(“Flight from Death – The Quest for immortality”. Documental realizado por varios psicólogos sociales discípulos de Ernest Becker, autor de “La negación de la muerte” . Puede descargarse aquí, aunque debo avisar, por si Teddy Bautista se asoma por aquí, que no sé si es legal hacerlo.)
A los seres humanos no nos hace gracia la idea de morirnos, y buscamos ávidamente la inmortalidad (entendámonos, inmortalidad en términos humanos equivale, quizás, a unos miles de años) El caso es que, inasequible de momento la inmortalidad física, tendemos a buscar, como sustitutivo, la inmortalidad simbólica. A tal fin, intentamos eludir nuestra vulnerabilidad, o insignificancia, o ambas, formando parte de entidades que consideramos más grandes y perdurables: una religión, una nación, una raza, una cultura, una ideología… En sus variables más cutres, incluso un equipo de fútbol puede provocar efectos placebos.
Esto no quiere decir, obviamente, que sea malo sentirse parte de una cultura o una ideología. Sin embargo la utilización de estas supra-entidades como mecanismos denegatorios de la muerte tiene, según los psicólogos sociales autores del reportaje, serios efectos secundarios. El primero es que, al aspirar a la inmortalidad de la entidad denegatoria en la que nos integramos, se produce una cierta pugna con las entidades competidoras. Parece lógico pensar que si hay una realidad destinada a triunfar, a ser inmortal, las otras tienen que estar equivocadas, y, en cierto modo, ser malas. Eso conduce, necesariamente, a la intolerancia. El segundo de los efectos negativos se refleja en una serie de experimentos, que constituyen la parte más interesante del documental.
Parece ser que, cuando se nos recuerda la muerte, tendemos a cerrar filas en torno a nuestra supra-entidad denegatoria (aquella en la que aspiramos a ser inmortales), y a reaccionar agresivamente contra las personas integradas en entidades rivales. En uno de esos experimentos se presentó a dos grupos de jueces un cuestionario en el que se incluía una pregunta sobre la pena que impondrían en un caso de prostitución. Sin embargo, en el cuestionario del segundo grupo de jueces se incluía una pregunta sobre su muerte (la del juez). Pues bien, mientras la pena media impuesta por los jueces del primer grupo, aquéllos a los que no se les había presentado un recordatorio de muerte, se situaba en torno a 50$, en el segundo grupo estaba en 450$. Según los investigadores, ante el recuerdo de la muerte los jueces estaban reaccionando mucho más agresivamente ante los infractores de su sistema de valores, en el que aspiraban a conseguir la inmortalidad. Esta agresividad se veía confirmada en otro experimento (esta vez sin jueces), en el que sujetos a los que se recordaba la muerte se sentían impulsados a hacer tragar dosis masivas salsa picante a aquéllos de religión distinta a la suya.
En resumen, los autores del documental defienden que la agresividad que genera la utilización de entidades como mecanismos denegatorios de la muerte es el principal camino para causar daño a nuestros semejantes. Personalmente, aunque no discuto su importancia, pienso que son el odio y la estupidez las principales autopistas que llevan al mal. Pero Benjamingrullo hizo una atrevida sugerencia cuando recomendó el documental: que Zapatero utiliza constantemente recordatorios de la muerte (el aborto, la eutanasia, el desenterramiento de muertos…) con el fin exacerbar la agresividad de sus seguidores. Obviamente Zapatero es incapaz de un razonamiento tan profundo, pero ¿hay algún cerebro del mal en el PSOE (una especia de Spectra o el Doctor No) capaz de practicarlo? Lo dejo ahí.
A los seres humanos no nos hace gracia la idea de morirnos, y buscamos ávidamente la inmortalidad (entendámonos, inmortalidad en términos humanos equivale, quizás, a unos miles de años) El caso es que, inasequible de momento la inmortalidad física, tendemos a buscar, como sustitutivo, la inmortalidad simbólica. A tal fin, intentamos eludir nuestra vulnerabilidad, o insignificancia, o ambas, formando parte de entidades que consideramos más grandes y perdurables: una religión, una nación, una raza, una cultura, una ideología… En sus variables más cutres, incluso un equipo de fútbol puede provocar efectos placebos.
Esto no quiere decir, obviamente, que sea malo sentirse parte de una cultura o una ideología. Sin embargo la utilización de estas supra-entidades como mecanismos denegatorios de la muerte tiene, según los psicólogos sociales autores del reportaje, serios efectos secundarios. El primero es que, al aspirar a la inmortalidad de la entidad denegatoria en la que nos integramos, se produce una cierta pugna con las entidades competidoras. Parece lógico pensar que si hay una realidad destinada a triunfar, a ser inmortal, las otras tienen que estar equivocadas, y, en cierto modo, ser malas. Eso conduce, necesariamente, a la intolerancia. El segundo de los efectos negativos se refleja en una serie de experimentos, que constituyen la parte más interesante del documental.
Parece ser que, cuando se nos recuerda la muerte, tendemos a cerrar filas en torno a nuestra supra-entidad denegatoria (aquella en la que aspiramos a ser inmortales), y a reaccionar agresivamente contra las personas integradas en entidades rivales. En uno de esos experimentos se presentó a dos grupos de jueces un cuestionario en el que se incluía una pregunta sobre la pena que impondrían en un caso de prostitución. Sin embargo, en el cuestionario del segundo grupo de jueces se incluía una pregunta sobre su muerte (la del juez). Pues bien, mientras la pena media impuesta por los jueces del primer grupo, aquéllos a los que no se les había presentado un recordatorio de muerte, se situaba en torno a 50$, en el segundo grupo estaba en 450$. Según los investigadores, ante el recuerdo de la muerte los jueces estaban reaccionando mucho más agresivamente ante los infractores de su sistema de valores, en el que aspiraban a conseguir la inmortalidad. Esta agresividad se veía confirmada en otro experimento (esta vez sin jueces), en el que sujetos a los que se recordaba la muerte se sentían impulsados a hacer tragar dosis masivas salsa picante a aquéllos de religión distinta a la suya.
En resumen, los autores del documental defienden que la agresividad que genera la utilización de entidades como mecanismos denegatorios de la muerte es el principal camino para causar daño a nuestros semejantes. Personalmente, aunque no discuto su importancia, pienso que son el odio y la estupidez las principales autopistas que llevan al mal. Pero Benjamingrullo hizo una atrevida sugerencia cuando recomendó el documental: que Zapatero utiliza constantemente recordatorios de la muerte (el aborto, la eutanasia, el desenterramiento de muertos…) con el fin exacerbar la agresividad de sus seguidores. Obviamente Zapatero es incapaz de un razonamiento tan profundo, pero ¿hay algún cerebro del mal en el PSOE (una especia de Spectra o el Doctor No) capaz de practicarlo? Lo dejo ahí.
Comentarios
“Personalmente, aunque no discuto su importancia, pienso que son el odio y la estupidez las principales autopistas que llevan al mal.”
Por un lado, no creo que sea la estupidez, sino el mimetismo. El mimetismo puede parecer tonto e inmoral, pero es un patrón inteligentísimo de nuestra naturaleza instintiva.
Y, en cuanto al odio… el problema es que el odio al Ellos también se le puede llamar amor al Nosotros. Así se entiende que los más necesitados de pertenencia sean los más beligerantes contra el Ellos. Es su forma de comunicarse, de ser aceptado, de integrarse y de ascender en el grupo. El “odio” es una parte importantísima de su sistema de meritoriaje gregario, pero realmente no es odio, sino una fórmula de socialización. Es la forma masculina de comunicación. Siempre nos hemos comunicado cazando. Es la forma de decirnos que nos queremos, matando al oso, o a un miembro del Ellos. El hombre, como cazador gregario, está instintivamente diseñado para pertenecer a un grupo. Su supervivencia depende de ello. Llevamos cientos de miles de años siendo cazadores en grupo, unos poquitos siendo agricultores y apenas segundos de era industrial. La razón y la moral resultan juegos superficiales, incapaces frente a nuestros patrones atávicos. Pero nadie ha dicho que el mimetismo y los mecanismos de pertenencia no puedan reconducirse modificando el concepto de Nosotros, tal y como hicieron en el experimento de la Cueva de Ladrones.
El documental toca muy por encima las ideas de Becker. Sale gente muy interesante. Especialmente Robert J. Lifton. Sus 8 criterios para calificar a una secta y su concepto de control mental del entorno son indispensables.
http://www.youtube.com/watch?v=BH3r6IPXKlo
Sam Keen es también interesante. En youtube tienes montones de vídeos de ellos.
http://www.youtube.com/watch?v=ahR50v3LoeQ
http://www.youtube.com/watch?v=ZTN_8tpbZgQ&feature=related
Sumamente interesantes las consideraciones aquí expuestas, pero no quiero meter demasiado la garlopa porque no he visto documentales, leído libros, artículos, al respecto.
Deduzco en mi sobrevuelo de los post de la bitácora de SG que el material está en inglés. ¿Sabéis si existn con doblaje, subtitulado o traducción al menospreciado español? Lo buscaría para descargármelo, pero si me dais los enlaces, miel sobre rellenos de Vergara*. Me interesa un potosí.
*Observa, amigo BENJA, lo poco que me afecta la toponimia diferencial.
Quizá habría que interpretar también la manía gótica de sus niñas como parte de esa cosmovisión fúnebre, y no solo como una moda juvenil, porque estoy seguro de que ellas también habrán recibido su ración de espiritismo macabro en cuanto hayan tenido uso de razón.
Está realizado por unos psicólogos sociales discípulos de Ernest Becker, autor de “La negación de la muerte” (que tampoco conocía), que defienden que utilizamos realidades como la religión, la nación, la ideología etc como herramientas denegatorias de la muerte para aspirar a la inmortalidad, y que, cuando la muerte nos es recordada, reaccionamos muy agresivamente en defensa de todo lo que creemos que ataca a esas realidades. Saludos.
Y ahora voy a hacer los deberes. De momento he conseguido descargar el jdownloader, y ahora voy a ver lo de Robert Lifton y Sam Keen. Saludos.
Por cierto, ¿podrías preguntarle a tu amigo de las gafas de colores su opinión acerca de Becker? Me gustaría muchísimo saberla.
La verdad es que no, nunca había pensado que la actitud de judíos y nazis fuera resultado de un mismo mecanismo psicológico compartido. El único en el que puedo pensar es el de la adaptación al rol: los judíos asumían el papel de víctimas porque era el que el universo les asignaba.
Hay una idea que me lleva rondando tiempo la cabeza que es la apariencia de normalidad. Quizás los policías del batallón 101 se convirtieron en asesinos porque todo estaba revestido de una apariencia de normalidad, y no había líneas rojas con luces destellantes que señalaran la frontera del mal. Por eso, una vez eliminados los factores de pura repugnancia física (como que los sesos de la víctima te salpicaran), y convertido el exterminio en una aséptica cadena de montaje, desaparecieron las últimas objeciones hacia el asesinato. Quizás una vez diseñado convenientemente el escenario, cada uno se apresura a adoptar su papel, sea el de víctima o el de verdugo. Ni idea.
*Y ahora voy con lo prometido. Lo subiré poco a poco. Está todo muy desorganizado y disparatado. Ordenarlo y sintetizarlo me llevaría demasiado tiempo.
Estoy convencido de que el hombre tiene una idea equivocada de sí mismo. Nos creemos que somos de una manera bastante diferente a la que realmente somos. Que no sé cómo es, pero lo que sí sé es que no somos como la ilustración nos ha pintado. El problema es el racionalismo, que no entiende al hombre, o al menos se ha negado a tratar de acercarse a nuestros atavismos, instintos, forma de ser… y a todo ello lo ha etiquetado como irracionalidad, y ya está, se queda tan ancho. (Por eso me gustó el libro de Cialdini, porque es de los pocos que entra con la razón a poner orden en los instintos y a sistematizarlos)
sigue
Por ejemplo, creo que Cialdini recoge, efectivamente, algunos de los mecanismos clave. Creo que hay diversas ideas que se repiten bajo distintas formas, como si, en la oscuridad, alumbráramos brevemente distintos objetos desde distintos puntos. Por ejemplo, la social proof de Cialdini es una forma de aproximarse al comportamiento mimético, y la consistency, está muy relacionada con la eliminación de disonancias de Festinger.
Creo que muchos de nuestros automatismos inconscientes nos pueden convertir en idiotas, por ejemplo el instinto de “reciprocidad”, pero creo que el que nos convierte en asesinos es el instinto de pertenencia. Fíjate lo que le pasó a Xavier Sala i Martin en la conversación con Buenafuente en cuanto sintió inconscientemente la amenaza – era una amenaza – de quedar identificado como mínimamente favorable al Ellos. Venía de hacer una exposición brillante y de repente se puso a farfullar, destrozó su sintaxis, no enlazaba las frases, sus contradicciones eran evidentes… había perdido toda su capacidad de análisis.
En fin, seguimos.
D. BENJAMINGRULLO dijo: la ideología es el disfraz de la pertenencia. El carácter marginal, incluso decorativo de las diferencias ideológicas podría explicar el encarnizamiento con que se enfrentan a veces grupos literalmente indistinguibles para un observador ajeno al conflicto. Freud llamaba al hábito de exagerar rasgos mínimos que nos distinguen de los demás “narcisismo de la diferencia menor”. Extremando un poco su idea se podría hablar de un narcisismo de la diferencia imaginaria. Los nazis son un ejemplo instructivo. En Alemania (los territorios ocupados del este eran otra cosa), la mayoría de los judíos había olvidado el hebreo y el yiddish y se había secularizado o convertido al cristianismo. Muchos no sentían otra cosa que indiferencia o desdén por su cultura tradicional. El contraste entre las fantásticas afirmaciones de la propaganda nazi sobre ellos y la realidad de la asimilación es sorprendente. El estupor ante lo que les estaban haciendo unos compatriotas a los que juzgaban sus iguales sin duda contribuyó a esa “mansedumbre” que adoptaron ante sus verdugos (y de la que hubo tardías pero muy honrosas excepciones).
Sospecho que para muchos jerarcas nazis el antisemitismo era una especie de semicreencia, que en el fondo sabían falsa. Había como una voluntad o un empecinamiento en pensar mal de los judíos y de forzar a la realidad, por cualquier medio, a ajustarse al credo que habían decidido abrazar. En casos así, la violencia no sirve para proteger una diferencia (como parecen creer Becker y sus discípulos) sino que es un instrumento para crearla, o mejor dicho, para crear la ilusión de que existe tal diferencia. Establece una demarcación nítida donde antes había continuidad y mezcla.
Es tentador examinar la política (y su compañera de cama, la guerra) desde el ángulo de actividades competitivas carentes de pretextos ideológicos, como los deportes de equipo y ciertas formas de criminalidad común (pienso en rivalidades entre pandillas o mafias).
El carácter marginal, incluso decorativo de las diferencias ideológicas podría explicar el encarnizamiento con que se enfrentan a veces grupos literalmente indistinguibles para un observador ajeno al conflicto.
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BEN GUNN eso es muy visible en el caso de los hooligans de dos equipos rivales: entre ellos creen ver las mayores diferencias, desde fuera son idénticos.
Eso que dice de que los nazis “forzaban a la realidad, por cualquier medio, a ajustarse al credo que habían decidido abrazar”, me ha recordado a esto:
” ¿Qué es una ideología. Es una triple dispensa: dispensa intelectual, dispensa práctica y dispensa moral. La primer consiste en retener sólo los hechos favorables a la tesis que se sostiene, incluso en inventarlos completamente, y en negar los otros, omitirlos, olvidarlos, impedir que sean conocidos. La dispensa práctica suprime el criterio de la eficacia, quita todo valor de refutación a los fracasos (…) La dispensa moral abole toda noción de bien y mal para los actores ideológicos; o más bien, el servicio de la ideología es el que ocupa el lugar de la moral. Lo que es crimen o vicio para el hombre común no lo es para ellos.”
Jean François Revel. El conocimiento inútil.