuye a ataros e inmovilizaros! ¡Id a vivir entre el pueblo, y liberad a vuestros hermanos de una servidumbre criminal!”. Él, prudentemente, optó por ignorar su propio consejo, pero otros lo siguieron. Este es el caso de los narodniki, jóvenes estudiantes que, a mediados de siglo, marcharon “al encuentro del pueblo”. Como dice Enzensberger, los narodniki se encontraron con la agobiante tarea de predicar el socialismo a un pueblo firmemente convencido de que la tierra descansaba sobre cuatro ballenas (2). A partir de ese contacto directo, adjetivos como “ignorante”, “borracho”, y “ladrón” no fueron infrecuentes al describir a los depositarios del alma rusa. Quizás fue en este momento cuando se inició la tendencia a sustituir al incómodo campesino por la figura abstracta del Pueblo.
Sin dejarse desanimar por estas consideraciones, desde mediados del siglo XIX algunos intelectuales decidieron intrépidamente que la obshchina era, en realidad, un embrión socialista en las aldeas, que -por consiguiente- la ausencia de un proletariado no suponía el menor problema para desarrollar la revolución, y que -en resumen- Rusia estaba mejor preparada que la Europa occidental para recibir las bondades del socialismo. A esta idealización de la obshchina contribuyó el propio Herzen, habitualmente ecuánime, y aún irónico, en sus reflexiones.
______________________________
(1) Desde el siglo XV se había establecido una norma según la cuál los siervos podían únicamente cambiar de amo en las semanas anterior y posterior a la fiesta de san Yuri de otoño. Esta prerrogativa fue sufriendo progresivas limitaciones.
(2) En la actualidad sabemos que el socialismo tiene más posibilidad de triunfar allá donde una mayoría cree que la Tierra descansa sobre cuatro ballenas.
Imágenes:
1.- Campesinos rusos.
2.- Una reunión de una obshchina, por Korovin.
3.- Campesinos emigrando el día de San Yuri.
Comentarios
Gracias por su blog. Es interesantísimo a la par que instructivo. Buenas noches.
Sds. Nodoycrédito.
Es casi el mismo paradigma que en el País Vasco. El hombre partido entre esos dos espacios simbólicos la ciudad y el campo. Su orfandad comunitaria, no soporta el individualismo urbano, la idealización del colectivismo rural desde la ciudad… en el País Vasco y Navarra existía el Auzolan, hasta hubo un partido político que se llamó así creado por un rico urbanita a la búsqueda de causa, o sea religión. En el fondo son sólo subdivisiones de la religión católica que ha estallado en paganismos primitivos.
‘Campesino’ en ruso es krestyanin: el ‘cristiano’ por antonomasia (o también cruzado, o crucificado, en relación con krest, cruz). Así no es extraño que el ‘alma rusa’ eligiera esa desdichada y embrutecida masa social para hacerse carne.
Me ha deleitado el cabreo de los redentores del campesino ante su buen conformar, que en cuanto llena la tripa dos días seguidos se olvida de la revolución pendiente. ¡Serán brutos!
Aquéllos en cambio, los populistas, ni aun con hartazgo diario y viviendo a todo tren olvidan jamás su misión altruista.
“(...) subdivisiones de la religión católica que ha estallado en paganismos primitivos.” BENJA, aquí hay en Mallorca está Petra, el pueblo de Fray Junípero Serra, que, quizás influido por el santo, era un pueblo conocido por su devoción y religiosidad. Pues bien, en el estado autonómico esas emociones religiosas parecen haber persistido, pero canalizándose en el nacionalismo. Ahora es uno de los pocos feudos del PSM, los separatistas baleares.
Exacto Don BELOSTICALLE. Qué gran decepción para los populistas al comprobar que el objeto de sus desvelos, no apreciaba en exceso éstos.
Parece que a los vendedores de felicidad les cuesta colocar su mercancía a gentes apegadas al terruño y que saben lo que cuesta todo.
Igual que al administrador de nuestro portal le pedimos que lleve bien las cuentas y poco más (que está SÓLO para eso y no para hacernos felices), los campesinos sólo quieren tener una vida digna y en paz.
Un cordial saludo.
Lo último (y al margen del artículo), creo que es necesario decir (y reconocer) que el que triunfa porque "una mayoría cree que la Tierra descansa sobre cuatro ballenas" es el capitalismo. Es más, la ideología burguesa hace creer a esa mayoría que puede comprar a las ballenas, y que ellas van a darle felicidad.