En el verano de 1941 los trabajos en Farben-Auschwitz no progresaban a la velocidad esperada, y los directivos comenzaron a temer que las plantas de Buna y carburante sintético no estuvieran a punto para contribuir a la recién comenzada campaña rusa. Entre continuos retrasos y roturas de stock, los encargados de IG comenzaron a culpar al personal de las SS que, en su opinión, no parecían entender “los métodos de trabajo de la libre empresa”*. Uno de los problemas detectados consistía en que los kapos azotaban a los trabajadores forzados del campo a la vista de todo el mundo, lo que resultaba desagradable, tanto para los trabajadores libres (polacos de los pueblos vecinos), como para los técnicos alemanes. De modo que en el informe de Farben-Auschwitz correspondiente a la primera semana de agosto de 1941 consignaron lo siguiente:
“Hemos llamado la atención a los oficiales del campo sobre el hecho de que, en las últimas semanas, los prisioneros están siendo duramente, y en forma creciente, azotados por los capos, y esto se aplica a los más débiles, que realmente no pueden trabajar más duro. Las desagradables escenas que tienen lugar en las obras están empezando a tener un efecto desmoralizador, tanto sobre los trabajadores libres como sobre los alemanes. Por lo tanto, les hemos pedido que se abstengan de continuar con los azotes en las obras, y que los pospongan para el campo de concentración.”
Los rendimientos de trabajo diferían de los previstos inicialmente. Según un informe enviado por el ingeniero jefe Max Faust, el rendimiento de los trabajadores polacos era equivalente al 50% del de los alemanes, y el de los prisioneros del campo sólo llegaba a un tercio de éste. Otros problemas técnicos incluían cuellos de botella en determinados procesos, escasez de vehículos de motor, y sobrecarga de la estación de ferrocarril.
Mientras tanto, motivada por la saturación de prisioneros en Auschwitz, en octubre concluyó la construcción de un segundo campo de concentración: Birkenau. Por aquél entonces los responsables de IG comenzaban a valorar el trabajo de los métodos de las SS, y en el informe correspondiente a la tercera semana de diciembre comentaron:
“El trabajo, en particular el de los polacos y los prisioneros, continúa dejando mucho margen para la mejora. Nuestra experiencia hasta el momento ha demostrado que únicamente la fuerza bruta produce algún resultado con esta gente. (…) Como es sabido, el Comandante (Hoess) siempre dice que, en lo que se refiere al trabajo de los prisioneros, es imposible conseguir que el trabajo se realice sin que medie castigo corporal.”
Mientras tanto las SS afrontaban sus propios problemas. Durante la invasión de Polonia, nutriéndose básicamente de personal de la Gestapo y la Kripo, las SS habían organizado los Einsatzgruppen, grupos armados dedicados a asesinar a todos aquellos que por su nivel cultural, social o militar podían llegar a constituir focos de resistencia. Más adelante, en el verano de 1941, nuevos Einsatzgruppen siguieron el avance de la Wehrmacht sobre Rusia. A ellos se unieron batallones de la Ordungspolizei, y entre ambos se dedicaron a la tarea de exterminar a la población judía en los territorios ocupados. A pasar de que los métodos inicialmente empleados eran artesanales, pronto alcanzaron cifras realmente asombrosas. Por ejemplo en septiembre de 1941 la acción coordinada de un Einsatzgruppe, un batallón de la Ordungspolizei, y otros grupos de las SS, consiguió, en el breve plazo de dos días, la aniquilación de 33.000 judíos en el barranco de Babi-Yar, en Ucrania. Pero pronto fue evidente para los nazis que, dada la magnitud del proyecto de exterminio, las técnicas artesanales debían ceder ante los métodos industriales. El primer ensayo en este sentido fue llevado a cabo a partir de diciembre de 1941 en el campo de concentración de Chelmno, a 50 kilómetros de Lodz. Allí los judíos eran recibidos por personal de las SS, que, con el fin de no alarmarlos prematuramente (lo que habría dificultado la operación), se habían disfrazado previamente con batas blancas de médicos, o ropas de hacendados, y que les contaban que iban a ser llevados a trabajar a Alemania. A continuación se les pedía que se desnudasen para proceder a la desinfección de sus ropas, y se les hacía descender por una rampa hasta un reducido espacio cerrado con capacidad para sesenta o setenta personas. El cubículo era, en realidad, la caja de un camión en la que desembocaba su propio tubo de escape. El camión era puesto en marcha, y el monóxido de carbono asfixiaba a los judíos.
En enero de 1942, reunidos en el suburbio berlinés de Wansee, Heydrich y otros jerarcas nazis explicitaron la definitiva destrucción de los judíos en Europa. En marzo, los nuevos campos de exterminio de Belzec y Sobibor comenzaron su actividad. Ese mismo mes comenzaron a funcionar las cámaras de gas del nuevo campo de Birkenau. Si bien los primeros se decidieron por el empleo de monóxido de carbono, en Birkenau se optó por un agente tóxico distinto: el ácido prúsico. Habitualmente empleado como insecticida, el ácido prúsico era comercializado en régimen de monopolio, con el nombre de Zyklon B, por la empresa Deutsche Gesellschaft für Schaedlings-Bekämpfung (Corporación Alemana para el Control de Plagas), cuyo nombre comercial era Degesch. IG Farben poseía un 42,5% del accionariado de Degesch, y Deutsche Gold und Silberscheidenanstalt, de la que IG era propietaria en un tercio, poseía otro 42,5%. IG controlaba de hecho Degesch, y de los 11 miembros del consejo de administración de ésta, 5 pertenecían a aquélla. En principio Degesch había vendido cantidades moderadas de Zyklon B a los campos de concentración para el control de plagas. Pero cuando la Solución Final fue explícitamente formulada sus ventas se incrementaron exponencialmente. Los directivos de Degesch sabían el nuevo uso al que se destinaría el Zyklon B, entre otras cosas porque las SS habían pedido que eliminaran de su fórmula el olor indicador que alertaba de su presencia a las personas. De hecho, habían protestado ante esto, pero sus motivos no eran humanitarios sino comerciales. La patente de Zyklon B había expirado hacía tiempo, y ahora Degesch sólo mantenía la patente sobre el indicador, por lo que su eliminación podía suponer el fin del monopolio.
* Extracto del informe de Farben-Auschwitz correspondiente a la primera semana de agosto de 1941
Imágenes.
1) Trabajadores forzados en Auschwitz.
2) Campo de concentración de Chelmno: camión-cámara de gas.
3) Bidón de Zyklon B de la Degesch.
“Hemos llamado la atención a los oficiales del campo sobre el hecho de que, en las últimas semanas, los prisioneros están siendo duramente, y en forma creciente, azotados por los capos, y esto se aplica a los más débiles, que realmente no pueden trabajar más duro. Las desagradables escenas que tienen lugar en las obras están empezando a tener un efecto desmoralizador, tanto sobre los trabajadores libres como sobre los alemanes. Por lo tanto, les hemos pedido que se abstengan de continuar con los azotes en las obras, y que los pospongan para el campo de concentración.”
Los rendimientos de trabajo diferían de los previstos inicialmente. Según un informe enviado por el ingeniero jefe Max Faust, el rendimiento de los trabajadores polacos era equivalente al 50% del de los alemanes, y el de los prisioneros del campo sólo llegaba a un tercio de éste. Otros problemas técnicos incluían cuellos de botella en determinados procesos, escasez de vehículos de motor, y sobrecarga de la estación de ferrocarril.
Mientras tanto, motivada por la saturación de prisioneros en Auschwitz, en octubre concluyó la construcción de un segundo campo de concentración: Birkenau. Por aquél entonces los responsables de IG comenzaban a valorar el trabajo de los métodos de las SS, y en el informe correspondiente a la tercera semana de diciembre comentaron:
“El trabajo, en particular el de los polacos y los prisioneros, continúa dejando mucho margen para la mejora. Nuestra experiencia hasta el momento ha demostrado que únicamente la fuerza bruta produce algún resultado con esta gente. (…) Como es sabido, el Comandante (Hoess) siempre dice que, en lo que se refiere al trabajo de los prisioneros, es imposible conseguir que el trabajo se realice sin que medie castigo corporal.”
Mientras tanto las SS afrontaban sus propios problemas. Durante la invasión de Polonia, nutriéndose básicamente de personal de la Gestapo y la Kripo, las SS habían organizado los Einsatzgruppen, grupos armados dedicados a asesinar a todos aquellos que por su nivel cultural, social o militar podían llegar a constituir focos de resistencia. Más adelante, en el verano de 1941, nuevos Einsatzgruppen siguieron el avance de la Wehrmacht sobre Rusia. A ellos se unieron batallones de la Ordungspolizei, y entre ambos se dedicaron a la tarea de exterminar a la población judía en los territorios ocupados. A pasar de que los métodos inicialmente empleados eran artesanales, pronto alcanzaron cifras realmente asombrosas. Por ejemplo en septiembre de 1941 la acción coordinada de un Einsatzgruppe, un batallón de la Ordungspolizei, y otros grupos de las SS, consiguió, en el breve plazo de dos días, la aniquilación de 33.000 judíos en el barranco de Babi-Yar, en Ucrania. Pero pronto fue evidente para los nazis que, dada la magnitud del proyecto de exterminio, las técnicas artesanales debían ceder ante los métodos industriales. El primer ensayo en este sentido fue llevado a cabo a partir de diciembre de 1941 en el campo de concentración de Chelmno, a 50 kilómetros de Lodz. Allí los judíos eran recibidos por personal de las SS, que, con el fin de no alarmarlos prematuramente (lo que habría dificultado la operación), se habían disfrazado previamente con batas blancas de médicos, o ropas de hacendados, y que les contaban que iban a ser llevados a trabajar a Alemania. A continuación se les pedía que se desnudasen para proceder a la desinfección de sus ropas, y se les hacía descender por una rampa hasta un reducido espacio cerrado con capacidad para sesenta o setenta personas. El cubículo era, en realidad, la caja de un camión en la que desembocaba su propio tubo de escape. El camión era puesto en marcha, y el monóxido de carbono asfixiaba a los judíos.
En enero de 1942, reunidos en el suburbio berlinés de Wansee, Heydrich y otros jerarcas nazis explicitaron la definitiva destrucción de los judíos en Europa. En marzo, los nuevos campos de exterminio de Belzec y Sobibor comenzaron su actividad. Ese mismo mes comenzaron a funcionar las cámaras de gas del nuevo campo de Birkenau. Si bien los primeros se decidieron por el empleo de monóxido de carbono, en Birkenau se optó por un agente tóxico distinto: el ácido prúsico. Habitualmente empleado como insecticida, el ácido prúsico era comercializado en régimen de monopolio, con el nombre de Zyklon B, por la empresa Deutsche Gesellschaft für Schaedlings-Bekämpfung (Corporación Alemana para el Control de Plagas), cuyo nombre comercial era Degesch. IG Farben poseía un 42,5% del accionariado de Degesch, y Deutsche Gold und Silberscheidenanstalt, de la que IG era propietaria en un tercio, poseía otro 42,5%. IG controlaba de hecho Degesch, y de los 11 miembros del consejo de administración de ésta, 5 pertenecían a aquélla. En principio Degesch había vendido cantidades moderadas de Zyklon B a los campos de concentración para el control de plagas. Pero cuando la Solución Final fue explícitamente formulada sus ventas se incrementaron exponencialmente. Los directivos de Degesch sabían el nuevo uso al que se destinaría el Zyklon B, entre otras cosas porque las SS habían pedido que eliminaran de su fórmula el olor indicador que alertaba de su presencia a las personas. De hecho, habían protestado ante esto, pero sus motivos no eran humanitarios sino comerciales. La patente de Zyklon B había expirado hacía tiempo, y ahora Degesch sólo mantenía la patente sobre el indicador, por lo que su eliminación podía suponer el fin del monopolio.
* Extracto del informe de Farben-Auschwitz correspondiente a la primera semana de agosto de 1941
Imágenes.
1) Trabajadores forzados en Auschwitz.
2) Campo de concentración de Chelmno: camión-cámara de gas.
3) Bidón de Zyklon B de la Degesch.
Comentarios
En una entrada anterior conté la historia del Batallón 101 de la Ordnungspolizei, una pandilla de palurdos de Hamburgo, no especialmente nazificados, que por una conjunción de los motivos más mezquinos posibles, cruzaron sin grandes problemas la línea del mal absoluto, y se dedicaron a ametrallar sistemáticamente a miles de judíos (hombres, mujeres y niños). Con esto quería mostrar que una de las vías mejor pavimentadas hacia el mal es la estupidez.
El caso de IG Farben es el opuesto. Aquí están los más sagaces empresarios, los químicos más brillantes, la población mejor formada de Alemania en suma, cruzando sin problemas esa misma línea que el batallón 101, y construyendo una planta nada menos que en Auschwitz. La historia es, desde luego escalofriante.
Estoy siguiendo con mucho interés su serie sobre IG Farben de la que no tenía ni idea hasta que encontré sus anotaciones. Como usted apunta es ... inquietante y amenazante.
Además, se apunta la casualidad. Hace pocos días ví "Berlín Express", la primera película de Hollywood rodada en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. El tiempo le ha dado una categoría histórica, no por el relato en sí sino por las actitudes todavía recientes que se destilaban hacia los derrotados así como las imágenes de Frankfurt prácticamente en ruinas. En ellas sale el inmenso edificio de IG Farben, donde los aliados establecieron sus HQ.
Espero con devoción las siguientes entradas.
Saludos